sábado, 9 de agosto de 2014



EL PORQUÉ DE LA RABIA

Desde luego que es hermoso el amor. Y la primavera. Y las margaritas del campo que se abren con la luz de la mañana y se repliegan, tímidas y cautelosas, al aproximarse las sombras de la noche, ese siniestro fantasma bajo el amparo del que moran criaturas malignas y enigmáticas, pero sin cuya presencia las pobres flores se achicharrarían de calor, las mareas dejarían de existir y la naturaleza se volvería del revés. Y es que la noche es tan necesaria como el día, aunque su leyenda negra (y nunca mejor dicho) haya venido siempre acompañada de embrujos, crímenes y delitos de todas clases. Y es por eso que asociamos casi todas las actividades pecaminosas a la noche, y dejamos las más pacíficas e inocentes para las horas de luz. Y así vivimos una doble vida: la exterior de día y la interior de noche. De día trabajamos, paseamos por el parque, jugamos con los niños… y de noche dejamos salir la bestia que llevamos dentro y nos vamos de bares, o al casino, o hacemos el amor… No es fácil imaginar un concierto de los Sex Pistols a plena luz del día, o a Edgard Alan Poe escribiendo sus asesinatos de la calle Morgue sentado en un banco del parque una soleada mañana de domingo mientras las niñeras empujaban sus cochecitos de capota.

Todos somos día y noche. Luz y oscuridad. Todos los somos. Y el que no lo sea que se vaya sometiendo a un psicoanálisis. Pero todos ocultamos, o intentamos ocultar, nuestro lado más siniestro. Y es por eso que nos gusta leer historias de amor y ver cuadros de paisajes. Y que alabamos y celebramos la alegría. Porque no nos hace pensar. Porque simplemente nos adorna la vida, nos entretiene el pensamiento y nos deja un regusto como de ser los más buenos y los más bonitos del mundo.
Otra cosa ya es leer historias tristes. Porque nos entristecen. Pero también nos gustan, quizás porque nos hacen sentir acompañados en nuestra propia desgracia o porque nos recuerdan, a veces, que hay quien está peor que nosotros. Y porque la tristeza despierta la añoranza, y desata las lágrimas, que son a menudo un balsámico calmante del espíritu. Y porque el dolor nos une. Y nos humaniza.

Pero ¡ay! cuando se mientan la cólera y la rabia… Y sobre todo si van acompañadas de un soterrado deseo de venganza. Entonces a todos nos sale ese pedazo de santón que llevamos en la conciencia y nos erigimos en paladines de la compasión y la indulgencia, y tiramos de las orejas a aquél que, enrojecido y furibundo, escupe sapos y culebras por la boca. Y a menudo no nos damos cuenta de que la rabia no es sino la noche de los hombres, el lado oscuro, el pérfido elemento necesario que en ocasiones nos sacude y nos pone en movimiento, y nos empuja a rebelarnos contra aquello o aquellos que nos están hundiendo en la miseria… a veces contra gentes que ponen sobre un tablero imaginario nuestras vidas y juegan a ajedrez con nuestros destinos. Gentes como nosotros, de nuestra misma condición, elaborados de la misma pasta. Gentes que saben, porque también ellos tienen sentimientos, el sufrimiento que sus conductas pueden llegar a causarnos. Pero que por nada del mundo rompen el tablero y dicen se acabó, sino que continúan, un movimiento tras otro, condenando nuestras vidas a un inmisericorde jaque al rey del que ni la magia de Harry Potter puede salvarnos. Gentes que aman, y para las que las margaritas, las mareas y la primavera también existen. Como para nosotros. Y que las disfrutan con la misma intensidad. Y que no tienen ningún derecho a jugar con nuestras vidas. Ni con las mareas. Ni con las margaritas.

Es por ello que la rabia existe.
Porque existen ellos.

#SafeCreative Mina Cb

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