jueves, 25 de febrero de 2016



DESCALZARSE

Apenas despuntaba el sol cuando al girar la llave de contacto escuchó ese pffffffffffffffff que indicaba el fin de la batería. Le siguió una frenética carrera en tacones con el bolso, el portátil y toda la artillería a cuestas en el transcurso de la cual no encontró un solo taxi libre y se dio un tremendo golpe en la punta del pie cuyo dolor no sintió hasta bien entrada la mañana, una vez superado el interminable trayecto de metro con dos transbordos, un par de entrevistas que hubo de hacer a tiro de móvil a causa del retraso y una aburridísima reunión durante la que el dedo gordo comenzó a palpitar bajo el cuero del estrecho zapato mientras las agujas del reloj sobrepasaban la hora de la comida, que fue sustituida por la exposición del proyecto de un cliente tras el cual le tenían concertada una cita con unos empresarios coreanos que en vez de escucharla le miraban el escote.
Hubo de suspender la cita con una amiga para tomar unas cervezas porque su jefe decidió, una vez acabada la jornada, invitar a cenar a los orientales, que insistieron en que la chica los acompañara. A esas alturas el dolor se había vuelto insoportable y se había trasegado ya dos nolotiles en ampolla, que junto con el martini del aperitivo, el vino de la cena y la fatiga obraron el milagro de que acabase mandando a la mierda a uno de los invitados cuando intentó meterle mano en pleno comedor, para encararse más tarde con el otro y luego con su jefe, que le dijo que tampoco era para ponerse así y que ya podía ir buscándose otro curro.

Hizo las cuentas en el taxi que la llevó de vuelta a casa: indemnización por despido improcedente más el paro más lo que pudiera caer si les amenazaba con vender proyectos a la competencia o denunciar al camboyano por acoso sexual en un lugar público era igual a la pasta suficiente como para montarse algo y llevarse, no le cabía duda, unos cuantos clientes de los de toda la vida a su terreno.

Llegó al apartamento al filo de la medianoche, se dejó caer en el sofá sin encender las luces, apagó el móvil que no dejaba de recibir mensajes y llamadas de su jefe y se descalzó, dejando al descubierto el feo paisaje de una uña ennegrecida enmarcada por un reguero de sangre amoratada.

¡Anda que no fue tonta la Cenicienta dejando que volvieran a ponerle los zapatos!- pensó, antes de caer dormida como un tronco.

#SafeCreative Mina Cb

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