sábado, 31 de agosto de 2013





LA VÍSPERA
 
Cerró y dejó la maleta al lado de la puerta. Se sentó en el sofá y sacó la cámara de fotos. No tenía ninguna prisa por deshacer el equipaje. Este año no. Pulsó la opción de presentación automática y fue viendo desfilar las imágenes, una tras otra: calles populosas, bellos edificios, colosales estatuas… Y cuadros, muchos cuadros. Porque a ella le encantaba el arte y se había dado el gustazo de pasar mañanas, días enteros deambulando por galerías y museos sin que nadie le tocase las narices. Claro que esas fotos, pensó, podía haberlas tomado cualquiera porque lo que es aparecer, ella no aparecía más que en dos. Y porque se las había hecho uno de los camareros del hotel, al que, pobre, pareció darle pena verla tan sola.
 
El teléfono sonó: era una de sus amigas que la llamaba para ver si podía recogerla al día siguiente camino del trabajo; el coche se le había estropeado a la vuelta… algo de la caja de cambios les dijo el mecánico… En fin, que menos mal que la aseguradora les había enviado un taxi porque si no ya se veían todas durmiendo a saber dónde… y eso que ella se adaptaba a cualquier cosa, pero en fin, a las otras ya las conoces, le dijo, que menudo viajecito me han dado, no sabes cómo te he echado de menos… Y luego te puedes imaginar, como todos los años, de la cama a la arena, de la arena al chiringuito y del chiringuito a la playa, que traía la piel como un pergamino egipcio, el pelo achicharrado y el hígado como un alfiletero, que le pinchaba por todas partes… Que ya no tenían veinte años y el cuerpo no estaba para tanta fiesta, pero qué quieres hija, con el presupuesto que tú te has gastado en una semana en Centroeuropa nos hemos pegado nosotras un mesecito en la playa como reinas… Que no se puede tener todo, terminó.
 
“Vale, te recojo mañana a las ocho”, le dijo. Y depositó el teléfono sobre la mesita del salón al tiempo que se sacaba los zapatos y se dejaba caer lánguidamente sobre el sofá, los ojos cerrados, deambulando aún por esas galerías repletas de cuadros, de historia, de cultura. Feliz consigo misma y desprovista, por primera vez en su vida, de esa desagradable sensación de haber perdido el tiempo miserablemente que la asaltaba cada año al volver de vacaciones.
 

 


jueves, 29 de agosto de 2013




LA LUZ DORADA
 
¿Cómo atrapar por siempre el colorido
de aquel atardecer en el desierto,
de esa puesta de sol esplendorosa
que sirvió de escenario a nuestro encuentro?
 
¿Cómo inventar la vida a cada instante
cuando el vaso se encuentra casi lleno?
¿Dónde viajar, si ya no van quedando
paisajes que consigan sorprendernos?
 
¿Cómo guardar intactos los aromas
si el frasco permanece siempre abierto?
¿Cómo dar a beber los mismos labios
sin que se pierda el gusto por los besos?
 
 
¿Cómo sincronizar nuestros relojes
y querernos, mi amor, al mismo tiempo?
 
… Y seguir caminando de la mano
bajo la luz dorada del desierto.


miércoles, 28 de agosto de 2013




EL TRONO
 
El caserón se hallaba (se hallará, supongo, todavía) en una zona despoblada, y servía sin duda de refugio a transeúntes, temporeros y demás especies nómadas: gentes sin demasiadas exigencias que llegan y pasan y dejan las trazas de su estancia: envoltorios mohosos, platos desconchados, cuadernos infantiles… basura, en fin, de procedencias varias.
 
Al fondo, bajo un portalámparas vacío y bañada por la luz que atravesaba el techo destejado, una silla presidía la sala. Se hallaba abandonada, encaramada sobre un altillo, ridícula y desconcertante al mismo tiempo.
 
Y me hizo pensar, lo que es la vida, en la presencia de un dios de carne y hueso; una especie de Spielberg que organizaba todo aquello, que desde ese trono encarnado gestionaba la miseria, que se ocupaba de filmar las vidas de esas pobres gentes, de dirigir un morboso gran hermano donde los protagonistas dormían en el suelo y comían lo que habían encontrado escarbando en los contenedores. Como si las cotidianas escenas de miseria que se sucedían en el interior de aquella casucha sin puertas ni ventanas no fueran sino el resultado de un guión cuidadosamente escrito, como si esos niños que garabateaban sobre sus hojas de papel cuadriculado fueran actores que una vez terminado el rodaje volvían a sus casas a dormir con el estómago repleto, como si todas las cosas que sucedían en ese cuarto no tuvieran otro fin que el de entretenernos, que el de distraernos, que el de servirnos de consuelo y convencernos de que, al fin y al cabo, tampoco estamos tan mal como creemos…

martes, 27 de agosto de 2013



 
EL REQUISITO INDISPENSABLE
 
No era la primera vez que se había cruzado en su camino. Se había ido habituando a su presencia, siempre triste, ingrata, inoportuna, desde aquella ocasión, de pequeñita, cuando visitó a la familia por primera vez. En concreto a la abuela, una señora mayor que dormitaba todo el tiempo, la cabeza apoyada en el sillón que había junto a la ventana. Otra vez fue un vecino, el padre de una de sus amiguitas, que tuvo un accidente con el coche una madrugada en que en la carretera había mucha niebla. Más tarde fue la vieja gata que dormía cada noche enrollada junto a ella. Luego fue el dependiente de la tienda de comestibles del barrio, que de repente empezó a adelgazar y a ponerse pálido, y que muchos días dejaba a su hermana al cargo de la tienda porque tenía que ir a pincharse al hospital.
 
En todas aquellas ocasiones los adultos encontraron siempre una explicación con que satisfacer la curiosidad de la pequeña… Hasta aquel día en que en el transcurso de una clase de gimnasia uno de los compañeros de la niña se desplomó sobre el piso, como un saco vacío, y nadie pudo hacer nada para que volviera a respirar.
 
De nada sirvieron entonces las respuestas ni los razonamientos que le dieron los mayores y sus preguntas quedaron suspendidas en el aire, flotando como palabras hechas de humo.
Sólo el paso del tiempo le haría comprender que no era necesario estar enfermo, ni ser viejo, ni haber sufrido un accidente:
Que el único requisito indispensable para recibir la visita de la muerte es estar vivo.


domingo, 25 de agosto de 2013




 
VIEJOS TIEMPOS
 
Tal vez sea mi espíritu romántico o tal vez, quién sabe, una infancia vivida entre serrín y clavos, pero lo cierto es que siento una enorme atracción por las naves olvidadas y me cuelo, siempre que es posible, para recrearme en la contemplación de las viejas herramientas, de los montones de chatarra no siempre inservible, de los restos de las evoluciones y los vaivenes de las gentes que en su día hicieron de aquellas tareas hoy abandonadas el motor de su existencia.
 
Me gusta hollar los suelos herrumbrosos y levantar nubes de polvo que se esparcen, juguetonas, entre las franjas soleadas que los desmembrados techos dibujan en mitad de las estancias. Me gusta el olor a metal y a carbonilla, el leve tufo de las chispas de la forja, el rancio crujir de las maderas astilladas, la sobria resonancia de los viejos vidrios al rodar por el pavimento, el redondo perfil de las antiguas bornas de cristal. Me gusta pasear en silencio, en solitario, las manos en los bolsillos y la mirada hacia lo alto, dejándome invadir por la enormidad de esos espacios antaño bulliciosos; me gusta comprobar la solidez de las cerchas metálicas que los sostienen, y que han sobrevivido, a veces un tanto retorcidas, al fuego, al agua y a los golpes. Me gusta imaginar las vidas de quienes los ocuparon, empleados vestidos de oscuro, las manos cubiertas de callos y de tizne, las caras teñidas por el humo, las espaldas dobladas por el esfuerzo. Me gusta pensar en esos hombres rudos y callados que trabajaban de sol a sol y se miraban a la cara para hablarse, en esos hombres que tomaban medidas con metros de madera, que marcaban los contornos con lápices de grafito, que serraban con cuchillas de metal, que moldeaban con fresas y tornos y que remachaban a golpe de martillo. Me gusta pensar en esa época en que los chillidos de la sierra sustituían al ahora omnipresente tableteo del teclado, en que los dedos comprobaban la eficacia de la lija, en que los anaqueles de las oficinas se hallaban repletos de libros, de carpetas, de legajos y de planos en papel,  en que los problemas se solucionaban con una llave inglesa y unas gotas de aceite…  en que el domingo era fiesta de guardar… en que la vida transcurría más despacio.
 
Tiempos duros y simples: viejos tiempos.

viernes, 23 de agosto de 2013





Y EN EL CAJÓN, LAS FOTOS
 
Miro a través de tu ventana,
de la estrecha mirilla,
del ojo acristalado y que todo distorsiona,
del resquicio que ha quedado
en la oquedad de tu vida…
 
Y me remonto al origen,
al principio del fin…
cuando comenzó esa mierda,
esa miseria,
esa lamentable peregrinación
de lo malo a lo peor
que poco a poco
convirtió nuestra existencia
en ese despropósito infumable
que nos abocó, por fin, al borde del abismo
 
Mentiras a puñados, a litros, a mechones,
montañas de mentiras,
palabras engañosas,
mensajes fraudulentos…
Embustes despiadados
henchidos de venganza…
Patéticos inventos, excusas sin sentido…
 
Desdén e indiferencia, veneno entre los dientes,
palabras como dardos,
saetas afiladas, urentes como ortigas…
Silencios como nubes oscuras de tormenta,
negros, densos y turbios, húmedos como el moho,
mil veces más hirientes que un millón de reproches…
 
Y yo mirando al sur y tú mirando al norte
y hablando a las paredes en idiomas distintos…
 
 
Y en el cajón, las fotos…
y en la memoria a veces
un fugaz parpadeo de ese ayer tan lejano, de ese ayer tan difuso…
de esos días pasados, mis ojos en tus ojos,
de aquella prehistoria en que tú y yo nos amamos.

jueves, 22 de agosto de 2013

 
 
 
VISION DE TÚNEL
 
Siempre hay otra puerta,
una salida,
un camino hacia el frente,
un mañana…
unas gafas que curan ese maldito estrabismo,
esa patética visión de túnel,
esa ceguera aparentemente irreversible…
 
Siempre hay una alternativa
a conectar el piloto automático y seguir,
tirando millas,
dejándose morir muy poco a poco,
sirviendo de refugio  a la tristeza,
al desencanto,
al desasosiego,
a la infelicidad perpetua…
 
 
Siempre hay una mano tendida,
que espera, junto al arpa
en un rincón oscuro del salón
ser descubierta y desgranar sus notas hermosas y olvidadas,
armoniosas y dulces, sencillas melodías
que devuelven la luz a la existencia.
 
Siempre hay alguien que aguarda al otro lado,
alguien capaz  de conectar el mecanismo del olvido,
de soltar los postigos, de cebar las antorchas,
de recolocar las piezas de una vida rota:
De hacer que todo,
absolutamente todo,
vuelva a merecer la pena.
 

 


miércoles, 21 de agosto de 2013





EL MÁS POPULAR DE LA CIUDAD
 
Tenía el don de la ubicuidad y una energía inagotable. Era capaz de asistir a todos los actos a los que se le invitaba al tiempo que cumplía puntual y escrupulosamente con el desempeño de su tarea de encargado en un importante taller de la cuidad. Jamás se quejó si su jefe lo llamaba fuera del horario laboral para que acudiese a solucionar algún problema, ni siquiera aquella vez, en Nochebuena, cuando el generador se estropeó y pasó toda la noche en la nave, buscando primero un electricista y preocupándose después de echarle una mano y asegurarse, una vez solucionada la avería, de que todo funcionaba a la perfección.
 
Había sido en su juventud actor aficionado, cantaba en el coro y tocaba la bandurria, por lo que su presencia era obligada en galas benéficas, festivales navideños, concentraciones musicales y cualquier clase de fiesta o evento que se desarrollase no sólo en la ciudad sino también en la comarca. Amenizaba las fechas señaladas en la residencia de ancianos de la localidad, cantando, tocando y sacando a bailar a las viejecitas más tímidas y desdentadas de la institución. Acudía a albergues y hospitales para animar a los enfermos; se sentaba al borde de la cama y les contaba historias verídicas, según él, de personas que habían sobrevivido de forma milagrosa a males incurables. Colaboraba además con asociaciones ligadas a la desintoxicación de distintas dependencias como el alcohol o las drogas: uno de sus hermanos había sido adicto a la heroína y lo encontraron una noche muerto en un portal.
 
Y todo, excepto su trabajo, lo hacía desinteresadamente. No admitía recompensa alguna: decía que se daba por pagado con el reconocimiento y la sonrisa de las gentes; que él era un hombre sencillo, un hombre de bien que disfrutaba haciendo felices a los demás, alegrándoles la vida, alumbrando los sombríos rincones del alma en donde habitan la soledad y el desamparo.
 
Aquella mañana llevaba a la niña tomada por el brazo.  El móvil sonó justo delante de la puerta de la iglesia. La chica dio un respingo al escuchar el timbre y el color de su rostro se esfumó, tornándose su semblante más pálido que el vestido de nupcial encaje que le ceñía el cuerpo. Ese sonido era siempre presagio de abandonos, de parcas explicaciones, de acelerados “Me necesitan” antes de salir a toda prisa por la puerta, como aquél año en Navidad, cuando después de haber pasado toda la Nochebuena en el taller solucionando una avería para que su jefe pudiera cenar con su familia lo llamaron del convento de las capuchinas para que amenizase la comida a los ancianos y se marchó, dejándolos a todos sentados a la mesa.
 
Soltó a la joven para echarse la mano al bolsillo de la americana. Ella lo miró, angustiada, los ojos como brasas encendidas y le dijo en un susurro:

“No, por favor, papá, no contestes…
Hoy no…”
 


lunes, 19 de agosto de 2013






EL BALOMPIÉ
 
Confieso que no distingo
un penalty de una falta,
que no conozco a Piqué
ni a Messi, ni a ese tal Kaka
(sí, ya sé que se acentúa
pero la rima es sagrada),
que no veo los partidos,
que no sigo las andanzas
de ese clan de superhéroes
que casi ni tienen barba
y ganan al mes más guita
que el propietario de Zara.
 
Confieso además, y a riesgo
de que me tachen de rara,
que no entiendo que haya gente
que se pegue a la pantalla
para ver cómo estos tipos
pasan el fin de semana
corriendo tras un balón
para cobrar una pasta
que no le pagan ni al Duque
(el que trabaja en la Nasa)
 
Entiendo que el tajo es duro,
entiendo que a nadie agrada
currar los días que el resto
de la peña no trabaja.
Entiendo que sufren mucho
y que es una gran putada
que el malvado juez de línea
no los mande para casa
en caso de hacerse pupa
o si el tiempo no acompaña.
 
Entiendo que los presionan,
que sus vidas son un drama,
que los persigue la prensa,
que los abruma la fama,
que no tienen un respiro,
que su carrera no es larga,
que las lesiones acechan
y que, pobres, se acobardan,
cuando les ponen delante
cien micros y veinte cámaras,
doce latas de refrescos
de otras tantas doce marcas,
dos paquetes de galletas,
cinco botellines de agua
y detrás ese panel
todo lleno de anagramas,
y les piden que analicen
(analizar… qué palabra)
la estrategia que el equipo
prepara para mañana…
 
Y así algún chico, (es normal
pues la presión los exalta)
en vez de respirar hondo,
aclararse la garganta,
carraspear un poquito,
responder con dos palabras,
hacer mutis por el foro
e irse a cenar a su casa,
se pone como un caballo,
se cabrea, se arrebata,
dice que el entrenador
es un inútil y un manta,
insulta a los periodistas,
a la afición y hasta al Papa…
 
Y nadie le da dos hostias:
al contrario, a la mañana
siguiente sale el careto
del colega en las portadas
de la prensa más leída
como si en vez de un bocazas
fuera un héroe nacional…
Y aquí no ha pasado nada:
ni una sanción, ni una multa,
ni dejarlo un mes sin paga,
ni que le suelte la Sole
una colleja bien dada…
 
Nadie toca a esos muchachos
¡Ay, qué país esta España!
 

 


domingo, 18 de agosto de 2013



 
TE ACOMPAÑARÉ
 
Desde el primer instante supo que era imposible persuadirlo. Tan bien lo conocía, tan íntimamente unidas estaban sus almas que adivinó que las súplicas, los razonamientos, el chantaje incluso, serían en vano.
De modo que finalmente se armó de valor, encerró bajo llave a su maldita conciencia y le confesó que estaba de acuerdo con él desde el principio, y que la decisión de partir precisamente en ese momento le parecía la salida más digna. Y la más acertada para todos.
Incluso para él.
 
Eligieron una noche de lunes, cuando las ciudades están tranquilas. Cenaron en un italiano y después tomaron un par de copas o tres, lo suficiente para envalentonar el espíritu pero sin pasarse, que ya se sabe que el alcohol tiene la desdichada virtud de amplificar la tristeza.
 
Caminaron un rato por las calles estrechas y solitarias, charlando en voz baja, riendo sin ganas. Iban despacio, muy despacio, parándose delante de las vitrinas de los escaparates apagados que miraban sin ver.
 
Llegaron a su casa pasada la medianoche. Él lo dispuso todo meticulosa, serenamente. Ella lo contemplaba en silencio, apoyada en el marco de la puerta, sin atreverse a hablar, a moverse, a importunar su labor.
 
Cuando todo estuvo preparado ella se acercó a la cama, sentándose tras él, abrazándolo con fuerza  mientras él vaciaba el contenido del vaso. Le hablaba en voz baja, ahora sí, de cosas importantes, de todo lo vivido, de aquella amistad extraña y ambigua, casta e inquebrantable, que habían compartido durante tantos años. Poco a poco su cuerpo fue perdiendo estabilidad, y se fue dejando caer, apoyado sobre ella, hasta acabar tendido sobre la cubierta de raso. Ella siguió hablándole queda, dulcemente, ya de incoherencias, de banalidades… palabras sueltas sin forma y sin sentido… mirándole.
Hasta que sus ojos se cerraron del todo y su respiración se convirtió en un runrún pesado y rítmico, y ella se tendió junto a él, llorando, ahora sí, pero en silencio, apretando su cuerpo contra el del querido amigo en un intento de traspasarle un leve hálito de vida, de esa vida que se le iba escapando, ya era hora, por fin.
Y para siempre


miércoles, 14 de agosto de 2013





LOS CUENTOS DE HADAS
 
No es verdad, señoritas, lo que dicen
los cuentos que escribieron los cuentistas…
No es verdad que haya príncipes azules,
no es verdad que tengáis hada madrina…
y no hay final feliz garantizado
ni poción que haga efecto de por vida.
 
Nadie sabe qué fue de Cenicienta
tras calzarse el zapato a su medida
y encontrarse de pronto en un palacio,
tan vulgar entre tanta gente fina.
Ni saben si la triste y dulce Bella
Durmiente no acabó al fin de sus días
afectada de insomnio y alternando
el valium, el café y la nicotina.
Nadie nos ha contado si en efecto
supo adaptarse Ariel, la Sirenita
al medio ambiente seco y degradado
de un reino terrenal y cainita.
Ni nos contó mamá que Blancanieves
sufría de terribles pesadillas
tenía fobia a espejos y manzanas
y un aire entre espectral y enloquecida,
ni que la Bella abandonó un verano
su peludo animal de compañía
atándolo, eso sí, narcotizado,
al pie de un surtidor de gasolina.
 
 
Cuentos sin terminar, falsas verdades…
historias rosas sólo a media tinta:
chismes de viejas, fábulas, rumores
películas de Disney… tonterías.
 
Nunca nadie nos dijo la verdad…
más bien nos engañaron como a chinas:
y es que ni son tan pánfilos los príncipes
ni las princesas son tan modositas.

 


martes, 13 de agosto de 2013



 
LA FÁBULA DEL ESCARABAJO

No ando yo muy puesta en épocas de celo, pero el reino felino debe de estar en ello porque en los últimos días no hago sino tropezarme con pequeñas bestezuelas de diverso carácter. Es curioso, pienso, cómo al fin y al cabo todos los seres vivos somos parecidos, esto es, con los cachorros de cuadrúpedos pasa como con los de bípedos: algunos se largan con cualquiera y otros por las justas se dejan tocar por sus parientes… y no por todos.

Han llamado mi atención esta mañana cuatro gatitos que sesteaban junto a una caseta. Dos han salido a escape en cuanto me he aproximado, otro se ha hecho a un lado y el más intrépido, un ejemplar común, de esos rayados, se ha quedado mirándome con sus enormes e inquisitivos ojos azules. “Corta vida- me he dicho- te espera, chaval, si vas por el mundo tomando tan pocas precauciones”. Y mientras me arrimaba para verlo más de cerca, un enorme escarabajo ha asomado su negra anatomía por ahí.

La atracción era grande y los dos evadidos se han acercado cautelosamente (ya habían comprobado a través de su colega el que se había jugado el tipo que yo no suponía ningún riesgo) y han comenzado entre los tres la operación de acoso y derribo al descomunal insecto, pobre y minúsculo bichito al lado de esos tres animalillos. El coleóptero (sabe más el diablo por viejo que por diablo) ha ido esquivando los zarpazos y ha comenzado a trepar por la pared. De nuevo los dos aprovechados, viendo que no conseguían su objetivo, se han dado media vuelta en otras direcciones y el tercero, el avispado felino de los ojos azules, ha conseguido al fin derribar a su presa, haciéndola caer cuando ya casi estaba fuera del alcance de sus garras para, una vez arrinconada entre sus patas, juguetear con ella un poco y abandonarla algo más tarde sin haberle causado ningún daño.

He contemplado sonriendo cómo el escarabajo se alejaba a toda prisa, pegado a la pared, mimetizado, haciendo equilibrios sobre sus delgadas patas y seguramente sin ser consciente de la merced que la naturaleza le había concedido esa mañana al tropezarse con cuatro cachorros, uno miedoso, dos inexpertos y el cuarto demasiado bonachón, en vez de con un gato adulto y apaleado por al vida, el hambre y sus compañeros de camada, en cuyo caso su suerte hubiera sido bien distinta.

Y he pensado que al fin y al cabo no somos tan diferentes: el cobarde, el incauto, los aprovechados y la pobre víctima que salva la vida porque los incautos son a menudo generosos. Y me he preguntado, una vez más, quién coño nos creemos que somos nosotros, los humanos, para pensar que merecemos el honor de sobrevivir a la muerte en forma de ectoplasma, de fuego fatuo o incluso de reencarnación en lama tibetano. Claro que a lo mejor eso es lo que nos diferencia: que somos los únicos que vivimos con la certeza de que esto se acaba el día menos pensado. Y que precisamente por eso tenemos derecho a que nos pase como al escarabajo: que cuando todo parece estar perdido el de arriba nos mire con aburrimiento y lástima y nos perdone la vida.
Por guapos y por listos.

lunes, 12 de agosto de 2013





MI CUIDAD
 
Camino muy despacio y en la noche…
canícula e historia… viejas calles:
añejas piedras, bellos edificios.
Es mi ciudad, mi vida, mis raíces.
 
Camino y casi puedo adivinarla:
escuchar sus graníticas leyendas,
aspirar los efluvios que rezuman
por sus juntas yesosas y gastadas.
 
Camino y me recreo, me deleito…
Me siento afortunada de habitarla;
me abruma el peso de un pasado fértil:
tres barrios, tres culturas, tres tesoros.
 
Camino y se me llena la cabeza
da capas, de embozados, de mazmorras,
de rabinos, de cantos, de oraciones,
de tañer de campanas y de fiestas.
 
Camino lentamente, me detengo,
contemplo sus aleros, sus blasones,
sus arcos, sus barrocas balconadas,
sus rústicos faroles amarillos.
 
Camino y cada paso me convierte
en piedra y en rincón, en banco, en reja…
Camino por placer, nadie a mi lado:
solas yo y mi ciudad bajo la luna.
 

domingo, 11 de agosto de 2013





Y NO PARAS DE MIRARME…
 
 
Me persigues cada noche
como una sombra intrigante;
Me contemplas desde lejos
intentando devorarme;
te acercas a pasos cortos
mientras tus pupilas arden…
 
Y yo no te quiero ya,
y yo no deseo amarte:
y yo no quiero intentar
reparar lo irreparable…
 
…. Y ni siquiera te miro…
Y no paras de mirarme.
 
Y una vez más, me recuerdo,
derrotada y suplicante,
cuando tú me repetías:
“Es inútil engañarse…
no existe ningún motivo
para seguir adelante”
 
Lloré hasta quedarme seca;
grité hasta perder el aire…
agoté todas mis fuerzas
en la labor de olvidarte.
 
Pensé morir cada día
que no llenabas mis tardes,
no me sentía capaz
de ser yo misma un instante.
 
…. No me mirabas, y yo
no paraba de mirarte.
 
 
Y ahora, cuando lo recuerdo
me digo que no me amaste,
me digo que todavía
queda mucho por delante.
 
Por eso, cuando descubro
tu mirada suplicante
me sonrío para adentro:
“Mi niño… ¿no ves que es tarde?”
 
…. Y ni siquiera te miro
Y no paras de mirarme