martes, 27 de agosto de 2013



 
EL REQUISITO INDISPENSABLE
 
No era la primera vez que se había cruzado en su camino. Se había ido habituando a su presencia, siempre triste, ingrata, inoportuna, desde aquella ocasión, de pequeñita, cuando visitó a la familia por primera vez. En concreto a la abuela, una señora mayor que dormitaba todo el tiempo, la cabeza apoyada en el sillón que había junto a la ventana. Otra vez fue un vecino, el padre de una de sus amiguitas, que tuvo un accidente con el coche una madrugada en que en la carretera había mucha niebla. Más tarde fue la vieja gata que dormía cada noche enrollada junto a ella. Luego fue el dependiente de la tienda de comestibles del barrio, que de repente empezó a adelgazar y a ponerse pálido, y que muchos días dejaba a su hermana al cargo de la tienda porque tenía que ir a pincharse al hospital.
 
En todas aquellas ocasiones los adultos encontraron siempre una explicación con que satisfacer la curiosidad de la pequeña… Hasta aquel día en que en el transcurso de una clase de gimnasia uno de los compañeros de la niña se desplomó sobre el piso, como un saco vacío, y nadie pudo hacer nada para que volviera a respirar.
 
De nada sirvieron entonces las respuestas ni los razonamientos que le dieron los mayores y sus preguntas quedaron suspendidas en el aire, flotando como palabras hechas de humo.
Sólo el paso del tiempo le haría comprender que no era necesario estar enfermo, ni ser viejo, ni haber sufrido un accidente:
Que el único requisito indispensable para recibir la visita de la muerte es estar vivo.


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