miércoles, 4 de mayo de 2016



PÁGINAS VIAJERAS

Su trayectoria fue, digamos, predecible. Era la obra de un autor ya conocido. Tanto que fue lanzado por una editorial de esas que solo apuestan por poetas reputados. Aunque se trate, como en este caso, de chavales un tanto anónimos e irreverentes. Y cuando digo irreverentes no me refiero a dios sino a los cánones poéticos.
No tenía pues, el furor efervescente de una primera obra, esos modestos libros cuajados de promesas y de miedos que ven la luz tras años de suspiros y de nóes y que son a menudo flor de un día. Porque una cosa es conseguir que alguien te edite y otra muy distinta que resultes rentable. Y es que en este mundo traidor hasta los versos han de reportar ganancias.
Salió pues el volumen de la imprenta manchoso y aromático y llegó hasta la mesa promocional de una librería de prestigio; uno de esos megacentros de la gran cuidad en donde los libros se venden como churros y en los que te atiende una persona y te cobra una distinta. Como si una cosa no tuviera ninguna relación con otra; esto es, como si el dependiente tuviese que entender de letras y la cajera de números. Y el primero no tuviera ni idea de quién era Pitágoras y la segunda ignorase quién escribió el Quijote. Y es que un libro, para ser valorado, ha de tener historia. Y es precisamente en el proceso que media entre su adquisición y su lectura cuando la misma se desvela; cuando el objeto deja de ser un mero bien de consumo para convertirse en un pedazo del alma de quien lo ha hecho suyo.
Claro que a veces es difícil; un viaje en autobús, apoyado en las rodillas comprimidas y devorado a la luz de unos de esos horrorosos ojos de buey que los autocares llevan en la parte superior no es precisamente una odisea. Por muy bellos que sean los poemas que se encierran en sus páginas. Por mucho que emocionen al lector. Por mucho que la letra impresa se mezcle y se confunda con los sentimientos de quien devora los renglones. Un libro, para dejar de ser objeto, no debe ser leído y encerrado.
Y es por eso que al fin este volumen decidió abrir las alas. Y levantar el vuelo. Y escapar del estante en el que veía al polvo revolotear cada mañana mientras soñaba con poder, también él, abandonar su encierro y partir en busca de otros mundos. Y de otros ojos que lo recorrieran.
Y sucedió el milagro. Y al fin alguien lo puso entre sus manos. Y lo miró distinto. Y decidió, quizá porque leyó sus pensamientos, mostrarle otras miradas. Explorar otros mundos. Y así el libro viajó. Y aprendió cosas. Y se fueron curtiendo sus páginas un tanto acartonadas y mohínas. Y se acabó arrugando la cubierta. Y se doblaron las esquinas de las hojas. Y se ensució su lomo. Y al fin, cuando volvió a la estantería, cansado y dolorido, pudo mostrar al resto de los libros todos los mundos que había recorrido. Y ellos lo contemplaban admirados.

Ahora ya no era tan solo un libro de poesía.

#SafeCreative Mina Cb

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