domingo, 12 de mayo de 2013




LA GARGANTA DE LORD VADER

“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais..., atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiemp...o... como lágrimas en la lluvia...
Es hora de morir.”

La sala enmudece y los ojos se llenan de lágrimas ante el desesperado monólogo de Roy, el replicante rebelde, el androide con alma que se apiada en el último momento de la vida de su verdugo, el atónito Harrison Ford, que unos años antes ya había dialogado con aquella misma voz en el transcurso de la trilogía de la Guerra de las Galaxias, donde el mismo actor nos dejó clavados en el asiento, mudos de terror ante el escalofriante sonido de los estertores de Lord Vader, el primer malvado tridimensional del que yo tengo conciencia. La escena del villano cortando de un tajo la mano de su adversario para después confesarle su paternidad es una de las más recordadas del cine de ciencia ficción. Y es que Vader encarnaba la nueva concepción de la maldad en un mundo sin dioses y sin fronteras; en un hiperespacio por el que se desplazaba a bordo de la Estrella de la Muerte, haciéndonos estremecer de pavor con la sola visión de su silueta de espaldas, moviéndose por los corredores impolutos, negro sobre blanco, la armadura brillante y la estela de su capa siempre persiguiéndole, esparciendo a su paso un halo de terror.
Otra cosa ya fue el malcarado Harry Callahan, aquél policía flacucho y desgarbado que se despedía de sus víctimas con un irónico “Alégrame el día” o el otro justiciero, en este caso llegado desde el futuro, Arnold Terminator, que despachaba a los malos con el exótico “Sayonara, baby”

Nada que ver tenían estos malvados de leyenda con el hombretón regordete y campechano que cada Sábado freía a preguntas a tres pitagorines en “El tiempo es oro”, uno de los concursos más seguidos y añorados de la historia de la televisión. Fue en este espacio cultureta donde les pusimos rostro a los desalmados que habían perturbado nuestro sueño durante no pocas noches, humanizándolos y convirtiéndolos en malos de mentirijillas, en fantoches de feria. En personajes de ficción. Incluso el mismo Constantino quiso deshacerse de ese halo de intelectualoide de tres al cuarto que el concurso le estaba confiriendo y nos sorprendió una Nochebuena apareciendo en la pantalla, canotier y bastón incluidos, jugando al Maurice Chevalier con Matías Prats, el de "El precio justo”

A finales del año pasado se despidió de su audiencia desde Twiter, y hoy se nos ha ido. Lo va a tener chungo para entrar en el cielo con semejante historial de matones en su haber. Mucho me temo que se va a pegar meses intentando explicarle a San Pedro que todo eso lo hacía por pasar rato. Bueno, por eso y por ganarse el sustento, como él, San Pedro digo, lo de pescar antes de conocer a Jesucristo.

Entre tanto, yo seguiré llorando cada vez que su voz me recuerde, desde los labios de Roy, el replicante rebelde, que no somos otra cosa que presente.

Esta noche quizás se encontrarán los dos, él y su androide de ojos glaucos, en cualquiera de los corredores de las numerosas naves que recorren el espacio de aquella galaxia muy, muy lejana.

Que la Fuerza sea con ellos.

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