lunes, 28 de septiembre de 2020


Querido señor Coronavirus:

Ya perdonará usted que le moleste, que sé que anda muy ocupado infectando el planeta y metiéndole miedo al personal, pero se me ha ocurrido que si usted sigue ahí, dando guerra, igual es porque nadie le hace caso. Quiero decir que nadie se ha sentado frente a usted para saber por qué. Por qué nos hace esto. O sea si es un trauma infantil o alguna cosa de esas. Si le pegaban de pequeño. De más pequeño, quiero decir, porque ya es usted minúsculo incluso de mayor. Si le hacían bullyng en el cole. O sus padres se tiraban más horas en el curro que jugando con usted. O le asaltó un maníaco por la calle y, prometiéndole un caramelo, se lo llevó a un cuarto oscuro y abusó de su inocencia.

Porque es que esto no es normal, señor Coronavirus. Quiero decir que no es algo de alguien sano: alguien a quien sus papás hayan querido, y que haya jugado con sus amiguitos en la calle, y que haya sido protegido por sus vecinos, sus tíos y sus profes. Esto que usted está haciendo tiene que tener una explicación. Y nadie se sienta frente a usted e intenta buscarla. Tan sólo investigan en busca de remedios y vacunas. Que está muy bien pero a ver, después de usted tal vez venga otro y alguna preparación deberíamos tener. Porque usted, señor Coronavirus, y perdone que se lo diga con todos mis respetos, nos está haciendo la puñeta pero bien, con tanta distancia y sin abrazos ni besos ni sonrisas. Y los viejecitos encerrados y muertos del pavor y de la pena: que no sé que es peor, porque me imagino que cuando uno es viejo sabe que la muerte le ronda, pero si al cortejo de la parca se une el de la soledad a saber si la vida merece ya la pena. Y seguro que usted no quería hacer esto, o sea el miedo y el planeta que se va a la mierda y toda esa mandanga. Pero le ha pasado lo que pasa siempre: que empezó así de broma y al final se le ha ido de las manos. Que no lo sé seguro pero me lo imagino.

Y por eso le escribo, señor Coronavirus. Para pedirle que lo piense. Que reflexione. Que dé marcha atrás, que nunca es tarde. Que ya sé que nadie se preocupa por usted. Porque sea feliz y esté bien y esas cosas. Pero yo, si quiere, me siento a su lado y le escucho. Con la mascarilla puesta. Y le dejo llorar en mi hombro si es lo que necesita. Que seguro que por eso no me voy a contagiar. Hablamos, que no voy a reñirle. Que seguro que tiene sus motivos, desde luego. Porque somos unos cafres y unos egoístas y maltratamos a la naturaleza y dejamos morir a los pobres en mitad del océano y sólo pensamos en amontonar dinero. Que somos lo peor, de acuerdo. Pero no todos, jolines. No la mayoría. Los malos son tan sólo cuatro. Los demás somos buenos. Gente bondadosa que sólo quiere vivir en paz. Con lo suficiente para estar bien y un poco más para darse un caprichillo. Gente que no maltrata a los animales y cuida los bosques y ama al prójimo. Gente de ley. Pero claro, los malos hacen mucho ruido y luego pasa lo que pasa. Que nos cae la plaga. Pero yo le prometo que en general somos buenos. Y que no nos merecemos esto. Los dos metros y las mascarillas y que nuestros mayores se mueran de tristeza. Y solos además. Así que por favor le ruego que lo piense. Que lo medite. Y que si cree que tengo razón se vaya retirando, no de golpe si no quiere, sino poco a poco. Que dicen los que entienden que algunos virus Sars son capaces de hacerlo. Lo de desaparecer del mismo modo que un día aparecieron.

No sé. Valórelo. 

Yo simplemente se lo expongo.

#SafeCreative Mina Cb

 

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