martes, 18 de octubre de 2016

 



CÓNCAVO Y CONVEXO

Es curioso cómo los cuerpos de ciertos espíritus afines se repelen y no encajan en el momento del contacto. Y no hay forma de hacer que eso funcione, como si la naturaleza intentase prevenirnos de que determinadas uniones no son recomendables o de que la mezcla de ciertas personalidades puede dar resultados explosivos, genéticamente hablando. Y es curioso cómo esa sensación nos invade desde el primer momento, desde ese beso inicial que, de no intuirlo, desencadena el mayor de los desastres. Y cuando digo desastre no hablo de asuntos del cronómetro o de los apetitos, sino de una especie de imposibilidad para el entendimiento mutuo, de un desacompasamiento, de una desproporción, de un desajuste que hace que uno atraviese el trance con la sensación de estar haciendo una chapuza y al llegar la mañana se avergüence de sí mismo como lo haría un adolescente en plena crisis.

Existen, por contra, cuerpos que se reconocen al instante y que se atraen de forma irreflexiva: que se adivinan y que entran en estado de ignición con el solo roce de las yemas de los dedos; que saben lo que el otro espera sin mediar palabra, que se funden de manera natural e irremediable y permanecen unidos incluso en la distancia: cuerpos que parecen hechos de la misma esencia y para los que el otro no tiene secretos: curvas en las que encajan otras curvas, manos que se entrelazan con destreza, bocas que pueden acoplarse de manera casi hermética y movimientos que siguen el compás al unísono, cóncavo y convexo, impulsados por una melodía que tan solo sus tímpanos pueden escuchar.

#SafeCreative Mina Cb

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