sábado, 30 de mayo de 2020




DOS VIDAS

El otro día le decía a una amiga que, si hay gente que te ha tomado con tanta ansiedad lo de los bares como yo lo de la naturaleza, estos días en urgencias tiene que haber comas etílicos por un tubo. 

Y es que no me canso: me levanto al punto de la mañana, desayuno, me pongo las zapatillas y me lanzo a la selva. Este año, entre la lluvia y nuestra ausencia, está todo exuberante. Y los bichos más confiados que de costumbre. Jamás había oído tantos pájaros ni visto volar tan bajo a las rapaces. Es más; está tan cerrada la vegetación que no he podido acceder a lugares a los que antes entraba sin problema y tampoco quiero, qué demonios; que si Natura decide levantar barreras a la vista humana por algo lo habrá hecho. Y además me sucede algo curioso, y es que estos encuentros con el medio natural han acabado por partir mi mundo en dos, hasta el punto en que ahora me da la sensación de tener dos vidas: una la vírica, con la mascarilla y el desinfectante y el riesgo pululando por doquier y otra la salvaje, donde todo está lavado por la lluvia y puede, por tanto, olerse, tocarse o hasta morderse si se da la circunstancia. Un espacio acogedor y amable donde no existe el miedo y al que puedes acudir desnuda y respirar profundamente hasta que los pulmones no den más de sí. Y aunque reconozco que las circunstancias me obligan a recorrer ambos senderos con idéntica atención, el tóxico para evitar el virus y el salvaje para no perderme nada, confieso que el segundo le va ganando posiciones al primero, por el que últimamente me desplazo casi únicamente por necesidad o gajes del oficio, y del que escapo cuanto antes para perderme por caminos que nunca había recorrido sola, muy atenta a todo lo que pasa alrededor, hasta el punto de llegar a inventar algas con forma de dragón, adivinar sin verlas a las rosas silvestres tan sólo por su aroma o salvar a los escarabajos del camino de ser atropellados. Incluso el otro día pasé por delante de lo que fue el huerto familiar y me acerqué hasta un árbol que plantó mi padre y que, como él, pese a estar seco, todavía es capaz de seguir ofreciendo al paisaje un puñado de hojas verdes cada primavera. Y pensé en lo bellos que son los árboles, incluso muertos, mientras me abrazaba a su tronco y sentía cómo la bondad paterna trepaba desde la raíz y me estrechaba entre sus ramas. 

Y entendí una vez más de dónde vengo y adónde me dirijo. 

#‎SafeCreative‬ Mina Cb

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