domingo, 15 de mayo de 2016



YOGURES Y MANDARINAS

Eran los dos muy raros, para qué nos vamos a engañar. Tanto que ella solo se alimentaba de yogures. Y él de mandarinas. Claro que eso, en sí mismo, carece de importancia. Pero no deja de ser extraordinario.
Otra rareza que compartían era la de comportarse con normalidad cuando estaban con el otro. Con normalidad de la normal quiero decir. De esa que utiliza todo el mundo para comportarse. Y lo hacían porque como sabían que el otro era tan raro trataban de no desconcertarlo con más rarezas. Que por una parte estaba bien, pero por la otra era un sindiós. Porque así no hay manera de que a uno lo conozcan. Y luego, que como parecían tan normales, se aburrían como ostras.
Eso solo cuando estaban juntos, insisto. Porque cuando estaban separados todo era estupendo. Separados quiero decir que lejos. A distancia. O sea no uno al lado del otro. En fin, por el teléfono y así. Mensajes y esas cosas. O sea que es como si cada uno de ellos fuera dos y entre los dos sumaran cuatro: los que eran tal cual y se atraían y los que fingían ser normales y se desconcertaban. Claro que en ocasiones, estando cara a cara, pasaba que uno se descontrolaba un poco y se alejaba de la normalidad mientras que el otro seguía intentando mantenerla. Y sucedía como en las reglas de tres, que se produce un cruce y ya no lo tienes claro.
Pues eso. Que eran más ellos de lejos que de cerca. Porque de cerca les daba miedo ser tan raros que el otro se asustara. Y porque estaban hechos a la incomprensión. Y a fingirse normales. Y ya no acertaban a cambiar el chip. De modo que tras un puñado de paseos sin atreverse siquiera a tomarse de la mano, decidieron, sin mediar palabra, continuar siendo ellos mismos pero en la lejanía. Sin perder el rastro. Sin dejar al otro. Él sus mandarinas y ella sus yogures. Y ver si el tiempo y la acumulación de mondas y de envases hacían posible, un día, preparar un postre mixto

... o no.

Nunca se sabe.

#SafeCreative Mina Cb

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