lunes, 30 de abril de 2018

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 CUANDO NO TE VIENE

Es gracioso lo nuestro. Lo de las mujeres digo. Desde el momento en que tenemos conocimiento, allá por los nueve o diez años (al menos en mis tiempos, ahora me imagino que muchísimo antes) del cambio que se va a operar en nuestro organismo una vez llegada la pubertad, nos pegamos meses soñando con cómo será todo, esperando el gran momento de abandonar la infancia para adentrarnos por ese apasionante y sinuoso sendero que lleva a la edad adulta y leyendo los prospectos de las cajas de tampones de nuestras hermanas mayores como si en vez de a la menstruación esperásemos a Brad Pitt vestido de mosquetero.
Pero de eso nada. Una vez que descubrimos en qué consiste el tema, una vez que el gran misterio nos es desvelado, una vez que pasamos nuestra primera semana postradas en el sofá, llorando a moco tendido y atiborrándonos de chocolate y analgésicos, de lo único que nos quedan ganas es o bien de volver atrás o bien de avanzar unos cuarenta años, plantarnos en la menopausia y dejar que sea la cigüeña quien se ocupe de los niños. Aunque los traiga de París y tengamos que fundirnos una pasta en intérpretes.

De hecho, yo creo que sólo hay un momento en la vida de una mujer en que ésta eche de menos la llegada de “esos días”.
Y es cuando no llegan.

Y es que, lo que son las cosas, generalmente echamos pestes cada vez que ella se presenta, fastidiosa e inoportuna, pillándonos por sorpresa y reventándonos esa velada romántica que teníamos preparada desde hacía varios meses, o ese maravilloso conjunto de ropa interior que acabábamos de estrenar, o ese fin de semana de aventura, sesión de submarinismo incluida, en el que nos habíamos fundido una pasta gansa. Pero ay de nosotras si no se presenta en el plazo establecido, porque entonces la existencia se convierte en un sinvivir, en una peregrinación de viajes al lavabo, en un mirar el calendario a todas horas, en una hipocondría que nos produce náuseas y mareos a cada instante, en una angustia permanente, en un no dormir, no comer, no pensar, en un ver pasar los días como si nuestra vida se fuera a terminar mañana, en un ir, poco a poco y sin apenas darnos cuenta, mirando de soslayo las vitrinas de las tiendas de ropa infantil, o llorar viendo los anuncios de potitos, o entrar a la farmacia a comprar un predictor y al final no atrevernos y salir con una caja de tiritas… o mirarnos al espejo y vernos ojerosas y pálidas, o tener la impresión de que la ropa se nos queda pequeña, o empezar a pensar cómo se lo vamos a contar a él, cómo vamos a explicarle que resulta que aquella noche que le dijimos que adelante, que no había ningún riesgo, igual sí que lo había. Y que se han terminado las salidas nocturnas durante al menos los próximos diez años, y que de lo del viaje a los Fiordos casi mejor que nos vayamos olvidando. Y al final nos armamos de valor, lo hacemos sentarse en el sofá, le acercamos la botella de Martini y lo soltamos, temblorosas como hojas, gimoteando y con un hilo de voz “miracariñocreoquevamosaserpadres”. Y él, en vez de beberse el Martini se va a la nevera y descorcha una botella de champán, y empieza a mandar mensajes a todos sus contactos, y llama por teléfono a su madre, y no sabes muy bien cómo te encarga un ramo de flores que te traen a casa casi en el momento, y te lleva a cenar al restaurante más caro de la cuidad, y se pega la velada eligiendo nombres y universidades, y por la noche te hace el amor con una ternura que nunca jamás habías experimentado.

Y a la mañana siguiente, cuando te levantas, descubres que sólo era un retraso.

#SafeCreative Mina Cb

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