domingo, 21 de junio de 2020




LA AVENTURA DEL RECICLAJE

Me gustaría aprovechar esta ventanita para plantear una inquietud que me tiene desasosegada:

¿Soy acaso la única que siente un enorme alivio cuando por fin baja la basura del reciclaje?

Porque a ver; yo, como casi todo el mundo, tengo mi cubo de orgánica con su tapita debajo del fregadero y el resto lo voy metiendo donde me parece: el plástico en unas bolsas de las que todavía me quedan, el papel en las sacas vacías de la arena del gato, y el vidrio en una caja que tengo en la galería y que reutilizo hasta que se desfonda, bien por el peso o bien a causa de los restos de líquido que quedan en las botellas. Y así como la orgánica la controlo más, por el tema de la higiene y los olores, con el resto soy bastante anárquica, o sea voy echando y echando y echando, y cada vez que salgo a la galería y compruebo cómo los recipientes se van desbordando pienso aquello de undíadeestoslatengoquebajar, y sigo echando y echando y echando... y llega un momento en que una bolsa está llena, y en vez de retirarla pongo otra, y cuando la caja se desborda de botellas y de bolsas y de todo, me decido a hacer ese viaje que parece el éxodo de la tribu de Moisés a la tierra prometida:
Agarro todos los recipientes, los amontono en la galería donde no manchen el suelo, salgo a la entrada, abro la puerta de par en par encerrando primero al gato en el dormitorio para que no se me escape, cojo toda la parafernalia, la coloco sobre el felpudo para que no escurra, vuelvo y cierro la puerta de la galería, salgo al rellano, cierro la puerta del piso y empiezo con el malabarismo de bajar las escaleras sin que se me caiga nada. Al llegar a la entrada lo dejo todo en el suelo, abro la puerta, lo saco a la calle, cierro la puerta y afronto la excursión hasta el contenedor con la nueva sesión de malabares, esta vez con el aliciente del público que asiste al espectáculo, para el que voy ataviada, como debe ser, de Maruja diplomada, y que gana en emoción si uno de los recipientes cae al suelo, el contenido se esparce por el pavimento y algún voluntario se acerca con la intención de ayudarme y yo le digo nonoquetevasamanchar y en realidad lo que no quiero es que vea que llevo la caja a reventar de botellas de cava y de cerveza, de modo que recojo, muy digna, los desperdigados desperdicios, y consigo llegar sana y salva hasta el contenedor, momento de abordar la siguiente odisea, consistente en ir tanteando si las puertas se pueden o no abrir mientras me ocupo de que nada se me caiga ya que, al tiempo que deposito cada paquete de residuos en el lugar idóneo, he de tener cuidado de que lo que queda por tirar no se me escape de las manos, amén de andarme con ojo porque, según el peso del paquete y la altura del contenedor con respecto a la mía, corro el riesgo de precipitarme de cabeza dentro del mismo. Pero la verdad es que el esfuerzo vale la pena ya que, una vez que me desprendo de todo, vuelvo a casa feliz, realizada, ligera como una pluma y con una sensación de alivio comparable a la que una tiene al levantarse de su inodoro después de dos semanas haciendo popó fuera de casa. 

Por favor... decidme que no me pasa sólo a mí.

#SafeCreative Mina Cb

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