domingo, 10 de agosto de 2014



LA MANICURA

Se había propuesto pintarse las uñas. De hecho, hacía meses que el frasco de esmalte que le habían regalado en una de esas reuniones de asociaciones de consumidores a las que asistía muy de vez en cuando dormía en el interior del estante del baño, pudriéndose entre pinceles, brochas, lápices perfiladores y demás aparejos. Llevaba la manicura a medio hacer cuando la idea la sorprendió,... intempestiva y reveladora como de costumbre, y salió de estampida hacia el ordenador antes de que las palabras huyeran de su cerebro y se disiparan en el maremágnum de su inagotable imaginación. Le salió un poema hermoso. Un poema de amor, de esos que ponen a todo el mundo los pelos como escarpias. Un poema sentido y sugerente, cargado de dulzor y de amargura, como corresponde a la descripción de una pasión secreta que seguramente nunca llegaría a consumarse. Un poema que nunca nadie leería. Porque se consideraba una escritora mema y cursilona que mantenía en secreto su afición, sin perder, eso sí, la esperanza de ganar en el futuro uno de esos concursos a los que algún día se atrevería a presentarse.
Guardó el texto en una carpeta y comprobó, horrorizada, que disponía de tan solo un cuarto de hora para arreglarse. Así que se metió en la ducha, se cepilló el pelo, se puso lo más decente que encontró por el armario y salió a todo correr, bajando de tres en tres las escaleras.

Cuando llegó al bar, veinte minutos tarde, sus amigas la esperaban. Impecables, como siempre. Se volvió hacia el camarero para pedir un gin-tonic y se vio a si misma reflejada en el espejo situado tras la barra. A sí misma y a ellas, monísimas todas.

Y se repitió una vez más para sus adentros que lo suyo no tenía remedio.

“Ya perdonaréis- mintió-. He tenido problemas para arrancar el coche”

#SafeCreative Mina Cb

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