BULIMIA
Me pasa a menudo cuando veo un grupo de jovencitas de esas que se visten prácticamente igual. Las miro, casi univitelinas y separadas al nacer, semejantes y esclavas de la moda y seguramente guiadas por una, la jefa de la manada, que será la más guapa o la más lista o la que más carisma tenga. O al menos la que lo aparente. Porque a los quince años la verdad más evidente se muestra reflejada en el espejo.
Pues eso: que las miro y pienso: Ahí hay una que lo pasa mal. Que no es como las otras y se tiene que esforzar. Que pasa hambre para meterse en esos pantalones. Que aparenta ser una más pero en realidad es diferente. Su cuerpo. Su genética. Su metabolismo. Esa puta lotería que te adjudica la pedrea en vez del gordo. Y a esas edades, claro, quieres ser como la abeja reina. No te vale la filosofía del Principito de que lo esencial es invisible a los ojos. Y una mierda, piensas. Tú quieres ser delgada, como ellas. Como ella. Aunque igual hasta la diva viva esclava de la báscula y las calorías. Porque claro, en el Insta puedes meter filtros, pero cuando te plantas delante del chico que te gusta lo que hay es lo que hay. Que a la vida real no le valen las trampas.
Y así se empieza, oiga. Queriendo ser quien no se es. O lo que no se es. Y luego la sociedad, que se las trae. Que mucha Irene Montero y mucha Lalachus pero luego en los anuncios quiénes salen. Las delgadas. Y en las pasarelas. Las delgadas. Y en las series de Netflix. Las delgadas. Y en las fotos de los famosos, de la mano del actor de moda.
Las delgadas.
Pero si hasta Madame Curie palmó por culpa del efecto de sus investigaciones. Así quién quiere ser científica. O sí, pero delgada. Lo malo es cuando te gusta comer más que nada en el mundo. O cuando has nacido con tendencia al sobrepeso y eso es lo que hay. O cuando estás en tus percentiles pero te ves llenita. Que es la palabra que inicia la deflagración.
Llenita. Que no es lo mismo que gorda pero casi. O sea que tienes que perder. Y por la vía rápida, que la paciencia no es virtud de adolescentes. Así que te pones a dieta por tu cuenta. Y a lo bestia. Y claro, como comer te gusta llega la ansiedad. Y el bollo. Y el otro bollo. Y el bocadillo de chorizo. Y la caja de galletas. Entera quiero decir. Y la tarrina de helado. Y las diez magdalenas que quedaban en la bolsa. Y luego el remordimiento atroz y las ganas de morirte. Y el vómito como solución de urgencia. Al principio solo de vez en cuando y luego ya a diario. Como una solitaria ceremonia vergonzante que nadie debe presenciar. La trampa. Esa trampa que, sin que te dieras cuenta, se ha ido cerrando sobre ti hasta convertirte en una adicta al atracón y el vómito. Un callejón sin salida del que no ves manera de salir. Porque te da vergüenza confesar lo que te pasa. Porque te sientes rara. Y sucia. Y gorda. Y hundida en la miseria.
Y sola. Más sola que la una.
No sé… a lo mejor te suena.
#SafeCreative Mina Cb
En tal caso, por favor, hazte con este libro.
Cuentos, poemas, historias... Soy Inma y os propongo que hagamos un club de cuentistas. Con imaginación. Con ilusión. Con esperanza. Un club donde pasar el tiempo, donde evadirse... Donde jugar a ser otro.
martes, 14 de enero de 2025
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