lunes, 28 de enero de 2013

 
 
EL TRUCO
 
Andaba el pobre mago muy quemado aquella tarde: entre la maldita crisis y la policía local le estaban haciendo la puñeta. Apenas había reunido unas monedas en su chistera negra. La gente pasa y mira pero no saca las manos del bolsillo, pensaba. Y el atardecer se aproximaba, amenazante y sombrío, anunciándole que tampoco esta noche tocaba cenar caliente. Vivía de okupa en una casa abandonada con unos colegas. No era un tipo marginal, ni conflictivo, ni ninguna de esas pamemas que se inventan los sociólogos para justificar su sueldo.
Era un artista: incomprendido, bohemio, idealista…
 
Un artista, en fin.
 
Pero incluso un artista tiene necesidades que cubrir, de modo que cuando aquella señora de enigmática sonrisa colocó delante de sus narices un billete de 50 € y le dijo, señalando al llorón y revoltoso gatito que su nieto traía entre los brazos y que parecía tener a la señora bastante descontenta: “Son tuyos si lo haces desparecer en tu chistera”, al mago se le pusieron los ojos como platos.
 
Cogió al animalillo que la vieja había arrancado de los brazos del niño y lo introdujo en el sombrero. Cerró los ojos y se concentró en el sortilegio. Era complicado, porque la criatura no paraba de llorar y de llamar a su gatito. Al mago el niño le dio un poco de pena, y al menos en un par de ocasiones abrió los ojos, miró al chaval e introdujo sus manos en el interior de la chistera. El animal era suave, estaba calentito y le lamía los dedos con dulzura… tenía que ser un compañero de juegos estupendo, se dijo mientras la vieja sacudía el billete ante sus ojos, haciéndole sentirse como Pinocho ante Pepito Grillo.
 
Le pudo el ruido de las tripas. Colocó la chistera sobre una de sus manos y la cubrió con la otra. Pronunció las palabras mágicas y una nube de denso humo envolvió durante unos segundos su oscura silueta.
 
Al disiparse la humareda, la anciana tomó a su nieto de la mano y le dijo:
“¿Has visto, mi niño, qué mala es la ambición?”

domingo, 27 de enero de 2013



FÚTBOL Y CHOCOLATE
 
Hablaban esta mañana en la radio de los domingos de la infancia: del frío invierno salpicado de tardes de fútbol y películas de Fred Astaire. Los domingos de la infancia, en blanco y negro y heladores, sin calefacción, jugando al Monopoly en casa de una amiga después de haber llorado a moco tendido delante de la tele, contemplando las evoluciones de la familia Ingalls, que hay que joderse la mala suerte que tenían los pobres.
 
Los domingos de invierno eran muchos, y largos. No se podía jugar en la calle, ni ir a la piscina. El invierno era un asco. Y los domingos un aburrimiento.
Y una tortura.
 
Al menos para mí, que un domingo de cada dos y nada más comer me ponían los calcetines largos y el abrigo y se me llevaban al fútbol, donde mi padre intentaba sin éxito explicarme las tácticas del juego, la composición de las alineaciones y el lugar de donde provenía el equipo contrario.
Pero yo no hacía ni caso, concentrada como estaba en conseguir que mis dientes dejaran de castañetear, y contemplando la costra de mis rodillas, siempre cubiertas de tiritas o de pústulas a medio arrancar. Eran los años de las falditas plisadas con imperdibles delante, de las piernas desnudas, del despegue económico que aún no nos había instalado en eso que se ha dado en llamar “el estado del bienestar”. El frío que yo pasé aquellas tardes ha quedado impreso a fuego en mi memoria. Quizá de ahí me venga la aversión que aún siento hacia el deporte rey.
Y es que, a la vuelta al hogar, me encontraba de nuevo con el fútbol. Esta vez en la pantalla. Y no servía de nada rebelarse, porque entonces era el cabeza de familia quien tenía la suprema autoridad. Y no había ni mandos a distancia ni segundos televisores: era fútbol o fútbol.
 
Menos mal que en casa había un ángel que me comprendía. Menos mal que estaba ella, mamá, que se apiadaba de mí, de mi disgusto, de mi aburrimiento, de mis rodillas costradas y del frío que habitaba mis entrañas, y me ofrecía, cada domingo y al caer la tarde, un tazón de chocolate caliente con pan tostado en el horno de la cocina de carbón.
 
Y con esa reconfortante merienda yo me reconciliaba con el mundo, con el cierzo, con mi padre y hasta con el Tudelano. Y me decía que qué demonios, que tampoco era tan grave que el fútbol siguiera existiendo mientras existiera también el chocolate.

jueves, 24 de enero de 2013


CONCILIACIÓN FAMILIAR
 
Mi amiga Maribel, que es abogada,
me confiesa que al fin ha descubierto
la fórmula ideal para el concierto
de sus facetas pública y privada.
 
Su madre, me comenta está encantada
de atender a los niños y, por cierto
aún suele dedicar sus ratos muertos
a ocuparse del piso y la colada.
 
¡Qué contenta se va a poner mi madre
de poder ocuparse de su nieta!
-me dije- y antes de acabar la tarde
me presenté en su casa, nada inquieta
 
Pero apenas solté dos o tres frases...
¡Me mandó la mujer a hacer puñetas!

martes, 22 de enero de 2013



EL MANTRA


Contemplaba sus evoluciones, las piernas cruzadas, sentada sobre la cama, la cabeza gacha, los ojos hinchados por el llanto.

Y una frase que no se le caía de la boca:
“Te quiero”


La repetía una y otra vez, con devoción y al tiempo con desgana, sin esperanzas ya; como un mantra que ha perdido su sentido a fuerza de entonarlo; como las palabras mágicas que ya no consiguen hacer salir objetos del sombrero. La fórmula infalible se había convertido en un puñado de letras agrupadas; en un placebo que el paciente descubre y que, de repente, deja de curar.

 
Sólo cogió lo imprescindible. Y salió de la casa sin un gesto, sin un reproche.
Sin un mal portazo.

 Ella siguió, sentada, fijos los ojos en los dibujos de la colcha, ya sin lágrimas, sin voz.

Vacía el alma.

miércoles, 16 de enero de 2013

 
 

SILENCIO
Vuela el silencio, viento entre las nubes...
ruge el silencio, viento entre la arena...
baila el silencio, viento entre las rocas...
tiembla el silencio, viento entre la hierba…
 
Llena el silencio puro la distancia,
surca el silencio puro las tinieblas,
muestra el silencio puro la sonrisa,
calma el silencio puro la tormenta.
 
Brota el silencio libre en las entrañas:
luz interior que borra la tristeza.
Goza el silencio libre, goza el alma:
paz de quien del silencio paz espera.
 

martes, 15 de enero de 2013

 
 
DESMONTANDO MITOS
 
La verdad es que crecer es una faena. Reconozcámoslo. Porque no para uno de llevarse disgustos.
 
Para empezar, tú estás en el parque jugando, viene un perro y le tiras del rabo. Y luego viene tu madre y te tira de las orejas. Y, cuando le preguntas por qué, te dice que a los animales no hay que hacerles daño. Y a ti, que no tienes edad todavía para desarrollar ante tu madre una tesis doctoral acerca de la conveniencia de rajar al lobo de Caperucita, o de convertir en caballos a dos pobres ratas en la Cenicienta, o de matar a no sé cuantos dragones en la Bella Durmiente, no te queda otra que callarte.
Que así estamos ahora: el lobo en riesgo de extinción, las ratas escondidas por las alcantarillas y a los dragones, ya veis, ni siquiera hemos llegado a conocerlos.
 
Ahí es donde empieza uno a crecer y a darse cuenta de lo que es la vida, y empiezan a desmontarse los mitos. Cuando los cuentos que te han contado de pequeño no tienen una aplicación práctica en la vida real, y te obligan a comerte las manzanas coloradas en el comedor del colegio y no puedes decirle a tu padre que su encantadora segunda esposa se porta contigo como una bruja, porque lo achaca al trauma de la separación y te manda al terapeuta.
Luego, a eso de los 8 años viene lo de los Reyes Magos, que no sólo te sirve para no volver a recibir un juguete por navidad hasta que les compras a tus hijos la Play, sino que además desmonta el más importante de los mitos de la infancia: que los padres no mienten.
Más tarde te vas dando cuenta de que tu infancia, que se supone que es el período de la existencia que determina nuestra personalidad, no es sino una sucesión de mentiras que se van desvelando con el paso de los años.
 
Y de que los padres son unos embusteros profesionales.
 
Vamos a ver: empiezan mintiéndote acerca de tus propios orígenes, que es la base de la existencia: te cuentan unas historias increíbles. Y lo peor es que, como entre ellos no se ponen de acuerdo, cada uno te mete una bola distinta. Tú vas a tu padre y le dices: - ¡Papá, papá!, que mamá me ha dicho que los niños salimos de la tripa de la mamá. ¿Por dónde?¿Por el ombligo?¿Y cómo cabemos por ahí?¿Tan pequeños nacemos? Y, si nacemos tan pequeños ¿por qué no nos escurrimos por entre los barrotes de la cuna?¿Y por qué el niño de la del 5º, cuando volvieron del hospital la semana pasada, pesaba más de cuatro kilos?¿Tenía el ombligo pequeño y se lo sacaron por la boca?¿Y por qué entonces no llevaba las marcas de los dientes en la frente?¿Y por qué era negro si los vecinos son blancos? Y si es negro, ¿tendrá el pito más grande? Porque dicen que los negros tienen el pito más grande que los blancos ¿Es verdad, papá?¿Tú has visto alguna vez el pito de un negro?¿Y el pito de un hombre?¿Y por qué las mujeres no tenemos pito?¿Y....... ?
 
Y tu padre, que ya se ha perdido las dos últimas entradas a puerta de Messi, y que es culé de toda la vida, gira la cabeza unos 300 grados, te mira con odio y te dice, empleando el tono de la niña del exorcista:- Oye, mocosa del demonio, ¿por qué no vas a preguntarle todo eso a tu madre? - Porque cuando lo intenté me echó de la habitación y me dijo que los hombres entendéis más de pitos y todas esas cosas. Y que os movéis impulsados por la cola, como los espermatozoides. ¿Qué es un espermatozoide, papá? - Es el mejor amigo de Ken - ¿De Ken, el novio de Barbie? - Sí, del novio de Barbie. Es el amigote con el que se va de putas todos los Viernes por la noche, mientras Barbie se va al salón de belleza con sus amigas. El mismo que se la tira sobre la mesa de la cocina cada vez que tiene ocasión. - ¿Qué se tira?¿Qué es irse de putas?¿Qué...?
-¡¡¡¡¡¡¡Gooooooooooooooooool!!!! ¡¡¡¡¡Gooool de Cristiano Ronaldoooooo!!!!
 
Así que acabas rebuscando por los armarios y al fin encuentras una colección de revistas donde más o menos te pones al día acerca de las putas y los pitos. Y, desde luego, decides desde aquel mismo momento que según que tipo de consultas nunca van a ser atendidas por tus padres. Algunos años más tarde te das de morros con el mito del primer amor, que no es ni muchísimo menos como en las películas. Descubres algo que debería servirte de enseñanza para toda la vida: los poemas que te escribe tu novio no sólo se los ha copiado a Bécquer, sino que además lo ha hecho por indicación de su amigo Pablo, porque él desconoce la existencia de la poesía. Precisamente será Pablo quien te sirva de paño de lágrimas cuando tu novio consiga llevarte al huerto y empiece a pasar de ti. Entonces, Pablo se convertirá en tu amor platónico e imposible de toda la vida. Será tu mejor amigo y te elegirá como madrina de su boda cuando su madre se niegue a acompañarlo en un acto en que jure amor eterno a un fontanero de 1,90 metros de altura y 85 kilos de peso. Con ello caerá el segundo mito más importante después del de los Reyes Magos: los hombres sensibles y comprensivos NUNCA son heterosexuales. Pero, pese a todas estas experiencias, serás lo suficientemente masoquista como para decidir irte a vivir con tu chico.
La búsqueda de piso hace caer el mito de Superman. Sí, porque cuando encuentras el piso que puedes pagar, descubres que no sólo eres capaz de oír a través de las paredes, sino que además adivinas el porvenir. En cuanto oyes volver a los del piso de arriba a más de las tres de la mañana, vaticinas: Esta noche tienen bronca. Y de las gordas. Y así es.
Un par de años más tarde te planteas la maternidad y se viene abajo otro de los mitos: el de la conciliación familiar. Y es que tú, que trabajas en una empresa privada, no consigues que tu jefe entienda que, si has dejado a la niña con 39 de fiebre, quieras llamar a media mañana a ver qué tal está. Para estas alturas, el mito de compartir las tareas domésticas y paterno-maternales con tu pareja ya está más que enterrado, de modo que intentas apañarte el tiempo como buenamente puedes y un día, a punto de cumplir los 39, te miras en el espejo y te das cuenta de que lo tuyo sólo lo solucionan el bótox o el divorcio.
Y optas por el bótox. Y, cuando ves los resultados, descubres que lo de que la arruga es bella no sólo es un mito, sino también una trola más gorda que la de la cigüeña.
Precisamente a raíz de lo del bótox los amigos de tu pareja empiezan a tirarte los tejos. El se acojona, decide ponerse las pilas, echarte una mano con la casa y la cría, empezar a hacer footing, leer a Neruda y empollarse el Kama Sutra.
 
Y precisamente en ello estáis una noche, desmontando el mito de que el declive sexual empieza a los 40, cuando la nena entra en la habitación clamando como una magdalena: - ¡Mamá!¡Papá! ¡Que me ha dicho la Vanesa que los Reyes no existen, que son los padres, y que este año me van a traer un chándal del Eroski en lugar de la PlayStation!
 
¡Hosti!¡Si estáis follando!

domingo, 13 de enero de 2013

 
 
ÉRASE UNA VEZ….
 
Érase que se era, en un país muuuuy lejano, una joven princesa que vivía feliz en el palacio de su padre. Tenía todo lo que una muchachita de aquél tiempo podía desear: un ama que se hacía cargo de ella sin agobiarla demasiado, una orquesta que tocaba sus piezas favoritas, una habitación enorme desde la que divisaba todo el reino y un padre que le consentía todos los caprichos, ya que era la única hija que había tenido. Y, por tanto, aquélla que un día heredaría el trono.
 
A la princesa le gustaba pasear por el jardín y mirar a los animalitos. Incluso les hablaba, pese a los reproches del ama, que pensaba que ni el contacto ni muchísimo menos la conversación con bestias eran dos actividades propias de una futura reina.
 
Pero de nada servía. Porque la muchacha era terca como una mula. Y se aburría bastante, puesto que al no tener hermanos, ni primos, ni amigas en el palacio qué mejor interlocutores que los pájaros, los peces o las gallinas, que la escuchaban, y le respondían en sus lenguajes extraños e incomprensibles, que ella se esforzaba en traducir. Y que a veces creía poder descifrar.
 
Fue por ello que no la sorprendió en absoluto que aquél sapo la saludase una mañana desde la charca: “Buenos días, princesa”- le dijo. Y a ella le pareció de lo más normal. Y se sentó sobre la hierba, y charlaron durante todo el día, y durante el siguiente, y el siguiente al siguiente… y así hasta que terminaron por enamorarse, y la princesa, que siempre había sido risueña y optimista, empezó a dolerse de su suerte, a maldecir su destino por querer con locura a alguien con quien jamás podría consumar su amor.
 
Hasta que sus súplicas llegaron a oídos del hada de la comarca, y ésta le concedió el deseo de hacer que su amado sapo se convirtiera en hombre: un apuesto y gentil caballero que encandiló a sus padres y con el que fue desposada de inmediato.
 
Pero la vida de un príncipe mola menos que la de un batracio; y poco les duró la felicidad. Porque, una vez pasada la noche de bodas, el doncel fue enviado a otro reino para participar en unas gestas. Y después a un concilio. Y luego a una guerra. Y más tarde a otra. Y a continuación a un nuevo torneo. Y así sucesivamente. Sólo de vez en cuando el príncipe pasaba unas horas en el castillo, encerrado en los aposentos con su esposa, antes de ser nuevamente arrancado de sus brazos para enviarlo a una nueva empresa.
 
Y eso no era lo que ellos querían. A ellos lo que les gustaba era charlar, mirarse a los ojos durante horas, pasear por el jardín… Y tanto el príncipe como la princesa empezaron a añorar enormemente aquellos días en que ella se sentaba sobre la hierba y él trepaba hasta sus faldas, y hablaban de mil cosas, y ella pasaba sus finos dedos sobre su piel viscosa, y algunas noches, incapaz de soportar el dolor de separarse, lo llevaba a su cuarto escondido entre sus ropas y lo sumergía en un barreño de cobre, junto a su cama, y dormía con la mano alrededor del cuerpo de su amado.
 
Tanto lloraron la princesa y el príncipe que sus lágrimas se transformaron en salada lluvia, llegaron hasta el hada y ésta obró el prodigio; el doncel retornó a su forma primitiva.
 
Ella hizo creer a todo el mundo que había muerto en la guerra. Se vistió de negro de pies a cabeza y jamás se volvió a casar. Reinó en soledad. Construyó un gran estanque justo al lado de la entrada del palacio; lo llenó de nenúfares y allí instaló a su amado, al que siguió ocultando, como antaño, cada atardecer entre sus ropas para conducirlo a sus aposentos donde, una vez caía la noche, el animal se transformaba en hombre para metamorfosearse de nuevo en batracio con las primeras luces de la aurora.
 
Fue su secreto. El de ellos dos y el del hada.
 
Y colorín, colorado…
 
 

sábado, 12 de enero de 2013

 
 
RESACA
 
Un sueño de adolescencia,
la esencia de un cuento de hadas;
un amor al que los años
han convertido en resaca.
 
El molesto e incansable
sonido de una chicharra;
la persistente jaqueca
que ningún remedio calma. …
 
Y un pensamiento al que el tiempo
va transformando en un mantra:
 
"¡Quién estuviera en la piel
de ese imbécil de las barbas….!"

viernes, 11 de enero de 2013

 
 
ROMEO
 
Nos conocimos un atardecer de verano. Yo pasaba por allí, como de costumbre bastante despistada, a lo mío, los cascos en los oídos y pensando en las avutardas. En la Luna de Valencia, en fin…
 
El sonido de su voz me sacó de mi ensimismamiento y entonces lo vi; bello y oscuro, ágil, hermoso; su pelo brillante, sus ojos negros. Y esa nariz chata, húmeda, agrisada.
 
Era lindo, me dije, y me acerqué con cautela. Primero nos miramos, luego le tendí la mano y finalmente sacó medio cuerpo por entre la valla para aproximarse a mí. Y de ahí al intercambio de caricias y lametones no hubo más que un paso.
 
Sé que coqueteaba con todos los paseantes, pero nunca me importó. Nunca le exigí fidelidad, y él a mí lo mismo. Pero parece ser que su dueño es de natural celoso y no estaba muy de acuerdo con que se dejase tocar por cualquiera. De modo que poco a poco nos lo fue poniendo más difícil. Un día le cerró el paso por el costado por que habitualmente nos saludábamos, pero eso no impidió que buscásemos otro rincón para nuestro diario intercambio de caricias. De modo que a la valla siguió una tapia de madera, y a ésta una red cuya finalidad era la de impedir cualquier tipo de contacto.
 
Excepto el visual. Porque si yo me acerco lo bastante, y una vez que mis ojos se habitúan a mirar por entre las fibras, al cabo de unos segundos consigo verlo, y le llamo, y él siempre encuentra un rincón por el que deslizar su cabeza para encontrarse con mis manos.
 
Y así seguimos, un día tras otro. Sus grandes colmillos. Mis pequeñas manos. Furtivos encuentros.
 
Le llamo Romeo.

jueves, 10 de enero de 2013

¿QUÉ PASARÁ?
 
Tengo el mundo entre las manos
y siento que se me va:
se me escurre
poco a poco
y sólo puedo llorar.
 
Tengo el amor y la vida;
tengo la felicidad:
esa nube
que algún tonto
cree poder atrapar.
 
Tengo un sueño entre mis dedos
y no puedo despertar:
un perfume
y unos ojos
que no paro de mirar.
 
Vivo cuando estoy contigo
sin esperar nada más;
me construyes
a tu modo
y me olvido de pensar.
 
Pero cuando te has marchado
vuelvo a temer y a dudar;
me destruyes,
me transformo
y pienso: “¿Qué pasará?”

miércoles, 9 de enero de 2013




LA EPIDEMIA DE GRIPE
 
Aquel Invierno, la epidemia de gripe estaba siendo de una virulencia desconocida. Las autoridades se vieron obligadas a dar la alarma. Se cerraron escuelas, bares y centros de asistencia. Ni siquiera funcionaban los hospitales. Tal era el miedo al contagio que sus empleados se habían negado desde hacía semanas a acudir a su trabajo. Y más desde los episodios de los estornudos decapitantes. Y es que una enferma había perdido, literalmente, la cabeza. Así como suena. Se trataba de la cajera de un supermercado. Hallábase la afectada desarrollando su trabajo un Sábado por la tarde y, quién sabe si a causa del estrés de las más de siete horas seguidas escuchando el pitido del escáner o por el aturdimiento causado por los distintos perfumes con los que algunos de los clientes aprovechan la visita al súper para acicalarse, la moza sintió una incontenible y extraña irritación en la nariz. De natural escandaloso a la hora de liberar estornudos y habiendo sido apercibida de ello por sus superiores en algunos momentos ( y estando próximo a vencer su contrato de trabajo, todo hay que decirlo), la chica intentó contenerse con todas sus fuerzas. Casi estaba cerrando la cuenta, pensó. El cliente williamsvarondandyjaqkesbrummel no tardaría en irse, llevándose con él sus afrodisíacos efluvios y dejando paso, ya lo notaba, a una señora con olor a pis.
 
Pero la fortuna no estaba de su lado aquella aciaga tarde, y el hombre quiso asegurarse del precio de una maquinilla de afeitar. El asunto alteró a la señora pis, que comenzó a increpar a la cajera, acercándose peligrosamente a su cara. La joven cada vez sentía más y más escozor en la nariz, mientras mister mofeta y la señora pis iniciaban una bizantina discusión a la que la chica ya era absolutamente ajena. Sólo pensaba en controlar, controlar, controlar sus ganas de estornudar. Pero temía que no iba a se r posible. La consulta acerca de la maquinilla se iba demorando y su odorífero cliente, convencido de que la señora pis le aventajaba seriamente en caso de llegar a un enfrentamiento físico, se encaró violentamente con la chica, la sacudió por la solapas y empezó a zarandearla enérgicamente. Fue entonces cuando ella perdió el control definitivamente y ¡Aaaaatttttchíííííís! Soltó un violento estornudo. Tan violento que, por causas que se desconocen, su cabeza se separó del cuerpo y salió proyectada hacia arriba, dejando al desconcertado cliente con la boca abierta y, claro está al haber desaparecido la boca de la chica, sin una explicación acerca de la maquinilla.
 
En principio, todos pensaron que se trataba de un globo de gas pero, cuando la cabeza aterrizó sobre el mostrador de asesoría de juguetes y la dependienta emitió un penetrante aullido que alertó al personal de seguridad, todas las alarmas se dispararon. La situación devino rápidamente en incontrolable y, como aquejados por un virus incurabe, los clientes empezaron a emitir violentos estornudos y las cabezas comenzaron a salir despedidas sin control, chocando las unas con las otras y provocando a veces la expulsión violenta de ojos o lenguas de las mismas. Volaban por doquier gafas, piercings, pelucas o lentillas. Las madres buscaban las cabezas de los cuerpos que llevaban de la mano, los niños lloraban, los guardias de seguridad vigilaban las puertas...
 
El gobierno dio orden de que todo el mundo permaneciese en su casa y de que, sólo en caso de necesidad y con la cabeza bien sujeta, saliesen a la calle lo imprescindible. La situación era caótica y se convocó un gabinete de crisis que decretó la celebración de elecciones anticipadas a las que la gente pudiese acudir a votar sin cabeza. En fin, un desastre del que la nación se fue recuperando lentamente, como siempre, y que ya pocos recuerdan, porque al cabo de pocos meses se dio una epidemia de obesidad mórbida producida por el consumo de carne de ciervo malayo que eclipsó en los informativos a la gripe decapitante. Por cierto que la cajera consiguió encontrar su cabeza, le fue reimplantada y hoy presenta un talk-show en una televisión por cable.
Eso sí, exige que sus invitados acudan recién duchados y sin afeitar.
 
Por seguridad.

martes, 8 de enero de 2013




EL VOLUNTARIO
 
Hace días que no consigo encontrar dos calcetines iguales. Y eso no es lo peor; lo peor es que el jueves, buscando las llaves del coche, me tropecé con una dentadura de escayola metida en un sobre con un sello de dos pesetas de Franco. Y es que mi novio lleva tres meses de ERE, y ahora atraviesa la fase “vamosaarreglarloscajones”.... y me está volviendo loca, de verdad. Claro que esto es mucho más llevadero que hace un par de semanas, cuando le dio por archivar y clasificar las cuentas del súper. El caso es que yo estaba desesperada, al borde del colapso. Y además no podía decirle nada, porque el pobre lo único que intentaba es ser útil, pero claro, le pasa lo que a todos; como tiene tan poca costumbre, no hacía más que cagarla. Que volvía todos los días del trabajo acojonada; fijáos que el mes pasado, cuando iba camino de casa, vi pasar a toda leche un camión de los bomberos seguido de una ambulancia y de tres coches de policía y le llamé al móvil a ver qué había pasado. Afortunadamente era un simulacro de esos que hacen de vez en cuando los bomberos... ¡pero pasé un rato...!.
 
Reconozco que al principio hasta me vino bien...Tenerlo en casa digo. Cuando hicieron el expediente nos dijimos: “¡En fin! Qué le vamos a hacer. Peor es quedarse en el paro. Nos lo tomaremos como unas vacaciones...”; lo de siempre, vamos. Y así fue los primeros días. Yo le dejaba la lista de las cosas que tenía que hacer y cuando volvía a casa lo tenía todo limpio, había ido a la compra, lavado y tendido la ropa...
El problema comenzó cuando le cogió el tranquillo al rol de amo de casa y hacer eso ya no le costaba todo el día. Así que le sobraba tiempo. Y se aburría. Entonces fue cuando empezó a tener iniciativa propia.
Anteayer llego a casa y me encuentro los muebles del dormitorio metidos en el salón.
“¿Y esto?”- le dije.
“Es para que la cama esté orientada hacia el oeste y así puedas dormir mejor, cariño. Lo han dicho en el programa de la Igartiburu”.
Aquello me preocupó seriamente.
“Creo, amor- le dije- que necesitas ayuda”.
“Tranquila, -me contestó- Mira, he puesto bajo los muebles una sábana vieja espolvoreada con talco para arrastrarlos mejor. Ese truco lo aprendí en el programa de la Montero. Hay una sección de consejos estupenda.”
“Cariño,-comencé de nuevo, intentando aparentar una serenidad que me había abandonado hacía varios días- no me refiero a ´ese tipo de ayuda`”
“¿Qué pasa? ¿No te gusta? Pues no te preocupes, que vuelvo a ponerlo como estaba. Así ya de paso tapo el agujero que ha quedado en el dormitorio al trasladar el armario empotrado”.
 
La serenidad me abandonó del todo. Me volví hacia él y, haciendo un esfuerzo sobrehumano por avanzar sin romperme la crisma por aquel suelo lleno de talco, lo zarandeé por los hombros, gritando, fuera de mí:
“¡Bastaaa!... Haz como todos tus amigos: vete al bar, apúntate a un gimnasio, engánchate al féisbuk… Pero deja de cambiar los muebles de sitio, de esconderme los calcetines, de…”
 
Hasta ahí duraron mis reproches… Conforme yo iba calentándome me iba acercando a él, y él iba retrocediendo, de manera que en un momento dado pisó la alfombra de talco y si no está la puerta para frenarlo baja rodando por las escaleras hasta el sótano. Tuvimos suerte. Sólo se rompió una pierna y tres costillas.
 
Ahora está en la cama, la mar de quietecito. Yo sigo currando, y a la vuelta me ocupo de las tareas domésticas y de atenderlo. Pero creedme que no estoy ni la mitad de estresada.
Lo único que pido es que la lesión le dure hasta el final del ERE.

lunes, 7 de enero de 2013


 
 
SÁLVAME
 
Sálvame, amado amor, del desencanto;
sálvame de la hermética rutina;
sálvame de mis miedos a quererte.
Sálvame del fantasma del pasado.
 
Sálvame, amado amor, de mi conciencia;
sálvame del castigo que me impongo;
sálvame del pantano de la duda
donde a menudo suelo sumergirme.
 
Sálvame, amado amor, sálvame pronto
porque si no me salvas me abandono…
Sálvame porque ya te estoy hiriendo;
sálvame, porque amor, en ti confío.
 
Sálvame, amado amor, de no quererte;
sálvame, amor, de hacer una locura…
Sálvame, amado amor, de destruirte
porque a tu destrucción sigue la mía.

EL ESTANTE DE ARRIBA

Lo temíamos como al demonio. Habíamos visto llegar hasta allí a muchos de nosotros, y sabíamos que aquello era, indefectiblemente, el principio del fin.
Sí, porque cuando alguien nuevo llegaba y no había sitio para colocarlo, uno de los ocupantes era desalojado. Y ya no volvíamos a saber de él. Y eso nos angustiaba enormemente, creando entre nosotros un ambiente de competitividad que enrarecía la convivencia.
 
Necesitábamos ser utilizados. A diario. Y si era posible varias veces. Yo lo era, al menos en dos ocasiones cada día: a la hora del desayuno, después de la comida y a veces a media tarde, sobre todo si venían visitas.
Mi época preferida del año eran las navidades, y los cumpleaños, cuando me sacaban de mi oscuro rincón y me colocaban en la cocina, sobre las baldosas, bañada de luz y ensordecida por el bullicio de los visitantes que iban y venían.
 
Hasta el último aniversario de bodas.
Yo estaba tranquilamente aposentada en la encimera y de pronto llegó ella. Me desconectaron y me echaron a un lado. Utilizaron mi enchufe para alimentarla. La recién llegada se puso en marcha rápidamente; sus luces se encendieron y empezó a emitir un zumbido penetrante y molesto. Alguien colocó una taza sobre su base radiante y el negro líquido brotó, humeante y aromático. Yo temblaba de miedo y de indignación. ELLA venía para hacer mi trabajo. Me sacaría de la cocina, incluso de mi tranquilo rincón en la despensa, y me vería relegada al estante de arriba, donde estaban la yogurtera, la licuadora, el cuchillo eléctrico… esos antipáticos vecinos que habían llegado un día con sus aires de grandeza, mirándonos por encima del hombro y creyéndose el no va más de la modernidad, y que ahora nos observaban con envidia desde su atalaya. Esos desgraciados a los que insultábamos, llamándolos inútiles, engorrosos y anticuados.
 
No podría soportar pasar el resto de mi existencia a su lado, me dije.
De modo que, aprovechando la vibración de la “Nespresso”, me fui desplazando poco a poco hacia delante hasta colocarme en el bordillo de la encimera. Entonces cerré los ojos, me dejé caer y mi estructura se desensambló al tiempo que mi jarra estallaba con estrépito, llenando el suelo de diminutos pedacitos de punzante cristal.

 
GRIS
 
Te miro en la penumbra,
un minuto tras otro,
el reloj parpadea,
los segundos discurren,
las cortinas se agitan…
Es gris la madrugada.
 
Te miro ya sin ansia,
penetro en tus pupilas,
me adentro en tu cerebro
y veo tus temores,
tus recuerdos, tus iras,
tu angustia y tu añoranza.
 
Te miro y me recreo,
te leo lentamente,
puedo incluso sentir
el pulso de tu sangre,
la leve vibración
del gris de tus pestañas.
 
Te miro y te retengo;
te guardo en mi cajón
te escondo en un jersey,
te encierro, te resguardo
del mundo y sus maldades…
del incierto mañana.