lunes, 9 de noviembre de 2020


  

LAS DISCOTECAS

Hay que reconocer que los ochenta están muy mitificados. Los equipos de sonido domésticos por ejemplo, eran entonces bastante medianitos, de modo que donde mejor sonaba la música era en las discotecas. Por eso, y porque era el único sitio donde podíamos meternos para que nuestros padres no nos encontraran, las discotecas eran los lugares a los que todo el mundo iba. De hecho, yo no recuerdo filas tan largas como las que se montaban para acceder a estos templos del alcohol, la danza y la promiscuidad (que se podían ejercer en su interior de manera independiente o simultánea), hasta la caída del telón de acero, cuando las colas del pan de la URRSS.

Pero no todas las salas eran iguales. Cuando se descubrió la rentabilidad del filón discotequero, cada cual se lanzó a la aventura de instalarlas en función de sus posibilidades.

Y desde luego que algunos le echaban una imaginación increíble, porque sacar las bestias de un establo, tapar los tragaluces con vidrios de colores, instalar un par de bombillas pintadas de rojo y después colocar un puñado de sillones viejos en los rincones con el fin de que las jóvenes parejas dieran rienda suelta a sus adolescentes líbidos al margen del bullicio de la pista y llamar a eso “sala de fiestas” tenía su puntillo de gracia. Aparte de la calidad tanto de las bebidas como del servicio, que componían el Dj y camarero, vestido con la americana de Travolta en “Saturday night fever” y su mujer o novia en plan Eva Nasarre, cardada, con una malla marcando michelines y unos tacones de aguja que la hacían tambalearse al andar con la bandeja sobre el suelo de cemento. La cerveza, Skol o León, era de lo peorcito de la época, y siempre estaba caliente… menos en Enero, que te la daban recubierta con una capa de escarcha que te dejaba las manos como témpanos. El tocadiscos era el que el dueño se había traído de Melilla, de cuando la mili, y las novedades musicales llegaban con meses de retraso. Generalmente estas salas tenían nombres en inglés, en plan “Harry´s House” (esto es, la casa de Enrique- Enrique era el burro que había vivido en el establo-) “People´s Disco” (o sea, la disco del pueblo) “Nigths & Lights” (noche y luces; lo de la noche era obvio, lo de las luces no tanto)… y cosas así.

Si el promotor era un poco más ambicioso se hacía con un par de bolas de cristal que colgaba del techo con unos barrones metálicos y, para dotar de más intimidad al “reservado”, habilitaba una pequeña planta sobre el almacén y colocaba allí una fila de sillones, unas mesitas bajas y unas horribles cortinas de terciopelo que al principio eran rojas y al cabo de un mes ni se sabía. El techo no era muy alto, pero ¿a quién le importaba? Nadie se metía allí para estar de pie. Los camareros solían ir de negro, marcando paquete y con el pelo engominado y las chicas cardadas a lo Alaska, con mallas de tigre y camisetas ceñidas. El pinchadiscos estaba en una pecera y la música solía sonar bastante bien, aunque esparcir los decibelios hasta el techo obligara a saturar los equipos, que protestaban emitiendo horrísonos pitidos. Estas salas tenían nombres de inspiración étnica, mitológica o astronómica: “Júpiter”, “Tutankámon”, “Macumba”, “Zodíaco”…. 

Cuando la ciudad era mayor y el empresario tenía pasta, el garito ya no era una nave con un par de bolas colgando de las cerchas desnudas. El techo se llenaba de focos y las paredes se recubrían, por lo general de moqueta; se construían dos plantas y los sillones de los reservados eran hasta cómodos. Había dos o tres barras, los camareros llevaban chaleco y pajarita y los cubatas no producían gastroenteritis.
Eso sí, la entrada valía una pasta, pero la música sonaba de miedo. Los nombres ya no eran ni mitológicos ni alusivos al propietario. Se impusieron la geometría o las onomatopeyas: “Vértice”, “Chass!!”, “Cocorico”…

Y para terminar, si el gerente tenia mucha, mucha, pero que mucha pasta, sobornaba a un par de concejales, compraba un terrenito junto al mar, montaba una macrosala de 5 plantas que dejaba sin dormir a todo el pueblo durante seis meses al año, acondicionaba un par de carpas para el verano, contrataba media docena de Dj´s ingleses, se hacía con una plantilla de 50 camareros y camareras recogidos de los castings fotográficos del playboy y, para completar la decoración, instalaba un par de plataformas móviles donde se desarrollaban números de baile. 
Estos locales se convirtieron en centros de peregrinación. De hecho, muchos de ellos siguen funcionando hoy, pese a la ley de protección de costas y a las protestas de los vecinos, que se han acabado mudando al pueblo donde, hace más de 20 años, existió un local llamado “Harry´s House” que hoy es una planta experimental dedicada al cultivo de tomates transgénicos….

Renovarse...

#SafeCreative Mina Cb
Del blog "Bridget Jones era anglosajona y, además, de mentira" 

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