sábado, 20 de febrero de 2016



BODEGÓN

La vida compone curiosas estampas que se van arrinconando sin que seamos conscientes de que existen. Momentos en los que, inspirados por la genialidad o por otros estímulos (que a menudo la incentivan, para qué nos vamos a engañar), dibujamos sin quererlo rastros de nuestros vicios y virtudes.
A veces estas huellas, fruto del olvido, se combinan con otras para componer curiosos bodegones urbanos que no son sino monumentos al delirio y la pereza. Aquí, en este solitario paraje vestido de hierbajos, algún desaprensivo abandonó los restos de una obra: baldosas de terrazo del año de la polca y un puñado de tejas que, por alguna razón que desconozco, han terminado componiendo el marco en el que un anónimo genio dispuso, en una composición bastante armónica, cuatro botellines de cerveza que, sin duda, habían sido previamente vaciados. Y ahí agoniza la obra de arte, muerta de risa, a la intemperie y sin un mal taquillero que obligue al personal a rascarse los bolsillos. Es más, cuando yo he reparado en ella hace unas horas, alguien que frecuenta el sitio me ha confesado que ni se había dado cuenta de que aquello estaba allí.

Porca miseria, me he dicho. Esto lo pones en el Guggenheim y la gente paga diez euros para entrar y luego se da de tortas por hacerse un selfie.

#SafeCreative Mina Cb


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