lunes, 29 de abril de 2013




NO ESTABAS
 
La luz subió hasta tus ojos:
te vi más grande que nunca…
Quise acercarme a mirarte y no estabas:
ya no estabas allí.
 
Busqué una excusa capaz
tal vez de engañarme a mí misma…
Quise creerla y no pude creerla.
No pude…
No pude inventarla.
 
Volaste como vuela el aire,
corriste como corre el viento:
volé y corrí tras de ti sin poder alcanzarte.
Volabas más alto y yo…
volaba sin alas
 

 

jueves, 25 de abril de 2013





CAMALEÓN URBANO
 
¿Qué se esconde debajo de ti?
¿Por qué callas?
¿Qué quieres ocultar, qué temes decir?
¿Qué es lo que buscas?
 
¿Qué hay bajo tu máscara de niño triste?
¿Qué grita desde dentro de tus palabras dulces?
¿Qué mirada amenaza tus ojos incoloros?
¿Quién eres? ¿Cómo vives? ¿De qué galaxia llegas?

Poeta del asfalto,
actor de las aceras,
interpretas tu vida jugando a no ser tú…
buscándote a ti mismo en cada ser humano.
 
Ladrón de identidades,
camaleón inquieto,
oculto entre las ramas inertes de una antena
contemplas este mundo como otro espectador.
 
Ídolo de tí mismo,
héroe de tu novela,
espejo transparente con alma de cristal:
tan frágil como un sueño, tan real como el miedo;
tan cierto como yo, tan vivo como yo…
Humano
……………. como yo

miércoles, 24 de abril de 2013





LA TALLA 34
 
Había llegado el momento de partir. La esperaba otra vida; otra cuidad, otros horizontes. Canturreaba suavemente mientras vaciaba los armarios, su madre siempre pendiente de ella, mierda, seguía tratándola como a una niña aún después de todo lo ocurrido. Tenía un nudo en la garganta producido en parte por la excitación y en parte por el miedo. No era un traslado a la universidad de la capital, como hacía varios años, antes de que la pesadilla comenzase; no era un reencuentro con la vida como cuando le dieron el alta y se reincorporó a la facultad. No era siquiera una Erasmus en un país vecino. No: era el océano, horas de vuelo, otra cultura, otra religión. Era, lo sabía, la oportunidad con que había soñado desde niña, el sueño que aquella maldita enfermedad había intentado arrebatarle. Era lo que más había deseado en este mundo.
 
Y estaba a punto de llevarlo a cabo. Cientos de candidatos optaron a una de las plazas; jóvenes preparados que se inscribían desde todos los lugares de la tierra: currículums impecables, carreras terminadas en un tiempo récord, carísimos másters. Y ella, que había pasado más de tres años en el dique seco antes de retomar los estudios, fue seleccionada, según le dijeron, por su fuerte personalidad, por su tesón y por su valentía. Una simple carta manuscrita y una entrevista de diez minutos fueron suficientes.
 
Claro que a su madre aquello no le hacía ninguna gracia. Y más teniendo en cuenta que lo hizo sin consultarles. Su niña, pensaba, no podría soportarlo: tan lejos de los suyos y tan frágil como era. Lloró, echándole en cara los esfuerzos dedicados a su recuperación, anunciándole que no sería capaz de hacerlo, que todavía no estaba preparada, que era demasiado joven…
 
Pero la muchacha estaba decidida. Ahora, sin ir más lejos, veía a través del espejo cómo su madre la espiaba discretamente, asomando la nariz de vez en cuando entre la puerta mientras ella vaciaba cajones, desalojaba perchas, desmontaba estanterías.
 
De pronto los vio, colgados de la barra, fantasmas del ayer, en el mismo lugar donde los dejó el día que volvió del hospital tras su primer ingreso: los raídos vaqueros de la talla 34 para los que llegó a necesitar usar un cinturón, y que ella misma escondió al fondo del armario, lejos del alcance de su madre, jurándose por lo más sagrado que más adelante, cuando les hubiera ganado a todos la partida, podría volver a utilizarlos.
Colocó la prenda sobre la cama y la miró, los ojos inundados. Volvió atrás en el tiempo unos instantes: hambre, soledad y lágrimas; era lo único que recordaba de aquella época, de aquel tiempo perdido para siempre, de aquellos años de nada interminable.
 
Tomó el pantalón entre las manos, minúscula silueta de un tiempo de dolor, y tiró de las perneras en ambas direcciones. El gastado tejido cedió casi al instante, rasgándose en dos ante sus ojos y esparciendo por el aire une tenue nube de virutas de color azul.

lunes, 22 de abril de 2013




LA FUGA DE BLANCA
 
Se acabó lo que se daba. Estaba hasta la coronilla de esa panda de vagos que no la querían más que de fregona y de cocinera. Se hallaba al resguardo de la malvada madrastra, sí, pero alojarse con aquella cuadrilla de excéntricos había sido, como vulgarmente se dice, salir del fuego para caer en las brasas. Que una cosa, pensaba, era ser inocente y otra muy diferente ser tonta del culo.
 
Así que en cuanto aquella mañana abrió la puerta y se encontró con la vieja vendedora de manzanas lo vio clarísimo. Había llegado su momento. Le dijo que le compraba todo el cesto, la invitó a entrar a y le preparó un té en el que puso un buen puñado de semillas de adormidera. La mujer lo bebió despacio, insistiendo en que la niña estaba muy delgada y que debía probar sus exquisitas manzanas. La propia vendedora escogió la más hermosa, un brillante fruto de color rubí, y la colocó en la mano de la joven, que insistió en lavarla con agua y jabón antes de hincarle el diente, pese a la insistencia de la dama, que le decía que para que el fruto conservara todas sus vitaminas era necesario ingerirlo tal cual.
La discusión permitió a la joven ganar el tiempo necesario para que las semillas de adormidera hicieran el efecto deseado, cosa que ocurrió al cabo de unos minutos.
Fue entonces cuando la chica tomó las ropas de su invitada, se embozó bajo el pañuelo de la anciana y salió de la cabaña, el cesto de manzanas bajo el brazo, cerrando la puerta tras de sí, sabedora de que con ese disfraz ninguno de los espías que sus amiguitos tenían desperdigados por el bosque podría retenerla.
 
Aquella noche, cuando los enanos volvieron de la mina las camas estaban sin hacer, la cena sin preparar y la ropa sin lavar. Y una horrible vieja dormitaba en el comedor, la cabeza apoyada sobre la mesa, roncando estruendosamente, la mano aún junto a la manzana que Gruñón se llevó rápidamente a los labios, devorándola en un santiamén.

domingo, 21 de abril de 2013




LOS MANITAS DE LA TELE
 
Veo poco la tele, lo reconozco. Entre granhermanos, túsiquevales, igartiburus y políticos soltando trolas hace tiempo que mi aparato acumula montañas de polvo sobre el mueble del salón. Lo único que despierta mi interés son algunas pelis, ciertos documentales y sobre todo esos programas que explican el proceso de fabricación de los objetos. Hablo, naturalmente, de programas de telerrealidad, esto es, que representan procesos de fabricación auténticos, y no situaciones ficticias imposibles de llevar a cabo, como en la Bricomanía.
 
Y es que yo veo al fulano este empuñando la multiherramienta y me digo:
¿A ver, este tío dónde compra las cosas que a mí nunca me funcionan igual? ¿De dónde saca la madera que nunca le salen nudos ni se le astilla?
Porque a mí, es ponerme a hincar un clavo y tropezarme con un nudo. Y desde luego que para meter un tornillo primero tengo que usar el punzón. Por no hablar de esas sierras, esas lijadoras y esos taladros que no producen una mota de polvo, ni sueltan virutas, ni engorrinan la mesa y el suelo y hacen que se te pegue la suciedad a las suelas y luego vayas por ahí poniéndolo todo como un cristo. Que a mí una vez se me ocurrió limpiar las manchas de humedad de un armario con una lijadora orbital y la habitación parecía la última escena de una película sobre el fin del mundo; no se veía más que el polvo flotando en el ambiente. Y aún usando mascarilla  estuve una semana sacando mocos negros.
 
Pero el julandrón este no: este se pone a la faena sin guantes ni mascarilla ni nada de nada. Bueno, para lo único que utiliza protección es para el equipo de soldadura autógena, que es algo que todo el mundo tiene en su casa, junto al cajón de las patatas. Pero el resto a pelo. Y ni se da martillazos, ni se pilla la piel con el alicate, ni se clava la punta del destornillador plano, ni le salta una astilla al ojo y termina serrando en braille.
Y luego a ver qué potencia eléctrica tiene contratada el andoba. Porque un amigo mío se compró un equipo de soldadura en el Alcampo y se le saltaban los plomos cada vez que lo ponía a funcionar. Que volvió loco al electricista hasta que cayeron en la cuenta de que el causante del expediente X de su instalación podía ser el aparato bricolador. Pero les costó lo suyo.
Y ese tallercito tan relimpio y tan apañado. Que a ver dónde se ha visto que en un cuartucho tan pequeño le quepan tantas cosas. Y todo a mano y en su sitio. Una de dos: o este hombre no le deja herramientas a nadie o las que le prestan no las devuelve. Porque no le falta de nada: tiene brocas para metal, para madera, para hormigón, para cerámica… y luego no hay elemento que se le resista. Le pasa como al Arguiñano: que va a la tienda y encuentra de todo: lo mismo te aparece con una plancha de metacrilato que con una lámina de kriptonita. Y todo para construir un perchero de diseño. Claro que más tarde te dice, también como el Arguiñano, que si no encuentras metacrilato puedes utilizar el plástico de la mampara de baño, y que si no consigues kriptonita te puedes apañar con plastilina. Así que acabas colocando en el recibidor un adefesio indescriptible que ni siquiera sirve para colgar una bufanda porque el crío le ha quitado uno de los remates de plastilina de las patas para hacer un Bob Esponja.
 
Y, para colmo, tienes que gastarte un potosí en hacer instalar otra mampara en el baño, porque la del experimento ha quedado inservible  y ni siquiera tuvieron el detalle, en el mismo programa, de darte un briconsejo sobre cómo construir una cortina de ducha con las bolsas reutilizables del supermercado.
 
Que, tiempo al tiempo, se les ocurrirá.

viernes, 19 de abril de 2013




COMO UNA ARDILLA
 
A veces los recuerdos se transforman
en hojas puntiagudas
que nos van horadando el corazón
con su herrumbroso filo.
 
A veces las palabras se transmutan
en mensajes caducos,
en urgentes promesas formuladas
atolondradamente.
 
A veces se amontonan los reproches
sin orden ni concierto,
y se adueña de la existencia el caos
y se hace Sur el Norte.
 
……………….
 
A veces busco y casi ni te encuentro,
aturrullado el paso
huidizo y veloz, como una ardilla,
que se pierde en lo alto.

jueves, 18 de abril de 2013





LA TAPIA
 
La naturaleza es un conglomerado de aconteceres pasajeros, de células con fecha de caducidad; desde esas molestas y zumbonas mariposas blancas que viven una sola noche hasta las raíces de un roble milenario. Pasando, sin duda alguna, por nosotros mismos, que de momento y afortunadamente (miedo me dan los experimentos sobre clonación humana, no quiero ni pensar quiénes podrían terminar siendo inmortales), seguimos estando de paso en este mar de dudas, en este valle de lágrimas, en este universo de milagros.
 
Durante al menos nueve meses al año esto no es más que una tapia cubierta de sarmientos. Un muro más de los que cercan los pequeños huertos de una zona apartada del tráfico y del ruido. Una pared, pétrea y anónima. Una barrera. Una construcción.
 
Pero si todo va bien (y muy mal dadas tienen que venir para que esto no suceda), con los primeros soles de la primavera van naciendo brotes en las resecas ramas; unos brotes feos y negruzcos, un poco siniestros, que con el paso de los días reverdecen para, finalmente, dejar que sus cápsulas se abran permitiendo que asomen los primeros tonos de violeta. Y en una semana, dos a lo sumo, el anodino muro se convierte en un tapiz violáceo que se divisa, a lo lejos, asombrando al paseante y atrayendo la atención de cientos de enormes y alborotadores abejorros negros, decenas de avispas y montones de mariposas de colores.
 
Apenas un mes dura el vistoso tapiz, que más tarde muta en verde, también magnífico aunque menos llamativo. Por eso me gusta tanto, cuando el invierno llega a su fin, pasar ante el muro anticipándome a la eclosión de las flores y contemplar la evolución de las ramas sarmentosas, acercarme a observar de cerca los tiznados brotes, tocarlos y sentir el áspero tacto de las cortezas que, sólo unos pocos conocemos el secreto, encierran en su interior una tal belleza.
 

lunes, 15 de abril de 2013



MESA PARA CUATRO
 
Llegaron a la cita con un poco de adelanto. Ella se había probado mil vestidos, ensayando ante el espejo y ante los hechizados ojos de él, que la miraba embelesado, su cabeza entrando y saliendo entre las ropas, sus esbeltos brazos elevándose y bajándose de nuevo.
Se habían enamorado nada más verse. Ambos tenían una dilatada experiencia en desengaños y al poco de empezar a conocerse se dieron cuanta de que la búsqueda había terminado. De que estaban, al fin y para siempre, delante de aquél que les había sido destinado para pasar a su lado el resto de la vida.
 
Ella, lo sabía bien, sería observada con lupa aquella noche, de ahí su interés por el avío personal. La alargada sombra de la anterior compañera planearía durante meses sobre ella, y las comparaciones serían inevitables.
 
Ellos, los anfitriones, tenían una casa monísima, de dos plantas y decorada con gusto y con dinero. En la mesa, bandejas de canapés, ensaladas exóticas, pastelillos salados y una botella de buen rioja. Nada de vulgaridades como chorizo, huevos duros o tortilla de patata.
 
Se dieron cuenta desde el primer momento de que algo no marchaba bien. Pese al ramo de flores con la tarjeta de “Te quiero” bien visible que reposaba en un rincón (acababa de pasar san Valentín), apenas se miraban a la cara. Toda su conversación se resumía a un “Pásame el vino, por favor”, “¿Tienes un cigarrillo?” o “Sí, yo también quiero ensalada”. Parecían aliviados de tener con quien hablar, de disfrutar de aquella tregua que les permitía, sólo por unas horas, simular que su vida era normal, que eran capaces de mantener una conversación civilizada, que aún podían, quién sabe, resolver sus diferencias y volver al punto de partida, al momento en que se miraban como ahora mismo lo hacían ellos, sus amigos.
 
Estalló al fin la discusión, inevitablemente y por una tontería. Consiguieron controlarse un poco para no arruinar del todo la velada hasta que finalmente, los invitados dijeron que se estaba haciendo demasiado tarde, se levantaron y se despidieron cortésmente, traspasando el umbral y atravesando el bello jardín tomados de la mano, silenciosos e invadidos por el enorme sentimiento de culpabilidad que les causaba, en ese momento, el hecho de quererse tanto.
 

 

domingo, 14 de abril de 2013




 
TARDE
 
Tarde triste, luz de tarde:
yo detrás y tú delante.
Tarde triste, sol de tarde,
arrebolado y distante.
 
Tarde triste, sed de tarde
muriéndome por besarte.
Tarde triste, bella tarde
para compartir con alguien.
 
Tarde triste, rancia tarde
sin el sabor de tu carne.
Tarde triste, lenta tarde:
minutos interminables…
 
Tarde triste, ciega tarde
que se agrisa a cada instante.
Tarde triste, ronca tarde
gritando tras los cristales.
 
Tarde triste, turbia tarde
caminando entre las calles
tarde triste, eterna tarde
¡Qué soledad tan gigante!

 

viernes, 12 de abril de 2013




LA VERDADERA HISTORIA DE PINOCHO


Gepetto le sacudió suavemente para despertarle.
¿Has dormido bien, mi niño?- le preguntó.

Pinocho se desperezó ruidosamente, sus articulaciones emitiendo arbóreos crujidos mientras respondía: -No sé, abuelo. Ha sido todo muy raro. Imagínate que he soñado que era de madera… De madera, ¿te das cuenta qué tontería? Y que había un hada buena que me convertía en niño de verdad. Como en los cuentos que tú me contabas de pequeño. En fin, menos mal que sólo ha sido un sueño. ¿Qué hay para desayunar?

Gepetto lo miraba sonriendo mientras el chaval engullía con ganas. Y es que al buen carpintero se le había ido la mano y en vez de un chiquillo había tallado un adolescente de 16 años que comía como una lima, un mozalbete atlético y bastante guapetón a su juicio. Lástima de ese nudo de la madera que no pudo eliminar completamente y que le había dejado esa nariz tan fea.

Una vez terminado el desayuno, el anciano le entregó dos cosas: un grillo y una cartera. El grillo, le dijo, se llamaba Pepito y sería su guía. Y la cartera era para ira al colegio, donde sin duda lo convertirían en un hombre de provecho. Él ya había soñado con que Pinocho fuera abogado, o médico. O incluso, quién sabe, presidente de la nación.

¡Ay! Pero el mal nunca descansa y cuando el chaval llegó al cole se encontró con una profesora que le hacía morritos. Era pelirroja y simpatiquísima, y tenía las curvas de Sophia Loren y la mirada de Gina Lollobrigida. Pepito Grillo se dio cuenta de inmediato de que la espectacular hembra no era sino la acérrima enemiga del hada buena que había dotado de vida al muñeco y se aprestó a alertar a Pinocho:
-Ni se te ocurra escucharla- le dijo- Es la reencarnación del mal. Te llevará derecho a la perdición. Condenará tu alma y el pobre Gepetto morirá de la tristeza.
 
Pero Pinocho estaba ya atrapado entre las pestañas de la diosa. Y cuando ella le pidió que se quedara después de clase para darle unas lecciones particulares, al chaval se le pusieron los ojos como platos. Cogió al grillo, que ya lo tenía frito con tanta moralina, lo metió en un frasco con formol y lo llevó al laboratorio de la escuela.
Luego volvió al aula donde le esperaba la maestra, que debajo de la bata blanca llevaba un body negro y unas ligas rojas.
 
Y fue entonces cuando a Pinocho empezó a crecerle la nariz.

miércoles, 10 de abril de 2013




 
POR SABER…
 
El valor de mi vida por saber lo que piensas;
el brillo de mis ojos por saber lo que buscas;
la fuerza de mis brazos por saber lo que miras;
la sangre de mis venas… por saber lo que sientes.
 
…Por saber lo que sientes.
 
Por tenerte conmigo, aunque sea callado:
¡mis manos!
 
Por tenerte a mi lado y poder escucharte:
¡mi carne!
 
Por tenerte en mis brazos, una noche sólo:
¡mis ojos!
 
Por tenerte abrazado al nacer la mañana:
¡mi alma!
 
Por tenerte encerrado dentro de mi piel:
¡mi ser!
 
En cualquier instante miradas furtivas
(tan sólo una amiga)
Sonríes, asientes, arqueas las cejas
(confesión incierta)
Un par de palabras descubren el gesto
(cómplice encubierto)
 
Mensaje encriptado, palabras sin frase:
¿El amor que nace?
 

 

jueves, 4 de abril de 2013

 
 
 
 
LA CUENTA-MILAGRO
 
Me he llegado hoy al cajero,
he metido la tarjeta
y por poco me desmayo
cuando he visto lo que queda
en la cuenta, y no ha hecho el mes
más que asomar la cabeza.
 
Me he acercado al mostrador
a actualizar la libreta
por ver si, nunca se sabe,
había habido en la cuenta
algún movimiento extraño:
un pago, una transferencia…
un cargo de otro cliente,
algún sablazo de hacienda…
Pero nada, todo estaba
bien anotado y en regla:
la factura de la luz,
el teléfono, las letras
del coche que aún no he pagado,
la ITV, la hipoteca,
compras del súper, recibos,
tickets de gasolinera…
Lo mismo de cada mes
pero con la diferencia
de que cada mes es más
lo que pago, y en inversa
proporción estoy cobrando
y, claro, el sueldo no llega.
 
Así que, tras descartar
lo de cortarme las venas,
me he acercado al mostrador
y he preguntado muy seria
si no sería posible
apañarme a mí una cuenta
como la de Urdangarín,
el de la hija de la reina,
de esas que, de hoy a mañana
te multiplican las perras
y, lo que es más cojonudo,
tú ni siquiera de enteras.
 
"Cuentas-milagro" les dicen…
y no es una cosa nueva
que en tiempos del Urralburu,
cuando estaba la peseta,
no sólo multiplicaban
el saldo de la libreta
sino que lo transferían…
¡Y cambiaban la moneda!
Que tú metías aquí,
pongamos, dos mil pesetas
y al cabo de algunos días
y sin que tú lo supieras
se te habían transformado
en cien mil coronas suecas.
 
Así que, señor banquero,
déjese usted de pamemas,
no me regale sartenes,
ni bolígrafos de pega:
quiero una cuenta milagro
como el yerno de la reina,
y, si no es posible, ruego
tenga usted la deferencia
de estafarme un poco menos
y no robarme las perras.

miércoles, 3 de abril de 2013




LA OTRA VIDA DE LOS OBJETOS
 
Le costó un par de horas pasar de la fascinación al desengaño. Más o menos el tiempo que un amigo común tardó en quitarle la venda de los ojos, contándole cómo se estaba riendo de ella delante de todo el mundo.
 
Fue ella misma quien le hizo las maletas, rebuscando a conciencia en los cajones para asegurarse de que no quedaba en el apartamento ni un solo resquicio del paso por su vida de aquel impresentable. Mientras, en el recibidor, un carpintero cambiaba la cerraja, de forma que cuando él llegó se encontró sus pertenencias en la puerta.
Y supo, porque la conocía bien, que nada podría hacerle cambiar de opinión.
 
Le hubiera gustado, sin embargo, haber podido deshacerse de los recuerdos con igual celeridad. Pero eso es imposible, y los meses siguientes fueron una sucesión de flashbacks que relampagueaban en su mente: canciones evocadoras, lugares comunes, expresiones salidas de otros labios…
Afortunadamente, nada es eterno, y esas pequeñas cosas que en principio tanto se lo recordaban se fueron diluyendo poco a poco en su memoria. Y al cabo del tiempo fue capaz de escuchar esas canciones sin que se le humedecieran los ojos, de visitar esos lugares sin que la invadiera la nostalgia.
 
A veces encontraba algún objeto suyo, algún resquicio olvidado en un rincón, y le daba no se qué tirarlo. Lo guardaba en cualquier parte, sin emoción alguna, sabiendo que tarde o temprano tendría que desprenderse de ese lastre para pasar la página y seguir viviendo. Pero es complicado decidir dónde depositar las emociones. No le apetecía llevar esos enseres a una institución benéfica, pero tampoco regalarlos a alguien conocido. Y tirar a la basura algo útil no encajaba con su austeridad.
 
De modo que empezó a olvidarlos en lugares públicos. Cada vez que encontraba alguna cosa, la metía en el bolso y la abandonaba en un banco, en la mesa de un café, en un vagón del metro… De esa forma, pensó, daba a los objetos la oportunidad de disfrutar de una segunda oportunidad, de convertirse para aquellos que los encontraban en algo precioso, nuevo y excitante.
 
Así que ya lo sabes: si un día entras a un bar, ves que una mujer se marcha olvidando unas gafas en la barra y cuando le preguntas te dice que no son suyas, no insistas. Simplemente tómalas, mételas en tu bolsillo y dales la oportunidad de comenzar una nueva vida.

martes, 2 de abril de 2013



 
 
LO IRREPARABLE
 
Sólo pudo escuchar la primera frase. El resto no fueron sino palabras inconexas que atravesaban su cerebro de un lado a otro, como una corriente de aire entre sus oídos. Mantenía la mirada fija sobre las rodillas, sin atreverse a levantar la vista, y recordaba casi con exactitud todos y cada uno de los desatinos cometidos, y que le habían hecho tanta gracia desde el primer momento. Recordaba las advertencias de sus padres, al principio, cuando apenas salía de la infancia. Recordaba las campañas publicitarias, acerca de las que bromeaba delante de sus amigos, de sus familiares, de todo el mundo. Esas cosas, decía, son como los accidentes de tráfico, siempre les pasaban a los otros.
Pero no.
Ahora estaba allí, sentado, sin atreverse a mirar la radiografía que reposaba sobre la mesa, aguantándose las lágrimas y diciéndose a sí mismo mierda-mierda-mierdaymilvecesmierda. Y pensando cómo se lo iba a explicar a su mujer cuando llegara a casa.
 
El hombre sentado frente a él terminó de hablar. Se levantó de la silla, se le acercó y le preguntó si se encontraba bien. El musitó un sí apenas audible y salió de la consulta. Atravesó el pasillo despacio, como un zombi, ajeno al mundo que se agitaba a su alrededor. Salió a la calle. La mañana era fresca. Se sentó en un banco y echó la mano al bolsillo, el gesto instintivo que siempre acompañaba a la salida de un espacio público. Sus dedos sintieron el crujiente y familiar contacto del paquete, casi vacío. Lo sacó, estrujándolo con rabia y lanzándolo lejos, muy lejos.
 
Y sólo entonces pudo llorar.

lunes, 1 de abril de 2013

 
 
 
 REENCARNÁNDOSE, QUE ES GERUNDIO. Y REFLEXIVO
 
Todavía me estoy recuperando del impacto que me causó la última chaladura de uno de los curas de mi pueblo (sí, lo siento, ellos otra vez), que se negó hace unos días a que en la parroquia que regenta se celebrasen los oficios fúnebres de una mujer que había donado su cuerpo a la ciencia. El párroco argumentó que sin cadáver no había exequias.
Y se quedó tan ancho.
 
Y es que esto de reencarnarse va a ser como cuando de pequeños nos mandaban a la tienda a por la leche: que si no ibas con el envase vacío ya le podías llorar al abacero todo lo que te diera la gana que aquella mañana desayunabais todos agua del grifo. Como mucho, y si pillabas al tendero de buenas, se apiadaba de tu llanto y te metía la leche en uno de los envases que retiraba para echar a la basura y que, por lo general, tenía todo el gollete descascarillado. Y entonces el riesgo era el de jugar a los faquires, intentando adivinar a quién iba a tocarle el trocito de cristal que se había desprendido al echar la leche a la cazuela.
 
En fin… que parece ser, según para qué curas, que al otro mundo hay que ir completo.
Vamos, que ya me veo yo a San Pedro, el día del juicio final, y justo después de la ceremonia del peso de las almas, pasando a todos los aspirantes por un escáner a ver si están enteros. Y luego diciéndote: “Pues mire, no se puede usted reencarnar porque le falta un dedo”. Y el otro: “Ya, pero es que era carpintero, y me lo corté con una máquina”. Y san Pedro: “Ah, eso no es cosa mía… ahí en frente tiene usted a María Magdalena que es la que lleva el tema de las reclamaciones: rellene usted el impreso y ya le atenderá San Judas Tadeo cuando le toque el turno. A ver, el siguiente… usted tampoco puede pasar que le falta un riñón”. -“Ya, pero es que nací sólo con uno. Tengo un informe del hospital donde lo certifica, pero claro, lo dejé en la Tierra. Si me deja usted bajo a por él, o le pego un telefonazo a mi  mujer para que lo escanee y me lo mande por mail. Mire usted que a mí me hacía mucha ilusión reencarnarme, que he llevado una vida de lo más miserable…”.- “Nada, nada, déjese de tonterías y de vuelta al limbo. Y ahueque el ala que hay cola. A ver, Santa Teresa, ¿dónde está el brazo que te falta?”. -“En el convento, ya lo sabéis de sobra… que llevan las hermanas siglos sacándoles dinerillo a los turistas que lo quieren ver”. -“Pues ya estás yendo a buscarlo que sin brazo no hay reencarnación. Y busca un cirujano que te lo reimplante. Si hace un buen trabajo y no se nota mucho el remiendo, entonces hablaremos. Pero no te prometo nada.”
 
Con este panorama, no me extrañaría nada que se cree en el limbo un mercadillo de repuestos en el que aquéllos que pasen treintaytrés del tema de la reencarnación se dediquen a dejarse desguazar y vender sus piezas por dinero. Claro que el problema, como en la tierra, será el tallaje. Porque no es lo mismo encontrar una pierna a la medida si mides 1’70 que si mides 2’10. Y en cuanto a las vísceras, a ver qué iba a pasar con la momia de Lennin, o la de Tutankámon. Yo creo que es por eso que a Hugo Chávez al final no lo han momificado. Porque Bolívar le debió de ir con el cuento cuando partió del mundo de los vivos y una noche se metió en la cama de Nicolás Maduro y le dijo que de sacarle las entrañas nada de nada. Que lo mismo luego se tenía que quedar dando tumbos por el limbo eternamente y tampoco era plan. Y que él lo que quería era volver a la Tierra. Y seguir mandando. Aunque fuera en la piel del presidente de los Estados Unidos.
 
………………………………………
 
Así que de momento y por si acaso, yo he roto mi carnet de donante de órganos y les he dicho a todos mis allegados que a mí ya me puede ir la vida en ello que no me corto ni las uñas.
 
Yo que sé, malo será que al final me reencarne en ostra.