miércoles, 22 de mayo de 2013



EL ENCANTO DE LA DISCRECIÓN
 
Se asoman a sus ramas espinosas cada primavera. Este año con algo de retraso debido al frío y a las incesantes lluvias. Son blancas y casi pasan desapercibidas entre todo el colorín que precede al estío. Y además no huelen, y ni siquiera son vistosas: crecen silvestres y azotadas por la lluvia, los pétalos a menudo sucios y marchitos. Y durante las horas umbrías más parecen flores de cuneta que otra cosa.
 
Nunca serán invitadas a una fiesta; sus tallos no serán cortados y engarzados en un ramo nupcial; seguramente ni siquiera acabarán sus días muriendo de tristeza, amarillentas y marchitas, asomando sus lastimeros pétalos por encima de la vítrea balconada de un jarrón. Nadie las arrancará. Nadie las separará jamás de las ramas verdes salpicadas de leves espinas, de las brillantes hojas lanceoladas. Seguirán abriéndose cada mañana al abrigo del sol y de la brisa, alimentándose del agua del río junto al que un día brotó el rosal que las alberga. Pasarán la jornada asoleándose y viendo reverdecer a los árboles vecinos, meciéndose dulcemente, alumbrando nuevos brotes que se abrirán con parsimonia, blanco y verde, tiernos capullos que nadie cortará.
Porque no son bonitas.
 
Afortunadas ellas.

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