martes, 21 de mayo de 2013




“EL CUENTO” DE LA BELLA DURMIENTE
 
Cabalgaba a pelo sobre un corcel oscuro y poderoso; sin riendas y sin arreos, un solo cuerpo, imponente centaura el libertad atravesando la espesura, salvaje e indómita, hermosa e independiente: los cabellos flotando tras de sí, negros y enmarañados, su cuerpo apenas cobijado bajo una leve piel de ciervo, el carcaj a la espalda y el arco en bandolera.
Avistó al fin al venado y lo abatió de un solo disparo. Entre los ojos. La hermosa bestia cayó al suelo y ella se acercó a pie, cautelosa, vigilante a las fieras que sin duda poblaban la espesura dispuestas a robarle la presa en el menor descuido.
Remató de un tajo en la garganta al animal y lo dispuso tras de ella, sobre la montura.
 
Amaba la caza casi tanto como la libertad. No era de nadie y nada le pertenecía. Vivía en una gruta desde la que veía pasar las estaciones y en la que albergaba, de vez en cuando, a los solitarios viajeros que se desorientaban en el bosque a la caída de la tarde. A través de ellos conocía el devenir de los reinos vecinos; sus guerras y miserias… su maldad y sus intrigas. Y la por todos relatada leyenda de una princesa encantada a la que una malvada bruja sumió en un hechizo por el cual llevaba dormida cerca de cien años. No pocos caballeros se había tropezado ella por el bosque que andaban buscando el rincón donde reposaba le hermosa doncella, la linda muchacha.
La bella durmiente.
 
Ella les ofrecía un lugar donde refugiarse hasta el amanecer y compartía con ellos su comida. Y sonreía enigmática, compadeciéndose profundamente de la pobre jovencita, que decían, dormía plácidamente en un rincón a la espera de un doncel que la sacase de su ensueño para conducirla a la aburrida pesadilla de tener que gobernar un reino, asistir a interminables y tediosas fiestas, presidir soporíferas reuniones y redactar leyes injustas y ridículas. Ella conocía bien esas tareas: había visto a su madre consumirse de hastío en el palacio, esperar durante semanas encaramada al torreón a que su esposo volviera de la guerra, tolerar con estoicismo las infidelidades de su dueño.
Lo único bueno del poder, ella lo sabía, era que te permitía comprar cosas que a los otros les estaban prohibidas. Es por eso que no le fue difícil, cuando supo del sortilegio que la malvada bruja había vertido sobre ella en el momento de su nacimiento, que se puso en contacto con la hechicera para que cambiase los términos del conjuro. Y por una nada desdeñable cantidad de monedas de oro, la maga le juró que, llegado el momento de pincharse con el huso, ella caería, al instante y tal cual estaba previsto,  profunda e incurablemente dormida. Pero que también, al cabo de unas semanas, cuando su cuerpo reposase plácidamente en un lugar secreto, ella, la hechicera, desharía el sortilegio y la conduciría al interior del bosque, donde podría vivir, como era su deseo, para siempre en libertad.
 
Y colorín, colorado…

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