jueves, 5 de marzo de 2020




EL OCHO DE MARZO


Ayer una compañera me decía que no entiende muy bien esto del ocho de marzo. Que no comulga con las formas de algunas de estas mujeres que parecen querer convertir el tema en una guerra de sexos. Y casi me enfadé. Porque estas cosas, cuando vienen de personas, como el caso de esta chica, que leen y viven informadas, me cabrea. Y me cabrea porque creo que el feminismo, en estos tiempos de Vox, es un arma, más que necesaria, imprescindible. Le expuse el caso de “la manada”, cuando se alegó que la chica había entrado en el portal con uno de los agresores por su voluntad, convirtiendo así a la víctima en culpable. Le hablé de las condenas, de los locos que te asaltan en cualquier esquina. Y de algunas otras cosas; menos de las que hubiera deseado en ese corto trayecto que nos lleva de la puerta del trabajo hasta el semáforo donde nuestros caminos se separan. Porque me hubiera gustado explicarle que esas mujeres que se ponen pañuelos morados y gritan como si les fuera la vida en ello lo hacen por eso: porque les va. Porque nos va la vida en ello. Hubiera querido también decirle que locos habrá siempre, ya que la maldad es intrínseca a la naturaleza humana, y somos animales con instintos y la demencia es algo difícil de controlar. Y por eso seguirá habiendo locos. Locos que maten y que violen y que cometan todo tipo de delitos. Locos desequilibrados que no respondan a tratamiento alguno y que delincan en cuanto se hallen en libertad. Y que por eso, una vez que se les echa el guante, no se les puede volver a soltar de cualquier modo. Y se está haciendo. Y por eso los pañuelos y los gritos. Y que también habrá siempre hombres posesivos y celosos y agresivos que, sin llegar a la categoría de los anteriores, sepan camelarse a una mujer para luego convertirse en una bestia que la vaya anulando hasta hacer de ella una sombra sin identidad. Y que se crea con derecho a matarla si le viene en gana. Y que luego, de no suicidarse tras hacerlo, llene los programas matinales como si fuera un héroe de leyenda e incite a que otros muchos puedan seguir sus pasos. Y que en cuanto cumpla la condena engatuse a otra desdichada a la que pueda llegar a matar si lo desea. Porque sale barato. Por eso los pañuelos y los gritos. 

Pero hay cosas que se pueden cambiar. Que podemos cambiar. Al margen de las leyes, que cambian más despacio. Al margen de la educación, que cambia más despacio. Al margen de la sociedad, que cambia más despacio.

Podemos cambiarnos a nosotras mismas. Al margen de todos y de todo. Podemos hacerlo. Y podemos practicar con el ejemplo para con nuestras hijas. Podemos aprender a ser valientes. No de llevar una navaja encima y después quedarnos bloqueadas si la necesitamos. No. Ser valientes de valor, de valentía. No asustarnos. No dejarnos achantar. No vivir con miedo. No salir a la calle con miedo. Y, sobre todo, no educar en el miedo. 
Educar en el valor. En el de la valentía y en el otro. En el de valorarse. Porque si una mujer se valora no permite que un impresentable le diga una palabra más alta que la otra. Y así nunca se llega al asesinato seguido del suicidio. Porque un hombre cobarde nunca camelará a una mujer valiente. Nunca se adueñará de ella porque ella no querrá pertenecer a nadie. Porque será consciente de su valía y no se dejará ningunear. Y con ello habremos resuelto el problema más grave, que es el de las mujeres muertas a manos de sus parejas. Pero hay que empezar desde la cuna. Desterrar esa mierda de mito del amor romántico y enseñarles a las niñas a mirarse en el espejo frente a frente. Desnudas y solas. A quererse tal cual son y a enamorarse de sí mismas. A ser egoístas y a gustarse a sí mismas más que nada ni nadie en este mundo. Y a no dejar que los ojos de los hombres sean más importantes para ellas que la imagen reflejada en el espejo. Enseñarles a luchar, a ser guerreras, a volar en libertad. Y no dejar que el miedo paralice sus alas. No asustarlas. Ni con hombres ni con monstruos ni con nada. No meterles en el cuerpo el miedo, porque el miedo te anula y te hace dependiente e insegura. E impide que te fijes en la vida un objetivo distinto del de ser esposa y madre.

Eso sí que podemos hacerlo. Lo de las leyes no; solas al menos. Lo de la educación no; solas, al menos. Lo de la sociedad no; solas al menos.

Pero eso sí. Eso sí que lo podemos hacer solas.

#‎SafeCreative‬ Mina Cb

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