VIEJOS
TIEMPOS
Tal vez
sea mi espíritu romántico o tal vez, quién sabe, una infancia vivida entre
serrín y clavos, pero lo cierto es que siento una enorme atracción por las
naves olvidadas y me cuelo, siempre que es posible, para recrearme en la
contemplación de las viejas herramientas, de los montones de chatarra no
siempre inservible, de los restos de las evoluciones y los vaivenes de las
gentes que en su día hicieron de aquellas tareas hoy abandonadas el motor de su
existencia.
Me
gusta hollar los suelos herrumbrosos y levantar nubes de polvo que se esparcen,
juguetonas, entre las franjas soleadas que los desmembrados techos dibujan en
mitad de las estancias. Me gusta el olor a metal y a carbonilla, el leve tufo
de las chispas de la forja, el rancio crujir de las maderas astilladas, la
sobria resonancia de los viejos vidrios al rodar por el pavimento, el redondo
perfil de las antiguas bornas de cristal. Me gusta pasear en silencio, en
solitario, las manos en los bolsillos y la mirada hacia lo alto, dejándome
invadir por la enormidad de esos espacios antaño bulliciosos; me gusta
comprobar la solidez de las cerchas metálicas que los sostienen, y que han
sobrevivido, a veces un tanto retorcidas, al fuego, al agua y a los golpes. Me
gusta imaginar las vidas de quienes los ocuparon, empleados vestidos de oscuro,
las manos cubiertas de callos y de tizne, las caras teñidas por el humo, las
espaldas dobladas por el esfuerzo. Me gusta pensar en esos hombres rudos y callados
que trabajaban de sol a sol y se miraban a la cara para hablarse, en esos
hombres que tomaban medidas con metros de madera, que marcaban los contornos
con lápices de grafito, que serraban con cuchillas de metal, que moldeaban con
fresas y tornos y que remachaban a golpe de martillo. Me gusta pensar en esa
época en que los chillidos de la sierra sustituían al ahora omnipresente tableteo
del teclado, en que los dedos comprobaban la eficacia de la lija, en que los
anaqueles de las oficinas se hallaban repletos de libros, de carpetas, de
legajos y de planos en papel, en que los
problemas se solucionaban con una llave inglesa y unas gotas de
aceite… en que el domingo era fiesta de
guardar… en que la vida transcurría más despacio.
Tiempos
duros y simples: viejos tiempos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario