sábado, 3 de julio de 2021


 

MARISA LA PITONISA

Tenía más cara que espalda y un diploma de psicología por la facultad de Salamanca que nunca había necesitado utilizar puesto que su padre era el propietario de una importante empresa constructora de las que habían chupado del frasco de la administración durante décadas. Eso le había permitido viajar, conocer mundo, aprender idiomas y sobre todo impregnarse con la cultura de otros países. Porque, pese a ser vaga como una manta, era lista como un delfín. Y había sido dotada por la naturaleza de un agudísimo instinto para calar al personal. En compensación, tenía muy pocos escrúpulos. Más bien ninguno.

A la muerte de su padre heredó el negocio familiar, del que se desentendió, dejando la gestión en manos de un grupo de asesores aún más sinvergüenzas que su progenitor. Entre eso y la crisis el chiringuito se fue al garete en menos de dos años. Pero para entonces ella, que como ha os he dicho era cualquier cosa menos tonta, cogió una buena parte de la pasta y la sacó del país. Y de ese modo, para cuando llegó la suspensión de pagos, su porvenir estaba más que asegurado, y no como el de los pobres empleados que salieron con una mano por delante y otra por detrás.

Se instaló en Moscú, pero era una ciudad muy fría y bastante cara y los ahorros se le estaban acabando. Así que trazó un plan. Se apuntó a varios cursos de yoga, esoterismo y otras disciplinas similares y cuando consideró estar lo bastante preparada agarró los trastos y se volvió a Madrid. Hizo una escala en Londres donde se dio una vuelta por los mercadillos y se apañó un atuendo de lo más apropiado: faldas de colores, blusas cerradas con un cordón, pañoletas… y mucha quincallería… pulseras, aros, collares de cuentas… Y unas gafas enormes, que a alguno le habían dado resultado.

Se instaló en un ático de la Gran Vía. Sin ascensor, que le daba un aire más bohemio. Lo llenó de gatos, lo decoró con velas y cretonas floreadas y colocó una mesa camilla en el salón. Todo muy recargado, muy cíngaro. Y muy very typical, que al final es lo que vende. Contrató a un detective privado para que propagase el rumor de que una célebre pitonisa soviética acababa de instalarse en la cuidad. Se construyó un pasado turbio, relacionado con la trata de blancas y el tráfico de armas. E hizo correr la voz de que había huido del país perseguida por la mafia, que la estaba buscando por todo el mundo para ajustarle las cuentas. Eso y el acento que ensayó cuidadosamente antes de poner en marcha el tenderete, así como la puesta en escena, maquillaje incluido, hicieron el resto.
En un menos de un mes no daba abasto con los clientes. Gente sobre todo de la aristocracia, políticos, empresarios…
La mayoría de las consultas versaban sobre cuestiones amorosas. No era difícil; sólo había que mirarlos de arriba abajo y una sabía qué era lo que querían oír: Si la alianza era brillante les hablaba de los hijos que iban a tener, si se veía ajada por el tiempo les contaba que su vida iba a dar un cambio. Y si no la llevaban que en breve iban a encontrar el amor verdadero. Y en cuanto a lo demás, si iban de punta en blanco les auguraba fortuna, si llevaban colores chillones, felicidad, y si se les veía demacrados, salud.

Y ahí sigue ella, en su ático sin ascensor, leyendo manos y bolas y posos de té. Y sin pegarle un palo al agua.

Una chica lista… ya os lo había dicho.

#SafeCreative Mina Cb

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