viernes, 14 de octubre de 2016

 


LICENCIA PARA INSULTAR

Algo tiene una tienda. No sé que es pero algo tiene. Es como una especie de ring, un cuadrilátero acolchado adonde la peña puede ir a darle de ostias al dependiente como si fuera un puching-ball sin que el otro pestañee. Tú puedes haber tenido un mal día en casa, en el curro, en la uni... no importa. Seguro que cuando salgas hay abierto un super, un bar, un chino... al que puedes entrar y soltar la mala bilis. Por lo que sea, qué más da. Si vas con ganas encuentras una excusa fijo. Que está oscuro. Que hace frío. Que no tienen cambios. Que no te gusta el careto de la dependienta. Que llueve en la calle. Que ha estallado una bomba en Katmandú. Cualquier motivo es bueno, zas, para montar en cólera y cargar contra el currela. Como tu jefe, tu pareja, tu profe han cargado contigo. Por cruzarse en tu camino en esa hora, en plan Clint Eastwood con lo de alégrame el día. Por estar ahí, aguantando marea para que le paguen una mierda. Por currar cuando tú ya has terminado la jornada. Por sonreírte y saludarte cuando entras.

Por existir, qué diablos.

Es sencillo. Uno llega, da cuatro pasos y la monta. Del quince y con mucha gente alrededor a ser posible. Humillando a la víctima además. Pero en plan estruendoso. Gritando y agitando bien los brazos. Con energía. Que al otro le quede muy clarito quién es el que manda. Con dos cojones, oye... que para eso le pagan. Para aguantar eso y más y permanecer callado, sereno e impertérrito mientras tú sueltas la mierda y te vas calmando poco a poco. Y el personal te mira con admiración y sin decir ni mu. Impresionando. Marcando estilo. Como debe ser. Que pare eso existe la inmunidad que te concede el uniforme del otro. O el mostrador. O esa chapita que lleva colgando con su nombre y su número de ficha. Para que puedas ningunearlo de manera personalizada. Y amenazarlo con quejarse de ti a tus superiores. Porque sabe quién eres. Te ha fichao. Y tú sin embargo no tienes ni puta idea de con quién te estás jugando las lentejas. Él es dios y tú el hijo de Abraham esperando la puñalada de su padre, cagándote en sus muertos y sin abrir la boca porque Santa Hipoteca es la que manda. Y no te queda otra que aguantar mientras la gente mira al suelo. Y al fin, cuando ya el otro se dirige a la salida tras haber vaciado sus pútridas entrañas, es cuando lo miras a los ojos y le escupes, bien alto y esgrimiendo la más cordial de tus sonrisas:

“Que tenga usted un buen día”

Y lo dejas a la altura del betún.

Garantizado.

#SafeCreative Mina Cb

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