martes, 27 de enero de 2015



CUBOS DE AGUA

A veces la vida nos pone en situaciones en que no hallamos la forma de ser útiles. Momentos de sufrimiento que afectan a nuestros seres queridos y para los que de nada valen las palabras, puesto que no existe consuelo posible.... Solamente el manido y desquiciante recurso de dejar que el tiempo pase y atenúe los padecimientos, convirtiendo el dolor en nostalgia y haciendo que aceptemos con resignación una nueva etapa en la existencia. Cerrar las puertas para poder seguir.

Hace poco alguien me hablaba de que no sabía cómo actuar ante un familiar que está atravesando una de estas situaciones. Conversábamos acerca del efecto terapéutico de los abrazos que, sin embargo, no pueden aliviar el enorme peso que la desesperación vierte sobre el espíritu del otro. Me decía mi amiga que se sentía a veces un estorbo. Y que no sabía si irse o si quedarse. Si acompañarle o dejar al otro solo, y permitir así que la rabia y la angustia se manifestasen libremente.

“No sé cómo ayudarle”- me dijo.

Y a mi me vino a la cabeza de repente la escena de un aparatoso incendio forestal que presencié hace años. Yo iba de vacaciones. Era mediodía y de repente una inmensa humareda se expandió por el aire. Tras una curva de la carretera nos esperaba el pavoroso espectáculo del monte ardiendo: cientos de árboles entregados al fuego, cenizas esparciéndose y las llamas que se iban extendiendo, aprovechando el ramaje, devorando el bosque a dentelladas. La catástrofe se había producido hacía poco y los efectos eran ya devastadores. Los bomberos se afanaban con sus mangueras a la espera, supongo, de helicópteros que lanzasen agua desde el cielo.
Y en tierra firme, muy cerca de las llamas, lugareños armados con cubos, barreños y otros recipientes, se esforzaban en contribuir a sofocar el fuego. No pensaban, me dije, en el riesgo de acercarse tanto. Ni en que sus pozales de plástico podrían derretirse, quemándoles las manos. Simplemente querían ayudar. Contribuir a que aquella masa forestal que les pertenecía no desapareciera y se acabase convirtiendo en un parque residencial para madrileños con posibles.
Dejé la zona atrás, llorando de impotencia y de emoción a un tiempo, conmovida por la actitud de aquella comunidad tan valiente y generosa, que daba lo que tenía a mano sin pensar en si sería o no bastante. Y me imaginé, por la mañana, cuando contemplé desde la puerta de mi tienda de campaña la tierra yerma, gris y aún humeante pero en calma, que todas esas gentes debían sentirse satisfechas. Por haber contribuido a la extinción del fuego con sus pequeños e insignificantes medios.

“Echa cubos de agua”- le dije.

Creo que me entendió.

#SafeCreative Mina Cb

1 comentario:

  1. Siempre he tenido la duda si en los velatorios no estorbábamos todos. Cuando a mí me ha ocurrido, a pesar del cansancio, ha sido un consuelo y una satisfacción sentir cercana a la gente, a pesar de que allí se hable de todo. Es una forma de evadirte un poco en esos momentos. En cuanto a lo del incendio, estando en la mili, acudimos a apagar uno en la zona de las Conchas de Haro. Los pobres soldadicos no llevábamos nada, lo intentábamos golpeando el fuego con ramas de árbol, algunos iban cargados de mochilas de agua, como las de fumigar, pero la mayoría sin nada. A pesar de ello, cuando el fuego estuvo extinguido, tuvimos una sensación de algo parecido al orgullo por haber contribuido a ello.
    Nos vemos pronto. Un beso

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