lunes, 29 de febrero de 2016



ENAMORARSE

Estos días me está tocando hablar bastante del amor. Bastante más de lo que hablo normalmente.
Que ya es mucho.

 Hay a quien le gustan el ala delta y el parapente. Otros que agarran el coche y lo ponen a 200 por hora aún a riesgo de que el radar les retrate la cartera sólo para saber lo que se siente. Digo con la velocidad, no con la multa. Otros se van a países en conflicto de turismo, sin vacunarse, con la mochila y el pasaporte a punto de caducar y olvidando el cargador del móvil en la mesilla de casa…
Otros nos pasamos la vida enamorándonos.

El caso es jugarse el cuello.

Enamorarse es un riesgo que debería ir acompañado de una etiqueta informativa, como la de los productos de limpieza, en plan sea usted cauto y no abuse de esta sustancia porque puede producirle daños irreversibles, o en caso de ingestión masiva accidental llame al 112 y que le pasen con el psiquiatra, o tenga precaución porque el envase es frágil y como se le rompa le va a dejar la casa llena de lágrimas, o guárdelo en sitio ventilado que a este producto la falta de oxígeno le sienta como un tiro…
Esas cosas.

Pero no. No existe una reglamentación establecida y la peña se acaba dando unos porrazos que alucinas. Y es que enamorarse es una aventura cuyas consecuencias no pueden medirse. No es como lo del puenting, que a uno le colocan los arreos y si tiene un accidente y sobrevive puede empapelar a la empresa organizadora. No. El amor es un sálvese quien pueda, un búscate la vida, un adivina adivinanza en el que alguien te entra por el ojo (en principio, luego ya te puede entrar por otros sitios) y tú vas y te la juegas, en plan kamikaze, pues mira, voy a cogerle cariño a ver si hay suerte y él me lo coge a mí. Porque, claro, en principio uno tiende a enamorarse de personas que parecen poder enamorarse de uno. Aunque no siempre. Pero en fin… lo de encapricharse de alguien que pasa de ti como de la mierda es como echarse un trago de aguarrás con betadine. O sea la certeza de que aquello va a ser un desastre. Pero si la otra parte parece estar por la labor, entonces es distinto. Uno se tira a la piscina sin manguitos aunque el otro no sepa nadar. Y los dos acaben en el fondo. O uno en el fondo y otro en la superficie. O uno nade con la cabeza dentro y otro con la cabeza fuera.

Y es que esto del enamoramiento parece una simpleza pero no lo es. Porque si pillas a la parte contratante en proceso de remodelación, cosa que a nuestra edad pasa con frecuencia, lo mismo no se fía y tú quitas el freno y el otro se acaba acojonando porque te has encariñado demasiado. Que esa es otra, jolines. Que tendría que haber un aparato para medir los grados de enamoramiento que te lo pudieras poner y le dijeras al amado que también lo usase y así los dos tendríais claro cómo estaba el tema y se evitarían sorpresas de esas en plan de mira, ya te lo advertí. Que es verdad que te lo advierten pero tú estás a lo tuyo y no les haces ni puñetero caso. En fin, que pones toda la carne en el asador y de repente te das cuenta de que estás con un vegetariano.

Pues eso.
Que es complicadillo.

#SafeCreative Mina Cb

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