jueves, 30 de marzo de 2017

 


EL GALÁN DE PARÍS

Había mandado hacía cuatro días a freír espárragos al pesado de su novio. Era uno de esos tipos que te hacen sentir más inútil que un cenicero en una moto, de modo que decidió permitirse un arrebato de osadía, cogió las maletas y se largó a París.
Ella solita. Sin haber salido sola de casa en su puñetera vida y con un nivel de francés similar al de Tarzán.

Antes de salir copió en el móvil el teléfono de la embajada española en Francia, de la embajada francesa en España, de los servicios de emergencia parisinos, de los centros de salud más próximos a su alojamiento, de sus tíos de Bélgica para por si acaso, de la comisaría de la cuidad del Sena, de la agencia de viajes y de la compañía aseguradora. Se lo apuntó todo en una agenda por si le robaban en móvil o lo perdía. Y por si lo que extraviaba era el bolso, pasó todos los datos a otra libreta que metió entre el equipaje.
Memorizó el trayecto a recorrer en metro entre la estación y el hotel: el número y color de la línea, los puntos de transbordo, el nombre de las estaciones, sobre todo la de destino, la anterior y la posterior… Marcó con rotulador el tramo a pie en el plano que la agencia le había facilitado. Y, por si las moscas, anotó también el número del autobús urbano que cubría el recorrido y el teléfono para pedir un taxi. Se ocupó de llenar bien el portamonedas para evitar tener que buscar cambio. Candó las maletas, se colocó el dinero y la documentación importantes en un cinturón oculto, se escondió la Visa entre el elástico de las bragas y allá que se fue.

Pero todo fue perfecto; un viaje sin incidentes, ningún problema en el metro, encontró el hotel a la primera…

Se desembarazó de las ropas sucias del viaje (una camiseta, un pantalón de chándal y unas zapatillas) y se dispuso a visitar la ciudad de la luz.
Eligió para su primera tarde un atuendo digno de Audrey Hepburn descendiendo de una limusina delante de la Torre Eiffel. Sandalias de tacón, vestido de vuelo en colores alegres, un pequeño bolsito de mano con todo lo necesario (dinero, tarjetas, documentación y el teléfono) y su linda melena al viento.
Montó de nuevo en el metro y en un suspiro se plantó en plena “rive gauche”, al lado de los Inválidos, uno de los rincones más románticos y retratados de París. Iba tan embelesada contemplando los barquitos, el reflejo dorado de los leones que flanquean el puente, las parejas paseando cogidas de la mano, los tejados abuhardillados de los edificios, los puestos de los vendedores de recuerdos... que no se dio cuenta de que un tipo la seguía desde hacía rato, atraído seguramente por su colorido vestido y su menudo bolso. Aprovechó la ocasión en que ella se sentó en un banco, desplegó el plano y se puso a consultarlo, para acercarse gentilmente y decirle, “Pardon, madame… est-ce que je peux vous aider?”
Ella lo miró arrebolada: tenía la sonrisa de Alain Delon en sus buenos tiempos. Asintió con la cabeza y él se sentó a su lado, tomó el mapa y le fue explicando pacientemente cuál era la parte más interesante de la ciudad. Se ofreció como guía y ella no se pudo negar. Pasearon, él charlando y ella entendiendo sólo a medias, embrujada por el timbre de su voz. Comieron algo en un puesto ambulante. La besó en el Pont Neuf, apoyados en la barandilla donde los enamorados cuelgan candados con sus iniciales.

Se despidió de ella tras darle su número. La acompañó hasta el vagón del metro, introduciéndola en el mismo mientras la besaba apasionadamente, un abrazo interrumpido por las puertas al cerrarse.

Se quedó en pie, aún flotando, la cara apoyada contra el cristal de la puerta, viendo cómo el galán se alejaba a paso rápido por el andén…

Con su bolso entre las manos.

#SafeCreative Mina Cb
http://www.ivoox.com/galan-paris-audios-mp3_rf_17862294_1.html

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