sábado, 3 de octubre de 2020



 

 EL JUEGO DE LAS SILLAS

Menos mal que el verano se ha acabado porque esto del terraceo se va pareciendo cada vez más al juego de las sillas, que el camarero del bar de mi barrio, el pobre, va a acabar dando en loco, porque si no tenía ya bastante con lidiar con el personal cuando se le va la mano con las copas, ahora además tiene que hacer de policía y de matemático. Y leerse la normativa cada mañana al despertar, ya que donde ayer dije cinco hoy digo cuatro y donde ayer dije hasta las dos hoy digo hasta las once. Aparte de los dos metros del tabaco, que el día menos pensado lo modifican también y lo aumentan a dos y medio. O cuatro. Y con un orificio en la mascarilla. Y otro para beber con pajita, que los que le den a todo tendrán que llevar tres máscaras: la de fumar, la de beber y la de andar por la calle.

Pero a lo que iba: que lo de la terraza parece el juego de las sillas. Porque tú llegas, miras el paisaje y, si te pasa como en el garito al que yo voy, que conoces a toda la parroquia, pues echas un ojo y dices: Hoy me siento aquí. Pero resulta que cuando sales con la cervecilla se ha sentado otra persona. Y tú cuentas y piensas, cinco... aún se puede. Pero de pronto alguien dice que desde ayer son cuatro y que o arrimamos otra mesa o alguien sobra. Y miras al recién llegado con inquina y te buscas otra mesa donde haya tres o menos. Y das con ella mientras miras de reojo al grupo de la que has abandonado, que te mola más porque hay un chico superguay. Y además el pegote ya se ha ido pero te parece mal cambiarte, y más ahora que el filósofo de turno se ha puesto a hablar de la reproducción del cangrejo americano en cautividad, que es un tema que a ti siempre te ha parecido apasionante. Pero te parece mal opinar, claro, Porque careces de los conocimientos del orador. De modo que intentas pensar en otra cosa (bombas, puñales, el chico de la otra mesa...) mientras los minutos se deslizan, lentos como tortugas centenarias hasta que, ¡bingo!, vislumbras a lo lejos a un conocido del cangrejólogo, momento en que coges el vaso vacío y anuncias que te vas a pedir otra y ya de paso al baño, lugar donde dejas pasar el tiempo suficiente como para que el conocido llegue, se acerque al grupo, se ponga a hablar y se acabe sentando en la silla que ocupabas de modo que, cuando tú reaparezcas, te conviertas en el quinto miembro y tengas la ocasión ideal para tomar asiento en la mesa que ibas a ocupar cuando llegaste. La del chico, sí.

A veces funciona.

#SafeCreative Mina Cb

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