domingo, 1 de agosto de 2021


 

EL MONTÍCULO

Este montón de tierra apareció en el borde del camino hace unos meses. Supongo que procedía de una obra, o bien hubo algún labriego que lo sacó del huerto y lo dejó ahí.
Yo pensaba que alguien vendría con un remolque y se lo llevaría, pero no. Era tierra blanda, suelta; estoy segura porque yo, que soy muy de hacer el tonto siempre que se tercia, intenté subir por el montículo y me hundí; de hecho ese deslizamiento lateral fue cosa mía. El caso es que como voy por la vida despistada no había seguido la evolución del montecillo hasta que el otro día reparé en un manojo de flores que ha brotado en su cima y al dar la vuelta me apercibí de que en la base del mismo había hierba seca, lo cual significa que hubo hierba fresca durante la primavera. Y me puse a pensar en la obra, o en el labrador, y después en los pájaros y la lluvia y el sol que hicieron lo demás. Y una vez más me maravilló esta bendita tierra que nos permite la vida y el disfrute y me pregunté para qué sirven los abonos químicos y los pesticidas y todas esas mierdas con las que los grandes productores intentan eludir el peaje que las bestias se cobran en especies en esos cultivos que más tarde van a los lineales de los supermercados. Ya que, aún sabiendo que el ciclo se produciría lo mismo por vía natural, seguimos envenenando poco a poco el planeta sin ser conscientes de que con ello estamos cavando nuestra fosa. Y es que la naturaleza, se vio muy claro durante el confinamiento, no nos necesita para nada; simplemente nos nutre y nos soporta, y por muy listos y guapos e imprescindibles que nos creamos, el día menos pensado da una vuelta de tuerca y nos vamos todos al carajo, zas, en un momento, y ahí se queda el montículo con sus flores y sus hierbas y sus pájaros y sus rayos de sol y sus tormentas.

Exactamente igual que si nosotros jamás hubiéramos pisado este planeta.

#SafeCreative Mina Cb 

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