jueves, 15 de noviembre de 2018

 




HINCAR LOS CODOS

Hace bastante tiempo que no veo un recién nacido. En el hospital quiero decir. Pero la última vez iba recubierto de fundas por todas partes... en fin; no por todas: la cabeza para no herirse y los dedos de las manos para no hacerse daño en la piel con las uñas. Yo flipé ante la visión de esa especie de David el gnomo paliducho (y bastante feo, todo hay que decirlo, porque el niño en cuestión – mi sobrino por más señas- era feo de cojones al nacer... menos mal que cambió) metido en un recipiente de metacrilato y con un brazalete en plan pulsera solidaria con su nombre. Como si a unos padres les pudieran cambiar el rorró una vez que se lo han puesto en los brazos.

Pero a lo que voy: los profilactizamos desde que nacen, con tanta funda y tanta vacuna y tanta tontería, y a partir de ahí lo demás va sobre ruedas, por decirlo de algún modo. Porque desde luego que mola, y mucho, que se proteja a la infancia y que no suceda como cuando nosotros éramos pequeños, que cualquiera nos podía zurrar la badana y si se nos ocurría protestar nos teníamos que oír eso del “algo habrás hecho”, y lo mismo hasta llevarnos otro bofetón, y sin que el Carrefour, que aún no estaba en España, hubiese inventado el dos por uno. Y eso estaba muy mal. Pero también está muy mal que ahora un crío pueda pitorrearse de todo el mundo sin que nadie le tosa. Padres, profes... toda la clase adulta se halla expuesta a la tiranía que algunos peques ejercen con total impunidad. Y es que hemos perdido el norte con eso de la protección a la infancia, y entre actimeles, vacunas, ausencia de deberes, penalización de los castigos, prohibición de los cachetes y demás estamos creando una generación de chiquilicuatres que van a pasarlas canutas cuando crezcan. Porque la vida adulta, ahora más que nunca, es una selva. Y peor que va a ponerse tal y como están las cosas. Y estas tiernas criaturitas a las que preservamos de todo, a las que hacemos adictas al Dalsy y a los nebulizadores desde que no levantan tres palmos del suelo y que acaban pareciendo figuras de Lladró, van a ser las que habiten en el futuro este planeta loco. Y las que nos limpien el culo en el asilo y nos paguen la pensión. Y lo que tendríamos que hacer con ellos, por tanto, es prepararlos para este mundo cainita; no enseñándoles a ser unos hijos de Satanás, que no se trata de eso, sino inculcándoles la cultura del esfuerzo y la superación, que no la competitividad salvaje. Pero no; en lugar de eso vamos hacia lo contrario: les quitamos cargas para que no sufran, los pobrecillos, y no se estresen, que ser niño es una labor muy dura y más si tus papás no tienen para llevarte a Eurodisney porque cobran una mierda. Y precisamente por eso, para que no se frustren, es por lo que este gobierno que nos ha tocado en suerte pretende que les aprueben el Bachiller sin que tengan que pasar la camisa, como hicimos nosotros, y se partan los cuernos lidiando con las mates, o con cualquiera que sea su bestia parda en el ring educativo. Y que lleguen a la Uni sin tener ni puta idea de lo que es el logaritmo de Euclides, que es más o menos lo que me pasa a mí pero con la diferencia de que yo soy cajera de súper. Y estos lo mismo llegan a astronautas. O que escriban “ola ke ases ” y lleguen a abogados y luego el juez se parta la caja leyendo sus informes.

… A no ser que él también escriba así.

#SafeCreative Mina Cb

No hay comentarios:

Publicar un comentario