martes, 29 de octubre de 2013





DESPERTAR AL DRAGÓN
 
Despertar al dragón que descansaba
sobre la blanca alfombra del olvido,
resoplando sin ruido, quedamente,
apenas perceptible mas dañino.
 
Despertar al dragón cuando llevaba
durmiendo en su caverna más de un siglo…
Despertarlo después de haber pasado
mil pesares para lograr dormirlo.
 
Despertar al dragón, rugiente bestia,
mortal bostezo, espeluznante grito…
inmenso mastodonte que se agita
dispuesto a abandonar el sucio nicho.
 
Despertar al dragón, batir de alas
siniestro pajarraco, horrible bicho,
la negrura adueñándose del cielo,
triste sombra invadiendo el infinito.
 
Despertar al dragón, osada empresa:
don Quijote atacando a los molinos…
Despertarlo y armarse hasta los dientes:
despertarlo y luchar hasta abatirlo.

viernes, 25 de octubre de 2013




OTOÑO
 
Me gusta el otoño.
 
Mucho más que la primavera, tan florida, tan exuberante, tan escandalosa ella. Me gusta el otoño por su aire modesto y recogido, casi monacal. Me gusta sentirlo aproximarse cada año con su paso quedo, con su rostro tiznado de grises y amarillos, con esa apariencia de hombre sabio que viene de cumplir con una vida y se encamina dulcemente hacia la última estación de su existencia.
Me gustan sus mañanas frescas de chaqueta y sus atardeceres jubilosos y brillantes. Me gustan los rayos de sol que se filtran entre las hojas ocres y rojizas y pintan los árboles de mil tonos distintos. Me gustan sus bayas coloridas y discretas, esas bolitas negras, púrpuras y granas con las que se elaboran los licores que confortarán al espíritu durante los rigores del invierno. Me gustan las erizadas cáscaras de las castañas, que caen al suelo abriéndose en dos y dejando al descubierto su brillante fruto, y las tímidas setas solitarias que dormitan tras los troncos de los árboles, o que se exhiben, temerarias porque van en grupo, formando pequeñas isletas en las laderas de los caminos. Me gustan los regueros viscosos que los caracoles dejan a su paso, y los juegos atropellados de las camadas de gatitos silvestres que aparecen por doquier y que me miran entre interesados y huidizos cuando me acerco para intentar acariciarlos. Me gusta  cuando el viento desprende las hojas en diagonal, cobrizas siluetas lanceoladas dibujándose en el cielo de la tarde. Me gusta incluso la ciudad, fauna urbana mutable, abrigos y tirantes, chaparrones, carreras, soleadas terrazas, atardeceres calmos mirando escaparates.
Me gusta esa sensación de hallarse en tierra de nadie, esa tregua que nos aleja de los excesos del estío y nos sirve de entrenamiento para superar con éxito las tristes, próximas y frías jornadas invernales.
 
Me gusta el otoño.

jueves, 24 de octubre de 2013




NO HAY PASADO
 
¡Salta al vacío y vuela!
¡Rompe el espacio y vive!
 
No temas, no hay pasado
hoy, por fin, eres libre.
 
 
¡Báñate en un oasis!
¡Cuélate en un desfile!
 
No temas, no hay pasado
para quien lo decide.
 
 
¡Cuélgate de la luna!
¡Duérmete en el pupitre!
 
No temas, no hay pasado
cuando la vida sigue.
 
 
¡Baila sobre las brasas!
¡Grita hasta que te asfixies!
 
No temas, no hay pasado…
Sé siempre incorregible.

miércoles, 23 de octubre de 2013






NO HAGO OTRA COSA…
 
Hay días, como hoy, en que las musas
pasan de mí olímpicamente;
días en que en vez de la inspiración,
del genio arrebatado,
de la más arrolladora creatividad..
quien toma posesión de mi cuerpo,
de mi espíritu,
de mi existencia entera
es la incómoda nostalgia…
 
Y sólo los recuerdos me emocionan
llenando mi alma
de paz y de congoja al mismo tiempo.
Y me siento invadida por la ausencia,
por la nube de imágenes
que pueblan mi cerebro
como una enfermedad cíclica y persistente…
 
Y busco responsables:
el otoño- me digo…
la menstruación- me digo…
la distancia- me digo…
 
Y va despacio el día
arrastrando las horas, minutos y segundos…
Y el momento no llega:
la inspiración no acude,
el genio no me aborda,
no fluyen las ideas…
 
Y me acuerdo de ayer, de hace mil años,
las tardes de un estío
de aquella adolescencia cargada de emociones
y la radio sonando…
Y el hombre aquél cantando con desgana,
víctima, como yo, de la nostalgia,
contándome que en ese mismo instante
no era capaz de componer un verso
porque no hacía, qué coincidencia,
otra cosa que pensar en ti.


lunes, 21 de octubre de 2013




ESCRIBO…
 
Escribo, y mis ideas se transforman
en animados mástiles de tinta…
Escribo, y mis pesares se reflejan
sobre el espejo de las blancas líneas.
 
Escribo, y los dolores se atenúan:
grafismos con efecto de aspirinas…
Escribo, y los conflictos se desmembran
como el sol descompone la calima.
 
Escribo, y los deseos más secretos
se hacen máxima, cuento, poesía…
Escribo, y al amparo de las musas
me permito vivir distintas vidas.
 
 
Escribo, y los silencios angustiosos
que me encogen el alma y me intimidan
se mudan en tremendos alaridos
que espantan mis temores y me alivian.
 
Escribo, y al hacerlo los fantasmas
que sin ser invitados me visitan
se retiran vencidos, desbordados
por la fuerza del ángel que me habita.
 
Escribo, y escribiendo me reinvento:
me elevo varios metros por encima
de mi cuerpo, y así puedo enfrentarme
al dragón que me guarda de mí misma.

domingo, 20 de octubre de 2013





SIN EQUIPAJE
 
Lo peor no es ser diferente sino tomar consciencia de ello.
 
Y eso era precisamente lo que acababa de pasarle. Niño bonito de familia acomodada, buenos colegios, exquisita educación. Y desde bien joven francés y alemán, y educación bilingüe (inglés lógicamente) combinados con otras actividades lúdicas, artísticas e incluso deportivas. Porque papá y mamá no estaban dispuestos a dejar escapar ninguna de sus habilidades. Quién sabe si bajo su desgarbado aspecto no dormitaba un Billy Elliot.
 
Pero a él no le gustaba nada de eso. Y empezó a fumarse las extraescolares, que le aburrían soberanamente, y a pasar su recién recuperado tiempo libre paseando por las barriadas de la cuidad. Y descubrió un mundo que hasta entonces le habían ocultado. Descubrió la miseria, las gentes bebiendo por las calles, las madres mendigando a las puertas del mercado, el niño agarrado al pecho para conmover al personal… Nada temía porque nadie le había hablado de ese ambiente. Y es por eso que le sorprendían las miradas de asombro de aquéllos que no podían comprender cómo un chaval de otro barrio tenía el valor de pasearse por allí solo, a cualquier hora.
Su presencia se fue haciendo habitual y se convirtió en una parte del paisaje, como las farolas de pantallas reventadas a pedradas, como las papeleras desfondadas, como las chicas que se apostaban al atardecer en las esquinas. Y las gentes lo saludaban al pasar y le sonreían y hasta empezaron a hablarle. Utilizaban palabras que él jamás había escuchado, y le contaban cosas de las que nunca había oído hablar. Y así, poco a poco se fue convirtiendo en parte de esa comunidad extraña y marginal en la que podía refugiarse unas horas cada día para huir de su soledad.
 
Poco tiempo pasó antes de que su familia tuviera conocimiento de que no asistía a una sola de sus actividades vespertinas. No se anduvieron con bromas y contrataron a un agente que lo siguió y le tomó fotografías.  La condena fue inmediata e inapelable: traslado a un colegio británico. Se había terminado la aventura.
 
Hicieron las gestiones en un tiempo récord. Consiguieron que lo aceptaran pese a que el curso estaba a punto de acabar. Aprovecharía las vacaciones de verano para asistir a varios talleres. Con suerte le dejarían venir en Navidad. Era la forma en que sus padres solucionaban todos los problemas.
 
Despuntaba el sol cuando salió de casa en silencio y de puntillas, como los fugitivos. Se fue con lo puesto, unos vaqueros, una camiseta y esas botas a las que su madre tenía tanta manía.
 
No cogió llaves, ni dinero. Ni siquiera su teléfono.
 
No iba a necesitarlos para el viaje que se disponía a realizar.

 


viernes, 18 de octubre de 2013





LAS MALETAS Y EL PAÑUELO
 
Solicitó al recepcionista que le pidiese un taxi para ir al aeropuerto y se sentó a esperar en uno de los sofás colocados en frente de la puerta, lo que le permitía ver el trasiego de la ciudad a través del cristal. Autobuses abarrotados, vehículos antiquísimos, motocicletas destartaladas, bicis herrumbrosas… Todo era válido para desplazarse en un país donde el ingenio se esforzaba en suplantar a la tecnología.
 
La mujer se  hallaba sentada al otro lado del vestíbulo y la miraba fijamente, sin ningún disimulo. Ella la miró a su vez. Le resultaba difícil adivinar la edad de las chicas  sin verles el rostro, pero le calculó unos 35 años como mucho. Y desde luego una posición acomodada. Iba envuelta en satén rosado: el pantalón liso, la chaqueta con un suave estampado y el pañuelo (probablemente de seda) de color salmón. Parecía hermosa, y según la ley islámica debía de serlo a juzgar por la forma en que se cubría la cara. Jugueteaba distraídamente con las asas del bolso y, de vez en cuando, echaba una mirada a la puerta del ascensor para después volver a posar sus ojos sobre la mujer occidental.
 
Ella la observaba también, ya sin ningún pudor; intentó imaginarse en su piel; encerrada en sedas, ocultos sus cabellos... Seguramente no trabajaba, y tendría al menos dos o tres niños… quién sabe si incluso nietos. En caso de tener hijas estaría buscando un marido para ellas… se haría cargo de la casa, de su familia, de los mil y un asuntos que a ella le resultaban tan ajenos.
¿Qué pensaría?- se preguntó… Allí sentada, inusualmente  sola… quizá su mirada no era sino un guiño de complicidad, una demanda de atención, la petición de ayuda de una mujer que no estaba acostumbrada a esperar en vestíbulos… y la miraba para que ella le devolviera la mirada, para sentirse acompañada, confortada, segura… O pensaba, pobre mujer occidental… no siente ningún pudor por enseñar sus cabellos, la dorada piel de sus brazos, la desnuda curva de su nuca…
Quizá, se dijo, observaba sus ropas, tan diferentes… la falda hasta debajo de la rodilla, el redondeado escote del jersey… Había preferido, para aquel viaje y pese al calor, olvidarse, en parte por respeto y en parte por precaución, de transparencias y tirantes. Una mujer sola, ella lo sabía bien, ha de pasar lo más desapercibida posible.
O a lo mejor lo que realmente sentía era lástima… de su soledad, de su desamparo, de los inconvenientes que conlleva la independencia frente al confort que siempre viene de la mano de una buena boda.
 
La puerta del ascensor se abrió. Dos hombres vestidos con traje y corbata atravesaron el vestíbulo. Ella se levantó, se arregló el pañuelo y se dirigió tras ellos hacia el taxi que les aguardaba. Antes de salir dio un ultimo vistazo hacia los pies de la extranjera.
 
El lugar donde descansaban sus maletas.

 


jueves, 17 de octubre de 2013





EL ÚLTIMO DÍA
 
Las últimas semanas habían sido duras. Muchísimo. Desde el momento en que lo supo se hallaba inmerso en un estado de ánimo en que se mezclaban la angustia y la euforia, la tranquilidad y la impaciencia, la imprudencia y la más absoluta sensatez. Y ese deseo a veces irrefrenable de proclamarlo a los cuatro vientos, de mandar todo al carajo, de poner las cosas en su sitio de una vez.
 
Hasta que llegó el gran día.
 
Se levantó con el alba y callejeó hasta la hora de apertura de los bancos. Había concertado una cita con el director de al sucursal. Canceló la hipoteca y el préstamo del coche y anunció su intención de retirar hasta el último céntimo. El banquero le ofreció regalos, intereses preferentes, tarjetas gratuitas, acciones a bajo coste… En fin, todas aquellas cosas que jamás le había propuesto a lo largo de los más de veinte años en que su apartamento y él habían formado pareja de hecho con la institución.
 
Cumplido este primer trámite se dispuso a afrontar el segundo: se presentó media hora tarde en el almacén donde trabajaba desde que era un crío y del que le habían despedido varias veces para no tener que pagarle antigüedad. Era la primera vez que no llegaba puntual pero eso no fue excusa para que su jefe le montase una bronca fenomenal. Se puso el buzo en silencio y comenzó la jornada. Fue preparando los pedidos al tuntún, como le parecía, mezclando unos con otros. Atendió a los clientes con arreglo al trato que éstos le dispensaban, esto es, era correcto con unos, desagradable con otros y borde con quienes lo merecían. Esto sorprendió a ciertos individuos que acostumbraban a que el chaval aguantase sus impertinencias sin mover un músculo. Mientras tanto su jefe se ocupaba de atender el teléfono encerrado en la oficina. Cuando salió montó en cólera. Su empleado discutía acaloradamente con un mayorista y además estaba colocando los palets de cualquier manera, sin orden ni concierto. Comenzó a gritar como un poseso y le dijo que una vez terminada la jornada se quedaría a organizar aquél desastre. Eso o lo ponía en la calle por conducta negligente.
 
Continuó su labor en silencio, sacando mercancía de su sitio para meterla en el lugar equivocado. A media mañana llegó un cliente especialmente impertinente. Él pensó que vaya suerte había tenido de coincidir con él precisamente aquél día. Bajó de la máquina para atenderlo y cuando el hombre se dirigió a él con su habitual grosería le entregó los guantes y le contestó que si quería la mercancía o bien se la pedía con educación o bien podía ir preparándosela él. Se lo dijo mirándole a los ojos, sin levantar la voz, su nariz pegada a la del otro. Ese hombre le había insultado durante años y nuca jamás le dijo nada porque era un cliente de peso, tenía mucha pasta y, ya se sabe, a la gente con pasta se le perdona todo.
 
El individuo se dirigió a la oficina hecho una fiera y volvió acompañado del jefe, que no podía creer lo que estaba pasando. Tal era el griterío que el empleado de seguridad se presentó en el recinto justo en el momento en que el empresario estampaba un puñetazo en la cara de su subordinado, rompiéndole la ceja y provocando una hemorragia. El chaval se quitó el buzo y los guantes, los puso en las manos del energúmeno que hasta ese momento había sido su pesadilla y su sustento, lo llamó cabrón de mierda y salió a zancadas del almacén, ahora convertido en un caótico bazar.
 
El guardia de seguridad corrió tras él intentando hacerle entrar en razón.
-No seas loco, tío- le dijo- mira que a nuestra edad lo de encontrar otro curro está muy chungo… Vuelve y pídele disculpas, tío… Tú eres un profesional… Todo puede arreglarse.
 
Se encaró con su amigo y soltó una carcajada:
-¿Te acuerdas del boleto del Euromillón del mes pasado? ¿Ese que sellaron el la administración de la plaza y de cuyo propietario nadie sabe nada? Pues era yo, tío… Y esta mañana por fin me lo han pagado.

miércoles, 16 de octubre de 2013




AL FIN SOLOS
 
No le sorprendieron sus palabras. En absoluto. Llevaba meses oliéndose algo raro; él no era ni de lejos el hombre atento y dulce al que había conocido tiempo atrás y que, ella fue consciente desde el primer momento, la amaba con locura. Y en cuanto a la otra, siempre supo de su existencia y del interés que tenía hacia su hombre, pero confió primero en la promesa de él de mantenerla a raya y segundo en que la intrusa acabaría cansándose más tarde o más temprano.
 
Pero la rival era constante y un tanto oportunista y aprovechó bien esos meses que ella tuvo que pasar en el extranjero a causa de un asunto laboral y durante los cuales fue sintiendo cómo la adoración de su compañero se iba disipando poco a poco, y cómo la evitaba, y cómo sus llamadas eran cada vez más escasas y más cortas.
 
Cuando se enteró la llamó por teléfono para pedirle explicaciones. La otra le respondió que la culpa era de ella, que era una egoísta que no pensaba más que en su trabajo y que si se hubiera quedado en casa nada hubiera sucedido, porque él, le remachó, la amaba con locura. Pero estaba un poco harto de sus idas y venidas. Y necesitaba distraerse un poco. Le dijo que su intención no había sido en ningún momento la de separarlos, pero que se pusiera en su lugar: lo quería y había luchado por él hasta conseguirlo. Ya se sabe, terminó, que todo es válido en el amor y en la guerra.
 
Cuando  llegó a casa su cuerpo colgaba de la lámpara del pasillo. Sobre la mesa de la cocina había un sobre con dos cartas: una para él y otra para ella. Se la entregó después del funeral, en un café. Le había pedido que por favor no asistiera a las exequias.
 
Nunca más quiso volver a verla.


martes, 15 de octubre de 2013




EL DOLOR
 
Es el dolor nube gris,
sucio velo en los ojos,
tupida red de araña
que llega a los rincones
y emponzoña el cerebro
sumiéndolo en tinieblas.
 
Es el dolor negra luz,
vertical zanja oscura,
descomunal vacío
por que se precipitan
uno detrás del otro,
todos nuestros anhelos.
 
Es el dolor alquitrán,
torrente envenenado,
pesadilla sanguínea
que a menudo transforma
el oxígeno en bilis
y pudre el corazón.
 
Es el dolor confusión,
enfermedad del alma
sin causa definida,
sin remedio infalible,
sin síntomas concretos…
Es tenaz el dolor.


domingo, 13 de octubre de 2013


 
 
EL LECTOR
 
No pudo resistirse al magnetismo de su sonrisa y decidió cortejarla, pero dulcemente para no ponerla en fuga, como le había sucedido tantas otras veces. De modo que la fue rondando poco a poco, hoy un encuentro casual, mañana un dejarse caer por el café que frecuentaba intentando colocarse cerca y hacerse notar discretamente, sin alharacas ni miradas indiscretas. El hombre sencillo que leía a Borges en la mesa de al lado. Seguro que ella, amante de la poesía como era, se acabaría dando cuenta de que él existía.
 
Pero el corazón de ella estaba tan libre y tan revuelto que ni siquiera se percató de su presencia. Sobre todo cuando sus pupilas se fijaron en otra sonrisa que a su vez había reparado en la suya casi al mismo tiempo en que lo hicieron los ojos del otro admirador. Y su espíritu y su cuerpo se abrieron en canal, como el mar rojo en la biblia, para dejar penetrar a ese nuevo amor que venía a llenar su vida de luz y de alegría. De modo que el día en que el lector se decidió al fin a depositar a Borges sobre la mesa de ella e invitarla a un café supo que había esperado demasiado tiempo.

sábado, 12 de octubre de 2013






DESPUÉS…
 
Hoy me han vuelto a hablar de ti
después de todo este tiempo:
me han contado que estás triste,
que estás roto, que estás muerto;
que estás como adormecido
por un hipnótico sueño,
entre increíble y amargo,
entre irreal y violento,
entre dudoso y extraño
y tan brutal como cierto…
 
Como el reloj que te advierte
que nunca se para el tiempo
aunque quieras evitarlo…
y te niegues a creerlo.
 
¡Mi querido soñador…!
¡Mi frustrado amor secreto…!
 
Ahora tus risas son llanto,
tu seguridad es miedo,
tu ilusión es pesimismo,
tu alegría desconsuelo,
y tu pasión una mezcla
de desprecio, rabia, celos,
desesperación, tristeza
y ante todo, desconcierto.
 
Después de dejarlo todo,
de comenzar desde cero,
de adoptar otras costumbres,
de inventarte otro universo…
No eran sólo las estrellas
las habitantes del cielo…
No eran de algodón las nubes
como un día te dijeron…
 
Media vida te ha llevado
ver que la vida no es sueño.

viernes, 11 de octubre de 2013






LAS MODERNAS ODISEAS
 
No es cierto que la aventura habite solamente en la selva, o en el trópico, o en el culo del mundo. No es cierto que para vivir emociones fuertes haya que apuntarse al equipo de “Al filo de lo imposible”. No es cierto que para experimentar una odisea como la de  Homero sea necesario atravesar una buena parte del planeta.
 
No. A veces basta con montar en autobús.
 
Y es que sólo los que somos lo bastante pobres como para no poder permitirnos un billete en el Ave cada vez que tenemos que viajar al quinto pino conocemos lo que son las emociones fuertes. Ni punto de comparación, oiga, con toda esa parafernalia aséptica y paranoide de los aeropuertos, donde hasta te pasan un detector de explosivos por la escayola si viajas con un brazo roto. O con los andenes de alta velocidad, donde los perros te huelen, los polis te observan y los detectores te escanean. Y eso por no hablar de la enorme ventaja de que si vas en bus  tú puedes viajar con un cadáver dentro de la maleta que, mientras lo lleves bien embalsamado y no tengas la mala folla de que ese día hagan un control de policía, te puedes recorrer medio continente con el fiambre y aquí no ha pasado nada. Bueno sí, que te ahorras el ataúd especial y el transporte del finado, que cuestan un ojo de la cara.
 
Pero a lo que iba. Un viaje internacional en autobús le da sopas con honda el low-cost. Primero porque es más barato, segundo porque no te cobran un riñón si la maleta no cabe en el cesto para pollos habilitado al efecto y tercero porque si el chófer se pasa veinte pueblos puedes levantarte y abroncarlo hasta que te canses o hasta que te amenace con dejarte en la próxima parada. Y es que el cartelito ese de “prohibido hablar con el conductor” se lo pasa la gente por debajo del arco del triunfo.
 
Y luego ya está el ambiente, la calidad humana… Y es que una travesía de doce horas da para mucho. Hasta para que te pare la policía, metan al perro en el bus y se lleven la mochila de un chaval que alucina en colores porque lo más tóxico que lleva encima es una lata de cocacola. Y es que el pobre can estaría muy puesto en asuntos de narcotráfico, pero hasta al mejor sabueso le puede traicionar el instinto si le ponen delante un bocadillo de panceta. Claro que lo mejor es la cara de gilipollas que se le queda al madero cuando el conductor le dice que a ver si le dan de comer más a menudo al chucho porque van tres veces en un mes. Que ya les vale.
Pero lo cierto es que al final acabas haciendo amigos. A la fuerza pero acabas haciendo amigos. Sobre todo cuando tu vecino de asiento es un señor que no calla ni debajo del agua y que además es insomne y fumador compulsivo. Porque esa es otra: los fumadores que pretenden que el bus pare cada veinte minutos porque quieren hacer pis y acaban discutiendo con el conductor, que no es tonto y que se huele la tostada y que insiste en que él no va a hacer más paradas que las reglamentarias, oséase esas que tiene pactadas con las áreas de servicio donde, por el mismo precio, te puedes dar un paseo. En realidad es como salir a estirar las piernas por la Gran Manzana, sólo que en vez de entre rascacielos paseas entre camiones.
 
Estas paradas sirven también para comprobar cómo el ser humano puede aclimatarse a los ambientes más hostiles. De hecho, cuando tú llevas, qué se yo, nueve horas en el bus, te has convertido en una especie adaptada al hábitat. Sólo cuando sales al exterior te das cuenta de que existe una atmósfera paralela a la del habitáculo en el que hasta hace un minuto dormitabas de lo más tranquila. Y es que cuarenta personas, algunas descalzas, encerradas durante varias horas en un recipiente hermético con sus plátanos, sus naranjas, sus cervecitas, sus bocadillos de chorizo, sus halitosis y sus pequeños gases son la prueba a la que a mí me gustaría someter a esos sistemas de renovación del aire que llevan los cohetes de la Nasa.
 
En fin… que visto lo visto no entiendo yo cómo a ningún canal televisivo se le ha ocurrido aún montar un Gran Hermano dentro de un autobús en marcha.
 
Eso sí, lleno. Porque los concursantes se iban a dar de tortas para que los nominasen.

martes, 8 de octubre de 2013





EL EXTRANJERO
 
Mil países y mil lenguas lo habitan,
ha contemplado mil amaneceres
desde los cuatro puntos cardinales
y ha visto el mar teñirse en mil colores.
 
No es de nadie y a nadie pide cuentas,
no distingue el color, salvo en los ojos,
nunca ha necesitado un diccionario
para dormir o para alimentarse.
 
No tiene patria, no tiene gobierno,
se mezclan las monedas en sus manos
perdiendo su valor, simples metales
cuando sus pies traspasan la frontera.
 
Es hoy de aquí y mañana de otra parte,
hace mil vidas que dejó su nido:
ha vivido mil vidas desde entonces
y guarda mil paisajes su mirada.
 
No amarrará su barca a ningún puerto,
no guardará sus botas polvorientas,
no dejará que nadie le retenga…
El camino es su ruta… y es su casa.

 

 

 

 

 


lunes, 7 de octubre de 2013





DOS PALABRAS
 
Te quiero son dos palabras:
las puede decir cualquiera;
basta con saber hablar,
no hace falta ir a la escuela.
 
Te quiero es el Corte Inlglés
tanteando tu cartera,
te quiero son armaritos
repletos de bagatelas.
 
Te quiero es el resultado
de un atracón de cerveza,
de un calentón repentino,
de una noche de verbena…
 
Te quiero es un culebrón,
un bolero, una ranchera…
Te quiero es el desenlace
de una peli taquillera.
 
 
Te quiero y tanto te quiero
que me falta enciclopedia…
… Y al decir te quiero siento
que te quiero sólo a medias.