lunes, 11 de noviembre de 2019




EL GENIO DE LA URNA

Pensaba ayer tarde que esto de votar es un poco como mandarles una carta a los reyes magos. Que al principio lo haces con ilusión por inocencia, pero que resulta que cuando ya te hueles la tostada o más bien directamente te han descubierto el pastel pierde todo su encanto porque sabes que, por mucho que pidas, te van a traer lo que les dé la gana y el hipermegarrobot superfantástico se va a convertir en un chándal y unas zapatillas del Decatlón. Y eso al principio, porque luego, poco a poco, acabarás amontonando frascos de colonia o directamente nada. Y si resulta que, como hice yo, emerges del sofá para ejercer tu derecho al voto justo después de haber visto Aladín, la cosa resulta aún más patética. Porque el de la peli es un genio de verdad, de ley, que sirve a su señor sea noble o villano, pero es que los de las papeletas son genios del tres al cuarto, hechiceros de pacotilla cuyo truco estrella es el de hacer desaparecer el dinero de los bolsillos del contribuyente. Y que además ejecutan sus trucos sin que se los pidas. Tú los sacas de la lámpara después del escrutinio y hala, toma suledazo, cargo post presidencial y pensión hasta que Dios los llame a su café. Por los servicios prestados, que manda webs. Que ya podían ser como el de la peli, que al final Aladino lo libera y el hombrecillo hace sus maletas y desaparece del palacio para siempre jamás. Pero estos antes explotan que renunciar a sus emolumentos vitalicios. Y que son una tropa, oye. Desde que Franco la palmó llevamos manteniendo dirigentes, y lo que nos queda. Y escribiendo cartas a los reyes cada cuatro años. O cada tres. O cada dos. O cada pocos meses.

Vaya, que nos saldría mejor lo de la lámpara. Y sin reyes además.

#SafeCreative Mina Cb

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