sábado, 9 de abril de 2016



HECHIZOS Y MILAGROS

Era tan pequeño que casi no le cabían penas, de modo que el más mínimo contratiempo lo desbordaba y lo sumía en la zozobra. Se ahogaba en cucharillas y ningún remedio conocido podía sofocar su angustia. Y es que la vida se le hacía grande, lo mismo que un jersey tejido con agujas demasiado gruesas. Y andaba siempre huraño y cabizbajo, ocupado tan sólo en su desgracia y sin osar alzar la vista, los ojos diluidos en el gris del frío asfalto.
Mas quiso la fortuna que un día se tropezase con un hada. Sí, sí; no os extrañéis, puesto que a las hadas se las puede encontrar en cualquier parte. Incluso entre adoquines. Y el hada, que andaba algo al corriente de sus tribulaciones puesto que se las había chivado un pajarito, le propuso un intercambio: ella le otorgaba el don de la felicidad en forma de poesía a condición de que él alzase la mirada. Simplemente.
Le pareció, no justo, sino desmesurado… “qué tontería- pensaba- alzar los ojos a cambio de un poema que me hará feliz.”
Pero no era tan fácil. Puesto que el hada, como buena hechicera, era un poco tramposa. Y cuando el hombre levantó la vista no vio nada. Nada escrito, que es lo que esperaba. Vio lo normal: el sol, el cielo, las nubes haciendo dibujitos, los pájaros volando. Es más… había hasta mariposas, abejas y diminutas motas de polen, porque era primavera. Se hallaba tan absorto en la contemplación de las idas y venidas de insectos, cirros y pelusas que ya no se acordó del hada. Y no necesitó poemas.

Y desde luego que nunca jamás volvió a mirar al suelo.

#SafeCreative Mina Cb
Imagen: "Hada urbana" de Leo Szinetar


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