martes, 9 de enero de 2018

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 NI CONTIGO NI SIN TI

Hay amores que están condenados al fracaso desde el minuto cero. Lo sabemos. Una especie de Pepito grillo se aposta tras nuestro oído y nos lo chiva. Ciertas luces de alarma centellean. Y las vemos, pero miramos a otro lado y a lo nuestro. A enamorarnos hasta las trancas y a enfangarnos a gusto. A lanzarnos al vacío a tumba abierta, sin paracaídas ni red, desafiando a las leyes naturales y confiando en el que el amor todo lo puede. En que sabremos desenvolvernos solos. En que al final el otro se dará cuenta de nuestro valor y dejará de exprimirnos. En que seremos capaces de pasar el resto de la vida junto al ser adorado sin por ello pagar el doloroso peaje de la infelicidad.

Y a veces llega a suceder. Quiero decir que llega a ser posible. Que el ego se anestesia y la relación se hace durable, pero no porque se alcance la armonía, sino porque uno traga lo indecible mientras que el otro ejerce de tirano, sometiendo a quien sabe que va a satisfacer todos sus deseos con tal de no ser abandonado. Se puede estar así toda la vida, créanme. Hay personas que lo hacen encantadas.
Puesto que aman de verdad. Claro que en otros casos, un día las alarmas se cansan de emitir destellos y empiezan a sonar, desaforadas, profiriendo un aullido interminable y pavoroso que atruena en la cabeza, que no desaparece ni de día ni de noche y que siembra las dudas en el interior del corazón. Y a veces el enamorado no puede soportarlo y se detiene, viéndose en la obligación de parar la situación o bien continuar, siempre con el estallido martilleando su cerebro e impidiéndole disfrutar de los placeres del amor.

Y es entonces cuando el maltrecho corazón ha de escuchar a la cabeza...
Y decidir.

#SafeCreative Mina Cb

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