jueves, 14 de mayo de 2020




GRAN TORINO

Salgo del trabajo a eso de las diez. Me acabo de quitar la mascarilla y me despido de mis compañeras en la puerta. Hace buena noche y decido ir a casa dando un rodeo. Qué suerte poder pasear sin miedo a que te multen, disfrutar de la ciudad a estas horas, ver las calles otra vez animadas y con gente; caminar despacio y pararse ante los escaparates, escuchar el bullicio quedo de la plaza mirar, el reloj aunque no te importe qué hora sea y sentir la vida y la suerte de continuar en ella. Y hablando del reloj, fijo la vista en el balcón desde el que cada 24 de julio se dispara el chupinazo que convierte la ciudad en una fiesta y pienso que qué pena, que este año la plaza no será un hervidero en blanco y rojo, y no podré dar abrazos a todos mis amigos, y compartir cervezas y besos y confidencias a gritos al oído y en mitad de la zorrera de una sesión de Dj, bailando torpemente con un vaso en la mano mientras me cago en lo más barrido porque al día siguiente tengo que ir a trabajar. Miro a continuación el balcón de la residencia, ese fortín en cuyo interior las trabajadoras se atrincheraron para salvar a los ancianos y vaya si lo consiguieron, qué valientes. Personas así hacen que te sientas orgullosa de formar parte de la raza humana. Y de vivir en el lugar donde ellas viven. Sigo mi paseo y llego hasta una de esas terrazas concurridas que está, pues eso, concurrida. Gente joven charlando a cara descubierta, separados únicamente por los ochenta centímetros de la mesa. Ríen a carcajadas, abriendo bien la boca, encantados de la vida como debe ser y cual si nada estuviera sucediendo. Y de repente me acuerdo de Clint Eastwood en Gran Torino, y me imagino a un viejo grande y fibroso, así como con cara de mala hostia y un fusil de repetición con un par de cargadores en bandolera, llegando hasta el lugar y deteniendo su imponente figura en mitad de la verbena mientras amartilla el arma y ratatatatá, se lía a disparar, un muerto en cada mesa, girando sobre su propio eje. Me imagino el pánico y los gritos y la sangre. Y la expresión de estupor de quienes adivinan una muerte inesperada, injusta y cruel. Y continúo mi camino cabizbaja, ya sin ganas de mirar los escudos y los aleros de mi barrio que tanto me enamoran, harta del egoísmo y de la insensibilidad de esta a veces detestable especie a la que pertenezco.

#‎SafeCreative‬ Mina Cb

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