martes, 7 de mayo de 2013





LO QUE NO NOS CONTARON
 
No es cierto que el galán cayese al mar, agotadas las fuerzas, víctima del heroico gesto de salvar la vida de su amada. Y no es cierto que ella guardase desde entonces aquella joya de la que solo se deshizo en el momento en que viajó justo hasta el punto donde aquel hombre irrepetible había exhalado su último suspiro, y dejase caer la cadena para que reposase, ahora sí, plácidamente, hasta el momento en que sus almas se encontrasen y se fundieran de nuevo en una sola.
 
No. No fue ese el final.
Lo cierto es que el vagabundo y el prometido de la protagonista se enzarzaron en una violenta pelea y fue el villano millonario quien acabó cayendo al mar y ahogándose mientras que los amantes embarcaban en uno de los botes y salvaban su amor y su vida. Y que una vez en tierra, ella insistió en casarse con él, pese a las objeciones de toda la familia y amigos que vieron de lejos el percal. Y que al final su madre aceptó, pero a condición de que el chaval no viera una perra chica, y que si tan enamorado estaba de su hija se pusiera a currar en lo que le saliese porque de vivir a costa de la fortuna de la estirpe ni hablar de la peluca. Así que lo suyo fue realmente contigo pan y cebolla. Y eso los días que tenían suerte. Ya que, como por aquel entonces la cosa estaba más bien fastidiadilla y él no era sino un emigrante más bien vago y tarambana sin formación y sin influencias; un buen dibujante, sí, un artista… pero sin un mecenas que lo amparase; de modo que lo único que encontraba eran ocupaciones temporales. Y así llegó un día en que el pasado lo poseyó y empezó a jugar de nuevo. A veces ganaba llegaba a casa cargado de regalos para su mujer, que como no era tonta, se mosqueaba un tanto y le preguntaba que de dónde había sacado el parné. Para entonces las cosas entre ellos ya no eran ni muchísimo menos como al principio. Ella se ganaba la vida también como podía, vendiendo en el mercado. Y tomaba avergonzada el dinero que su madre le hacía llegar de vez en cuando, y que aunque al principio rechazó por orgullo, no tuvo otro remedio que aceptar en cuanto alumbró a la primera criatura.
Una mañana despertó y él no estaba. Descubrió abierto el pequeño secreter donde guardaba los billetes y sus pocos objetos de valor. El canalla había forzado la cerradura y había tomado no sólo el dinero sino también el collar del corazón que su prometido le había regalado hacía siglos, una vez que soñó que viajaba en un trasatlántico de lujo.
 
Aquél era el último resquicio que le quedaba del primitivo amor; una reliquia del pasado, del tiempo en que creyeron poder vencer todas las dificultades, de la época en que fantasearon con pasar juntos el resto de sus vidas.
Tomó un puñado de sus escasas pertenencias y a los dos chiquillos y abandonó ese sucio cuchitril con el firme propósito de no volver jamás. Su madre le decía con frecuencia que nunca le cerraría las puertas de su casa siempre que no se presentara con aquel patán al que, en aquel momento, lamentaba profundamente no haber soltado de la mano, dejándolo caer al helado océano en aquella turbulenta noche de Abril del año 1912.
 

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