lunes, 9 de noviembre de 2015



VÓRTICES

Cuando el bolígrafo cayó por la rejilla no se lo pensó dos veces. Introdujo el brazo sin tener en cuenta el tráfico. Le pareció sentir como una sombra que se deslizaba sobre él, deprisa deprisa, una especie de nube de verano de esas que el aire empuja en el atardecer. Y a continuación una fuerza centrífuga que lo atrapaba. Y el descenso. La caída libre a lo largo de la cual todo giraba en torno a él. Era increíble: un torbellino formado por bolígrafos, mecheros, peines de bolsillo, pendrives, tarjetas de fidelización de los supermercados, caramelos endurecidos, cigarrillos quebrados y muchos otros cientos de pequeños objetos que las gentes extravían inexplicablemente y de los que nunca se vuelve a saber. Le pareció ver incluso el portaminas aquel del Superratón que le trajeron los reyes cuando chico y que despareció un día de encima del pupitre. Y la navaja de explorador que su padre le compró cuando estaba en lo scouts. Y aquella goma de borrar en forma de conejo que su hermana le dijo haber tirado por el váter. Hasta con el niño Jesús del nacimiento se acabó por tropezar. Sólo entonces se dio cuenta de que todos aquellos cachivaches que orbitaban a su alrededor le habían pertenecido en uno u otro momento de su vida. Y que ahora, por alguna razón desconocida, le salían al encuentro en ese túnel angosto y circular, trayendo a su memoria momentos que creía olvidados para siempre.
Al fin lo vio, a su izquierda, levitando, estriado y brillante y con la punta al aire, tal cual lo llevaba en el momento de caer. Estiró la mano y lo atrapó de un certero movimiento.

Y el vacío lo absorbió.

#SafeCreative Mina Cb

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