sábado, 21 de febrero de 2015



BORRAR LA VIDA

Confieso que a veces envidio a esas personas que son capaces de borrar la vida. Borrarla, sí. Como si fuera un garabato chapucero y vacilante que les había parecido en el pasado un Rubens y que de repente se troca en un abstracto absurdo de colores disonantes. Y cogen yo no sé qué disolventes y deshacen el conjunto. Lo eliminan todo: gentes, vivencias, sentimientos… Todo. Es como un reformateo. Como el reseteo de la existencia. Como un parirse a sí mismos de nuevo. Sin familia. Sin amigos. Sin nadie a quien rendirle cuentas. Sin pesares ni emociones. Como un ordenador antiguo y lento al que el operario vacía la memoria y nos lo devuelve nuevecito aunque encerrado en su carcasa antigua. Sólo esqueleto, músculos y vísceras. Porque el ser humano puede recomponer incluso su apariencia: engordar, adelgazar, cambiar el color de sus cabellos… Y hasta mudarse de ciudad. O de país. O de hemisferio. Y seguir adelante, impertérrito. Una vida a estrenar, sin pesadumbres. Sin dar explicaciones por los errores cometidos. No por los que le afectan, sino por aquellos que han interferido en la vida de los otros. Gentes entrenadas para despojarse de todo vínculo afectivo. Seres capaces, aparentemente, de amar, de reír y de llorar, y que de repente se ponen en modo reset y cambian de registro. Y nada los conmueve o los afecta. Rompen con todo y cambian de ruta. Dejan atrás al mundo y sus problemas y se enganchan a otro tren, las suelas de las zapatillas echando chispas sobre los ardientes raíles curvilíneos. Y todo un rosario de porqués que quedan a su espalda, en la estación: hijos, madres, conocidos varios… que contemplan atónitos la escena mientras la figura del nuevo personaje se pierde, enganchada al vagón, vacía e insensible, dispuesta a no volver la vista atrás.

Pues eso. Que a veces los envidio…

#SafeCreative Mina Cb
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