martes, 20 de enero de 2015



BARCELONA, AÑOS VEINTE

El otro día, durante el transcurso de un encuentro con un viejo amigo (y digo viejo por la antigüedad de la amistad, que no por esa madurez que lleva de una forma tan espléndida), éste sacó de su carpeta una fotografía que yo le pedí por favor que me enviase. Se trataba del retrato que un fotógrafo barcelonés sacó a su abuela, Pilar de nombre, durante su etapa de actriz de revista. Me sorprendió esa imagen picarona de una jovencita que posaba en plan Mae West y que seguramente estaba enamorada de Rodolfo Valentino y soñaba con irse un día a América y compartir plató con el bello galán de ambiguo aspecto.

Habíamos hablado hacía unos minutos (puede que incluso un par de horas, que estas reuniones entre parlanchines nunca pueden ser gobernadas por el tiempo) de los setenta, la década en la que soñamos que seríamos capaces de cambiar la historia, los años en que fabulamos con la libertad y en que nos creímos los dueños de nuestro destino por primera vez en varias décadas. Y me surgió la pregunta, mirando a esta chavalita de aspecto divertido, de qué habría sido de este país sin él. Sin su presencia. Sin su férrea mano gobernando el timón durante casi cuarenta años. Y me pregunté también cómo lo viviría esta chiquilla. Cómo serían para ella la guerra y la posguerra, y cómo tendría, seguro, que renunciar a sus quimeras con Rodolfo Valentino cuando el frágil equilibrio del lugar donde habitaba se quebró, y todos se volvieron locos, y el teatro en el que bailaba cada noche tuvo, imagino, que cerrar sus puertas. Y ella tuvo tal vez que renegar de su pasado de artista.

Y maldije al destino por permitir que el mundo esté gobernado por dementes ególatras que se erigen en dueños de las vidas de las gentes. Y pensé en esa niña. Y en mi madre, que llegó al mundo poco antes de empezar el sinsentido. Y que no pudo elegir porque quienes ganaron decidieron quitar el libre albedrío a las mujeres. Y una vez más se apoderaron de mí la rabia y el alivio. Rabia por todos aquellos que hubieron de callar sus gritos por miedo a represalias. Y alivio por haber crecido fuera de todo eso.

Miré una vez más la imagen de la mujercita sentada sobre el diván, espléndida ante el sol de cartulina que ilumina el fondo de la sala.

“Era una gran mujer- aseguró mi amigo, guardando con mimo la foto en su carpeta- Un día de estos he de hacerle un homenaje.”

#SafeCreative Mina Cb

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