EL AÑO DEL RÍO

Ni recuerdo cuándo empecé con el hábito de, cada 31 de diciembre, mirar hacia atrás para decidir cuál había sido el paso más importante del año: dejar de fumar, aprender a conducir, cambiar de trabajo, comprar un coche, irme a vivir sola, empezar una relación importante, terminar otra que me estaba machacando… Publicar mi primer libro.

Todos esos retos iban dejando a un lado al más profundo y antiguo de mis miedos:
El agua.

Creo que fue hace mil años, en la piscina del Frontón. Iba avanzando y de repente glugluglú… el agua superaba mi cabeza. No sé si me sacaron o salí pero esa angustiosa sensación me ha acompañado de por vida. De nada sirvieron los cursos de natación donde no soltaba el flotador ni los interminables veranos en Ribotas, que para mí eran un infierno. El agua me aterraba y me atraía a un tiempo y sólo con casi cuarenta años me atreví a apuntarme a un cursillo de adultos y, por primera vez, nadé. No muy segura pero fui capaz de hacerlo, sin flotadores ni manguitos ni un monitor al lado.

Me llevó la vida por otros lugares y otros derroteros y mi nuevo barrio estaba junto al río, del que no tardé en enamorarme: sus brillos amarillos en verano y su gris plata otoñal; las mañanas de niebla y los arrebolados atardeceres agosteños, sus pájaros y peces y esa actividad que iba descubriendo día a día y la otra que quería adivinar: los escondrijos, los nidos, los nocturnos castores, el asustadizo azul brillante del martín…

“Tienes que coger una piragua”- me dijo un amigo, mientras mirábamos ponerse el sol desde la orilla. Y mi memoria trajo de inmediato, unida a la fascinación por el paisaje, la angustia del agua sobre mi cabeza. Y el miedo. Esa palabra negra que engulle a todas las demás palabras. Y se fue ese verano, y el siguiente, y cada vez el deseo era mayor. Tanto que un día su magnitud fue tal que consiguió que la curiosidad ganase la partida al pánico.

Y me atreví.

#‎SafeCreative‬ Mina Cb

Por un 2023 donde los sueños sean más poderosos que los miedos.