sábado, 31 de enero de 2015



EL HUÉSPED

Pasó la mañana nerviosa y angustiada. Aquellos encuentros jubilosos del principio se habían ido transformando, a medida que la invisible presencia de la otra se iba adueñando del paisaje, en enojosas citas que él iba espaciando cada vez más en el tiempo y a las que acudía con los bolsillos llenos, no de regalos como en un principio, sino de reproches y mentiras, hasta el punto en que ella se acabó por sentir en medio de un pasillo solitario y frío, una especie de corredor de la muerte del que un día, no sabía exactamente cuál ni a qué hora, la acabarían empujando para hacer que se precipitase por los ásperos acantilados del desamor y la tristeza.
Se abrazaron y al instante rompió a llorar. Un llanto inevitable y persistente, de hipos y sollozos entrecortados que no podía controlar y que él ahogaba con dulzura, frotándole la espalda mientras la guarecía entre sus brazos. El fin de semana fue más de lo mismo: ella llorando y él dando largas y exigiéndole cosas que la otra tenía y ella no. Y sin atreverse a decir la verdad de una puñetera vez, y acabar para siempre la comedia, darle una patada y despeñarla al vacío, dejando que llegase al fondo, hasta lo más profundo, y que luego, desde allí, pudiera rehacerse y remontar. Sin más demora.
Él se marchó un día antes de lo previsto. Tenía “imponderables” que reclamaban su atención. Ella lo llevó hasta la estación. Hacía frío y era aún de noche cuando la puerta de metacrilato del compartimento se cerró y él quedó detrás de la mampara, saludándola con la mano, un gesto patético, como a la desesperada, y ese beso de Judas que lanzó al aire antes de que el tren arrancara y se lo llevase para siempre de su vida.

#SafeCreative Mina Cb

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