DE CUANDO NOS PERDÍAMOS
Hubo un tiempo en que fuimos felices. En que los viajes eran aventuras.
Pero aventuras de verdad. O sea que requerían una planificación, un
esfuerzo, un trabajo que convertía su preparación en algo excitante.
Empezabas a soñar con las vacaciones un par de meses antes; te pillabas
la guía de cámpings de la biblioteca, le chorabas la del trotamundos a
un colega, preguntabas a todos tus
amigos cuál era el chiringuito donde las birras eran más grandes y más
baratas. Y cuando llegaba el día señalado, te echabas a la ruta como
quien se echa al monte, sin tener muy claro cuál iba a ser tu destino,
muerto de la excitación y del sueño después de haber pasado la noche
entera marcando con rotuladores de colores las rutas que tenías que
seguir en aquel pedazo de mapa. Que eso no eran mapas de carreteras, eso
eran sábanas de hotel de cinco estrellas. Que desplegar aquello sobre
el salpicadero en plena ruta tenía más peligro que conducir hasta las
trancas de cubatas. Que creo yo que aquellos mapas y el Heraldo de
Aragón son los responsables de la deforestación de la Amazonia.
El caso es que, como decía, tú sacabas el armatoste aquél, se lo ponías
en las manos al copiloto y pasabais los dos un viaje la mar de
entretenido; él intentando seguir la ruta pese al bamboleo ocasionado
por los baches y tú discutiendo sus instrucciones porque se daban de
bruces con los indicadores de la carretera. La cosa era más o menos
animada dependiendo de cuántos tripulantes llevabas a bordo; cuantos más
viajeros, más rutas posibles. Todos conocían el camino mejor que tú. De
modo que, cuando ya se te erizaba el moño de oír eso de “si condujese
yo ya habríamos llegado”, parabas el coche en mitad de la subida de
Azpíroz (cuando Azpíroz era Azpíroz y no esa mariconada en que se
convirtió con la autovía) y le decías al listillo: “Vale… pues conduce
tú”
Y entonces asumías el rol de copiloto tocahuevos. Y te pasabas
el resto de la ruta “Mete 4ª”. “Acelera”. “Frena que te vas a tragar el
camión a la bajada del puerto”. “Oye, tú el día que explicaron lo de la
distancia de seguridad no fuiste a la autoescuela, ¿no?”. Y le discutías
la ruta, diciéndole que era la tercera vez que pasabais por el mismo
punto, y que a lo mejor, y sólo a lo mejor, os habíais perdido. Y el
otro que no, que ibas a saber tú más que SU mapa, que decía que había
que seguir esa dirección. Y tú que igual su mapa estaba un poco
trasnochado, porque era de cuando todavía existía Castilla la Vieja… Y
así hasta que la visión del inconfundible fogonazo de los hombrecitos
verdes os dejaba mudos. A 120 en un tramo de 80. Y ya no abríais la boca
hasta que llegaba medianoche y no quedaba abierta ni una mala
gasolinera donde pararse a preguntar y teníais que aparcar donde fuera y
dormir en el coche. Y a la mañana siguiente, entumecidos pero más
espabilados, arrancabais el motor y veíais, a plena luz del día, que
habíais aparcado justo en frente del puñetero camping que no habíais
sido capaces de ver. Y a la vuelta de las vacaciones contabais la
aventura a todos vuestros amigos, y a los compañeros de trabajo, y a la
familia, y a los de la cola del súper, y al panadero….
Pero
aquello se acabó. La modernidad nos ha fabricado un copiloto mandón,
infalible y aburrido que nos da órdenes con su voz metálica, nos riñe si
no le hacemos caso, nos advierte si nos aproximamos a un rádar. Y nos
reprende si vamos demasiado rápidos, que algunos te pegan un toque de
campana que se te ponen los pelos como escarpias. Y creo que hasta tosen
cuando fumas.
En cuanto al copiloto, desprovisto ya de
función, se pasa el viaje dormitando, tecleando mensajes por el
whatsapp, tocando los botones del salpicadero y haciendo aviones de
papel con las hojas del mapa de carreteras.
Ya va por Castilla la Nueva.
La provincia donde estaba Madrid.
#SafeCreative Mina Cb