miércoles, 4 de abril de 2018

 


EL ARRIESGADO Y VARIOPINTO NEGOCIO DE LA RESTAURACIÓN

Mi amiga Mariaengracia está hecha un lío. Se le termina el paro y no sabe qué hacer... En fin, sí que lo sabe pero lo tiene chungo. Muy chungo. Chunguísimo más bien. Y es que Mariaeangracia ha sido siempre una cocinera de cinco tenedores. De esas tipas a las que les relaja meterse en la cocina rodeada de sartenes y cubiertos de madera. Con lo que a mí me agobia. Pues bien, a ella le pone mogollón. Le mandas un whatsapp para salir y te contesta que está haciendo croquetas. Que le ha dado un bajón y que cuanto peor está mejor sale la masa. Que ya se me hace raro, porque con su carácter debería de cortar la leche de la besamel, pero doy fe de que la ampara la razón. Porque lo he comprobado. Lo de la calidad de las croquetas digo.

Pero a lo que voy... que la vida privada de mi amiga no es asunto vuestro. Al menos esa vertiente. La personal. La otra sí.
 

La del restaurante digo.
 

Porque se quería poner un restaurante. Experiencia tiene, que ha sido cocinera, y unos conocidos que se quitan un bar le hacían el traspaso a un precio razonable. Y el local es grande y caben una docena de mesitas. Así que ella pensó en abrir un restaurante. Modesto, desde luego. De esos de vermú con fritos y hojaldres y pulgas y comidas en plan menú del día y merendolas y cenas a base de raciones. Y empezó a preguntarnos a todos que qué nos parecía. Ella estaba ilusionada, la verdad. Sabe que sus guisos tienen un gran éxito y es además una muy buena anfitriona. Y tiene mano para innovar y presentar los platos. Hasta soñaba con, si la cosa funcionaba, buscar algo más grande, dejar el bar y dedicarse solo a la restauración.

Pero la realidad se impuso en forma de encuesta improvisada, y en cuanto empezó a pedir opiniones se dio cuenta de que lo de poner un restaurante en los tiempos que corren está más que jodido; apenas abrió la boca saltó el vegetariano. Le siguió la diabética. A continuación la intolerante a la lactosa. Después los veganos. Luego la celíaca... todos reclamando su parcela en la libreta del menú.
Para entonces ya se había establecido un encendido debate entre el musulmán y la rumana alérgica al pescado. Ambos reclamaban, no solo un menú específico, sino un enunciado en sus respectivas lenguas. Tiempo les faltó a los euskaldunes para reivindicar lo mismo. Y más tarde el chaval de Tarragona, que tiene una novia francesa que viene por aquí de vez en cuando y que sugería incluir ambos idiomas en la redacción del menú. Entonces el gallego y la polaca se vinieron arriba y dijeron que por qué no también en los suyos. Y ya salió la china, que pedía palillos y alfabeto autóctono y el argentino, que reclamaba la inclusión de mate en el apartado de infusiones y cafés. Y los ecuatorianos que querían chochos. De los comestibles, decían. Que también trajo cola la puntualización. Y el que está siempre a dieta, que es ruso y lo quería todo ligth y en cirílico. Y todo a gritos. Todos. Todos gritaban y querían ser tenidos en consideración. Y se insultaban los unos a los otros. Porque los carnívoros no entendían a los veganos. Y los celíacos se quejaban del precio de los menús sin gluten. Y el catalán de la dificultad para encontrar butifarra de calidad por estos pagos. Y el musulmán de la imposibilidad de saber hacia dónde miraba el pollo del menú cuando lo sacrificaron. Y la vegetariana que si no se sacrificase al pollo casi que mejor. Y el diabético fantaseando acerca de la posibilidad de encontrarte con un león en la selva y explicarle que sois amigos y que tú no eres comida. Y los euskaldunes quejándose del poco caso que se hace al euskera en la Ribera. Y la rumana diciendo que los españoles somos poco serios. Y la novia francesa mandando whatsapps a su churri para preguntarle si la dejarían entrar con su caniche. Y mi amiga en un rincón, contemplando entre lágrimas la escena, pensando en el suicidio y sin que nadie le hiciera ni puñetero caso.

Creo que está pensando en irse del país.

#SafeCreative Mina Cb

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