jueves, 26 de septiembre de 2019




Era grande y noble. De pelaje pardo y carácter dulce. Todos la queríamos. Solía aparecer de noche, con su dueña, en el bar que hay detrás de mi casa. Se tumbaba larga en el suelo y se dejaba acariciar o se acercaba y te metía la cabeza entre las piernas. En verano se quedaba tendida sobre el pavimento, tranquila, amarrada al bolardo y sin hacer ruido, aceptando con gusto las carantoñas de quienes se acuclillaban a su lado. A veces le sacábamos un vaso de cachi lleno de agua por si tenía sed.
Eso cuando iba con ella. Porque cuando llegaba él se volvía loca de contenta. Era su amor. Su héroe. Su paladín ausente. Y durante el tiempo que permanecía en casa no se separaba de su lado. Tanto que a veces ella, la chica, le decía bromeando: “La quieres más que a mí”.

Cuando me dieron la noticia me quedé de una pieza. Dicen que pudo ser a causa de beber agua envenenada. Quiero pensar que si es así se trataba de algún vertido involuntario, pero aún con todo la causa viene de la raza humana. El caso es que me impactó. Tanto que desde que lo supe no paro de acordarme de ella. La otra noche le hicimos una fiesta improvisada: coincidimos sin proponérnoslo varias de las personas que habíamos compartido tantas memorables veladas de verano con ella. Cantamos y brindamos en su honor y le dimos a su dueña, que no paraba de llorar, un montón de abrazos.

Se llamaba Fuska.

#SafeCreative Mina Cb

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