domingo, 28 de agosto de 2022


 

JUBILATAS

Se veía llegar y llegó. La generación del baby boom está empezando a jubilarse y no son como los abuelos de antes, o sea de irse a la tasca a darle al dominó ellos y a misa de ocho ellas y luego tele hasta las doce. Ni miran la peseta como los der la guerra ni están todo el día lamentando lo mal que lo han pasado.

No. Los jubilados que vienen no han tenido que repartir entre ocho un huevo frito, han gozado de derechos sindicales y no se han partido el lomo tanto como sus antecesores. Muchos tienen estudios y algún que otro ahorrillo y les gusta salir a gastar pasta. Por eso viajan y se apuntan a cursillos. Y hacen deporte, que es muy sano para llegar a viejo en plenitud de facultades.

Lo que sí comparten con las generaciones anteriores es que les sobra el tiempo y no saben bien cómo ocuparlo. Por eso muchos compran huertos, o casas en el pueblo, o se ofrecen voluntarios para cuidar los nietos. El caso es realizar alguna actividad que llene las horas que pasaban en el curro.

Sobre todo los que se levantaban pronto.

Esos son los peores. Creedme. Sé de lo que hablo. Y lo hago en masculino porque la mayoría son hombres que se han pegado más de media vida echando pestes cuando sonaba el despertador y ahora a las seis están como los búhos, con los ojos abiertos de par en par y una especie de baile de Sanvito que les recorre el espinazo y que les dice: “Levántate, Manolo, levántate”. Y ellos desoyen a la voz pero no hay forma. El veneno está ahí, incrustado en los tuétanos y hay que ponerse en pie y desayunar. Por hacer algo. Desayunar café con leche pero no con magdalenas. No. Hay que bajar a la panadería. A por cruasanes, que aún no los han sacado porque el panadero lo primero que cuece es el pan, a ver… Pero ahí está el emérito, puntual como el Big Ben, cada mañana a las seis en punto para, en cuanto se abre la persiana, preguntar por los cruasanes. Hasta que el pastelero se lo aprende y un buen día sorprende a su cliente con una pieza recién horneada, hecho que motiva que, en adelante, el jubilado alterne su petición cada mañana, o sea en vez de cruasans pida brioches, napolitanas, bombas o cualquier artículo que vea que aún no está disponible para, una vez hecha la compra, volver a casa, desayunar y sentarse a leer las noticias en el ordenador hasta que dé la hora en que abre la tienda de ultramarinos, momento en que se acercará a la misma para llevar a cabo más o menos la misma operación, esto es, pedirá espárragos si ya no es temporada, tomates si sabe que el repartidor aún no ha llegado o hielo, que ahora es del dominio público que no hay por ninguna parte.

Tras hacer la compra se dará un paseo, o irá al gimnasio, o lo que sea. A mediodía se acercará hasta el bar del barrio, que seguro que hay tertulia, y a eso de las dos, cuando la panadería esté cerrando, entrará a por el mollete, se quejará de que ya no quedan (a las seis de la mañana había mogollón) y se irá a casa cabreado con dos bollos sin sal y media macerada.

#SafeCreative Mina Cb

Pd: Si no le encuentras la gracia es porque eres uno de ellos.

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