miércoles, 8 de mayo de 2013




FLORES URBANAS
 
(Nunca me han interesado el poder ni la fortuna:
lo que admiro son las flores que crecen en la basura
Fito Cabrales “Feo”)
 
 
Hubo un tiempo, cuando los reyes no disimulaban su delirio por el lujo y la ostentación, en que los palacios competían entre sí. Fue la era barroca; el período de los espejos, de las porcelanas, de los relojes…
De los jardines.
 
Hubo un tiempo en que ser jardinero real era un honor para el que sólo unos pocos estaban convocados. Hubo un tiempo en que las flores llegadas de todos los rincones de la tierra, los árboles procedentes de los confines del planeta, embellecieron el escenario en el que se desarrollaban las intrigas que dieron consistencia a la historia que nos precede, a la civilización en la que, para bien o para mal, hoy habitamos.
 
Las flores han sido siempre objeto de admiración por todas las culturas. Las flores son bellas y fragantes. Las flores nos reconcilian con nosotros mismos; son la cara más amable del medio en que vivimos. Son tolerantes con nuestros desmanes, adornan nuestra vida pese a que nosotros las mutilamos, las pisoteamos y las envenenamos, fumigándolas con toda clase de productos.
 
Pero ellas siguen ahí, hermosas y coloridas, abriéndose a los rayos del sol cada mañana, alegres y chillonas, omnipresentes y testarudas, llenando nuestra existencia de dulzura. Brotan en las cunetas, desafiando al incómodo monóxido y al nauseabundo hedor de los neumáticos calientes; sobreviven en solares polvorientos, asomando sus pétalos silvestres entre  herrajes y cascotes; aparecen a veces, como en esta ocasión, como mudo testimonio del ayer de los objetos, de la ingratitud de los hombres, del abandono en suma.
Flores sin pedigree, flores rebeldes. Flores inoportunas e inquietantes.
 
Bellas flores urbanas.

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