CARTA ABIERTA A VERÓNICA GORMEDINO, CONCEJALA DE FESTEJOS
Querida Verónica
Me ha costado ponerme a redactar estas líneas porque te aprecio de verdad y lo sabes, pero finalmente me siento moralmente obligada a hacerlo. Porque creo que quienes tenemos voz y, como es mi caso, una disposición especial para el manejo de la palabra, tenemos también la obligación de gritar por aquellos que no pueden hacerlo.
Me refiero a los toros, en efecto.
Hemos debatido en alguna ocasión sobre de este tema con absoluto respeto de la una hacia la otra. Y hemos abordado esa extraña contradicción tuya de proteger a los animales por un lado y sentir por otro esa insólita pasión hacia la tauromaquia. Pero creo que, inclinaciones personales aparte, el hecho de fomentar que se destine dinero público a la financiación de las corridas de toros es llevar una afición demasiado lejos. Y te lo digo con el mismo respeto con el que hemos hablado de muchas cosas en otras ocasiones. Porque me sigue pareciendo increíble que una persona con tu grandeza de corazón se empeñe en fomentar y alentar la continuación de un rito que nos debería avergonzar como país y como miembros de la raza humana. Y confío, como también hemos hablado alguna vez, en que un día tomes conciencia del lamentable error que supone creerse en disposición de autorizar que se torture hasta la muerte a un ser vivo.
Ojalá un día los vítores y el oropel se difuminen y te encuentres a solas con el sufrimiento de la bestia. Y sientas su aturdimiento ante una situación que le desborda, su estupor y su miedo, su indefensión en un lugar que desconoce, rodeado de personas y sonidos que le son ajenos. Su desconcierto cuando el señor de la montera se coloca ante él con el capote y lo obliga a ir de un lado a otro. Su perturbación al escuchar los vítores del público. Su dolor cuando la piel se desgarra con la punzada de las banderillas y, finalmente, su lentísima agonía tras sentir el estoque rasgando el lomo y penetrando en sus órganos vitales, destrozándolos y provocándole un dolor profundo e insoportable, brutal e incisivo, tan intenso que ningún ser vivo debería ser obligado a experimentar. Ojalá la sangre que emana por su boca, agónica y caliente, haga que sientas en la tuya el amargor de la hiel que va bañando sus entrañas. Ojalá hasta tus oídos lleguen, multiplicados por mil, sus mugidos agónicos. Y ojalá que ese dolor te atraviese y te hiera como si lo estuviera sufriendo alguno de los tuyos (familia, amigos, compañeros de partido...) y te deje tan abatida que tengas la necesidad de taparte los ojos con las manos y salir de la plaza a toda prisa, horrorizada por la brutalidad del espectáculo. Y te des cuenta por fin de lo cruel e inhumano que es sostener esa costumbre. Y de que ni siquiera Dios, si existe, que lo dudo, tiene la autoridad de elegir un destino tan siniestro para una bestia tan noble y tan hermosa.
Ojalá un día llegues a reaccionar y a convencerte de que la cultura tiene bien poco que ver con atormentar a un ser vivo de ese modo. Y de que la democracia o las mayorías absolutas nunca pueden ser excusa para la tortura. De momento hoy, y pese a la asignación de esa partida, aún no es demasiado tarde.
Piénsalo. Sabes que te lo pido sin maldad.
Cuentos, poemas, historias... Soy Inma y os propongo que hagamos un club de cuentistas. Con imaginación. Con ilusión. Con esperanza. Un club donde pasar el tiempo, donde evadirse... Donde jugar a ser otro.
miércoles, 30 de abril de 2025
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