martes, 16 de abril de 2019




NOTRE DAME... DE PARÍS

Desde niña soñé con visitar París. Era uno de esos lugares que una imagina idílicos, majestuosos y señoriales hasta la embriaguez. Varias veces estuve a punto de alcanzar aquel sueño que me escapaba siempre de forma repentina hasta que un día, sola y como quien no quiere la cosa, me planté en la estación de Montparnasse, muerta de miedo y de excitación a un tiempo.

París es una ciudad hermosa y noble que rinde culto al Sena y a su historia. Y visitarla sin compañía es una de las mejores cosas que he hecho en mi vida. Porque viajar en soledad nos permite ver lo que no vemos cuando nos acompañan. Y recrearnos, y perder el tiempo mirando esos detalles que a otros no interesarían y que quedan para siempre grabados en nuestras retinas. Poco extraño, por ello, aquella tarjeta de fotos que quedó inservible y en la que las imágenes que capturé se convirtieron en un amasijo de datos invisibles. Y es que nada es igual que contemplar la vida.

Y a fe que allí una se puede hartar de contemplarla: sus amplias avenidas; el trazado radial que se vislumbra desde las azoteas; el Pont Neuf, lleno de artistas al atardecer; el Louvre y su inacabable galería de obras de arte: la Monna Lisa blindada y rodeada de japoneses y la inquietante Balsa de Medusa, que estuve contemplando, atónita, durante no sé cuánto tiempo...

Y Notre-Dame, con su plaza llena de palomas y el enorme rosetón sobre sus arcos góticos, y la afilada aguja que asoma entre las torres, y las animadas colas de gentes que vocean en distintas lenguas mientras los carteristas y los vendedores ambulantes hacen el agosto entre paso y paso de los gendarmes, y al fin, en el balcón, las pensativas gárgolas que contemplan desde hace siglos el trasiego de una cuidad que ha sido, desde hace más de doscientos años, el lugar donde todo ha comenzado: las revoluciones, los movimientos artísticos y tantas otras cosas que han arrastrado al resto de los europeos hacia la modernidad. Por no hablar, desde luego, de que Francia fue la gota que colmó el vaso de la soberbia de Adolf Hitler.

Es por eso que esta noche, mientras veo las imágenes de la majestuosa aguja viniéndose abajo como una marioneta a la que las llamas acaban de cortar el hilo, París vuelve a dolerme y se me encoge el corazón. Y casi escucho al desdichado Quasimodo, trepando por los muros, aullando como una fiera herida y sin poder alcanzar a su Esmeralda, que va siendo engullida poco a poco por la implacable boca del dragón mientras las desgastadas gárgolas escupen lágrimas de fuego. 

#SafeCreative Mina Cb

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