martes, 26 de mayo de 2015



CAMBIAR EL MUINDO

Confieso que me codeo con personas que todavía piensan que se puede cambiar el mundo. A nuestra edad incluso. Lo de incluso va por la creencia, no porque crea que existe una edad determinada a partir de la cual ya no pueda cambiarse. El mundo digo.
Y los envidio. A ellos digo. A los idealistas. Porque a mí en el fondo también me gustaría ser así: amar el planeta y las flores y a las gentes. A todas las flores. Y a todas las gentes. Y todo el planeta. Pero es que no puedo. Lo de las flores y el planeta aún, pero lo de las gentes me resulta más difícil. Porque es que no me veo yo de buen rollito con los tiranos o los terroristas. Que me da que a esos lo del paz y amor como que no les va. Y por eso no creo en que se pueda cambiar el mundo. A lo mejor empujarlo un poco, e inclinar el eje una miajitina sí que se puede, pero cambiarlo, lo que se dice cambiarlo, me parece tarea de locos. O de chinos. En fin, que a lo mejor los chinos acaban por cambiarlo al paso que llevan. Y no a mejor me temo, habida cuenta de sus condiciones laborales. Y de otras cosas que no vienen al caso.
En fin. Que los envidio. A los idealistas, no a los chinos. Porque a mi eso de conseguir llegar a ese estado de nirvana en que todos vivamos en armonía con el sol y las plantas y los mares y los animales y nuestros semejantes (sobre todo con nuestros semejantes) me parece dificilillo. Por decirlo suavemente. Porque yo sé que mi vecina, por ejemplo, estaría dispuesta a darme unos tomates sin cobrármelos. Y seguramente que hasta la tendera de mi barrio. Me los daría así, sin más, toma y hazte una ensalada, me diría. Y tan amigas. Y seguramente que el señor que cría los tomates en su huerto también podría hacerlo. Porque a ver al fin y al cabo adónde van a ir dos tomates. Pero el problema no está ahí. En los tomates digo. El problema está en las multinacionales. Y en la banca. Y en todos esos productos que se venden en las tiendas y que vienen de la China (que no tengo yo nada contra ellos, no vayáis a pensar mal) y que nosotros compramos porque son tan baratitos. Que lo mismo hasta los tomates que me ha dado mi vecina son de allí. De la China. Y los ha cultivado un agricultor chino y luego han cruzado el charco en un avión chino y después los ha transportado un camión chino. Y a mi vecina le han costado setenta céntimos. Así que a ver lo que les han pagado al agricultor, al avionero y al tío del camión. Una miseria seguramente. Y así va el mundo. Que queremos cambiarlo pero a bajo coste. Y ya se sabe, lo de las tres bés es una estafa: si es bueno y bonito no puede ser barato. O es bueno y barato y no bonito (y tampoco tan bueno) o es bonito y barato y no bueno (y tampoco tan bonito) o es bueno y bonito y cuesta un ojo de la cara. Claro que a mí me gustan estos tiempos de cambio que nos han llegado, lo confieso. Que una cosa es que yo no me vaya a poner a cambiar el mundo y otra muy distinta es que no quiera que pase. Que el mundo cambie digo. Y no me da miedo, la verdad. Que no sé, que lo mismo esta gente que está llegando se lo creen tanto (lo de cambiar el mundo) que hasta lo cambian. Y les plantan cara a los sinvergüenzas esos que traen los tomates de la China, con lo ricos que están los de aquí, y que joden vivos a nuestros agricultores. Y consiguen que la banca y las multinacionales dejen de ser los amos del cotarro. Porque eso es lo malo. Que uno llega con unas ganas locas de cambiar el mundo y aparecen ellos, los grandes holdings del vil metal, y se te tiran a la yugular y te dicen que de eso nada monada, que el mundo está muy bien tal cual está. Y que a ver quién te has creído tú que eres pata darles órdenes. Que ni el presidente de los Estados Juntitos se les cantea un pelo. Y que así está la cosa. Y que tú mismo.

Pero en fin… Que digo yo que si al final se juntan muchos como estos, lo mismo hasta con el tiempo llegan a cambiarlo.
Al mundo digo.

#SafeCreative Mina Cb

2 comentarios:

  1. Largo me lo fiais... amiga Inma. Lo más probable es que los que llegan para cambiar las cosas sean los primeros en cambiarse ellos adoptando las viejas costumbres que tanto denuestan. Digo yo.

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  2. Yo tengo una teoría. El mundo funciona como un coche: primero hay que revolucionar el motor para hacer que se ponga en marcha; después se mete una velocidad larga y se mantiene el rumbo hasta que es necesario un cambio de dirección o bien vienen curvas; esto es, el terreno cambia. Si hay demasiado tramo con curvas es necesario maniobrar mucho y es cansado. Y si los tramos rectos son demasiado largos el conductor se aburre. Y puede dormirse. Tan fácil es matarse por cansancio como por aburrimiento. Por eso lo mejor es alternar los tramos. A veces la única manera de llegar al destino, o de enmendar una dirección equivocada, es dar un volantazo.

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