jueves, 18 de abril de 2019




LA VOLUNTAD DE DIOS

Me dio, y lo manifesté anteayer desde esta ventanita, una pena enorme lo de Notre Dame. Lloré ante las imágenes de la aguja desplomándose y lamenté, aun no siendo creyente, que el fuego estuviera devorando parte de un edificio tan hermoso.
También lloré hace ya algún tiempo cuando París se estremeció la noche en que un grupo de vándalos sembraron el terror, enloquecidos y armados, en el corazón de una cuidad a la que amo. Lloré más aquel día, lo confieso, imaginando la angustia de las personas que, encerradas en una sala de conciertos que alguien que conozco había visitado varias veces, asistieron a una masacre nunca vista en tiempos de paz y en tierras europeas. Lloré desde lo más profundo de mi corazón porque sentí que en lugar de París podría haber sido cualquier otro lugar del mundo. Porque no eran piedras sino personas. Y porque no era un accidente, sino un asesinato en masa. Porque una panda de locos habían decidido armarse hasta los dientes y desperdigarse por el centro de una cuidad que disfruta la noche para matar indiscriminadamente y porque sí. Lloré porque me duelen la sinrazón y la injusticia. Si es que puede haber una razón que justifique un acto como ese.

Pero, una vez más y para nuestra desgracia, el incendio de Notre Dame ha vuelto a sacar a relucir lo mejor y lo peor de los humanos. Lo mejor porque la quema ha desencadenado un movimiento de solidaridad del que debemos sentirnos orgullosos: cuantiosas donaciones de personas dispuestas a contribuir en la reconstrucción de la zona destruida sin pedir a cambio otra cosa que la satisfacción de haber colaborado a que el templo sea nuevamente lo que fue. Y lo peor porque la iglesia ha aprovechado la ocasión para evangelizar y dar a la catástrofe tintes redentores en plan reactivación de la fe cristiana y mira tú que casualidad que haya sucedido justo antes de la Semana Santa, pretendiendo hacernos creer que en lugar de un desgraciado incendio se trató de una señal divina, como la que el Altísimo mandó a Moisés con esa zarza que ardía sin consumirse. Y yo me muero de vergüenza ante esta iglesia católica, me da igual el país en que se halle, que muestra más consideración hacia la arquitectura que hacia la pobreza. Y de verdad que me gustaría que el próximo domingo, el Jesús que anduvo en la mar empujara la piedra de su sepulcro, convocase una rueda de prensa, la llaga del costado y las heridas de los clavos bien visibles, y aclarase que lo de Notre Dame ha sido la voluntad divina, como lo de que nazcan niños no deseados o personas enfermas sin posibilidad de cura vegeten durante décadas porque la administración les niega el derecho a una muerte digna. Que diga que es lo que hay, y que no tiene sentido acometer una restauración tan cara en los tiempos que corren y en un país aconfesional como lo es Francia. Que les recuerde lo de cuando expulsó a los mercaderes del templo y que les sugiera, para terminar, que ya que han recaudado la pasta, la envíen a algún país africano para que les den de comer a esos pobres niños que salen en los anuncios de Intermón.

La pena es que, al no ser creyente, estoy convencida de que eso no sucederá.

#‎SafeCreative‬ Mina Cb

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